viernes, 23 de diciembre de 2011

Corea del Sur, innovación, tecnología y progreso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Hace 60 años era un país en guerra, escindido, con mucha pobreza e ingentes necesidades. Sin embargo, Corea del Sur logró emerger de una situación histórica complicada para posicionarse hoy como una de las economías más sólidas, innovadoras y con perspectivas de futuro. Lejos de ser un milagro, el desarrollo surcoreano se basa en fórmulas conocidas: educación, desarrollo tecnológico y competitividad. El proceso de industrialización se basó en la mano de obra altamente capacitada, que tuvo la competitividad necesaria para ganar mercados internacionales y hacer crecer la economía hacia afuera.

Con una política pública bien orientada hacia la capacitación de su gente, los resultados se empezaron a cosechar en la década del 60, cuando el país logró un crecimiento económico agresivo que se sostendría en el tiempo, para que hoy Corea del Sur sea una potencia exportadora, con un nivel de ingresos de los más altos del mundo y con índices de desarrollo humano muy elevados. Gran parte de los logros que hoy presume este país asiático se basa en el desarrollo tecnológico y en la enorme capacidad de innovación que se incuba en una sólida formación educativa.

Con un territorio pequeño –es cuatro veces menor que Paraguay-, y con una inversión en educación relativamente baja (4.6% del PIB), ha logrado beneficios muy superiores a países que destinan más recursos a lo educativo: Corea del Sur ocupa el tercer lugar en cantidad de patentes registradas a nivel mundial, es líder en innovación y es el gran proveedor mundial de televisores, pantallas de plasma, equipos de audio y electrodomésticos en general. Todo esto nos habla de una planificación minuciosa del destino de las inversiones, de la austeridad, la eficiencia y el sacrificio que se aplica a cada emprendimiento.

Cuando miramos los resultados de los estudios internacionales, no deja de sorprender el hecho de que los surcoreanos sobresalgan nítidamente en educación tecnológica, por encima de grandes potencias como Estados Unidos, Japón o China. Fueron los primeros a nivel mundial en dotar de conexiones rápidas de Internet por banda ancha a todas las escuelas primarias y secundarias, en tanto desarrollaron aulas para clases interactivas, en donde se aprovecha toda la tecnología para producir conocimiento.

Y con esa visión innovadora que los caracteriza, han implementado los “libros de textos digitales”, mediante los cuales los estudiantes pueden leer, escribir y trabajar sobre una tableta (computadora portátil con pantalla táctil). El plan de los surcoreanos en este sentido es muy ambicioso: invertirán 2 mil millones de dólares para el desarrollo de libros digitales, así como para la compra de los equipos informáticos necesarios para que todo estudiante pueda leer e interactuar desde una tableta. Con esto no sólo pretenden dejar atrás el uso del papel, sino que buscan comprometer a sus estudiantes con la educación tecnológica, con el desarrollo del potencial innovador y, sobre todo, buscan que todos tengan acceso a una base de datos universal, en donde se encuentren los conocimientos que se requieren para lograr competitividad, progreso y crecimiento.

Las lecciones surcoreanas son contundentes en varios aspectos: nos dicen claramente que no necesitamos destinar presupuestos millonarios a los sistemas educativos sino saber ser eficientes y claros con el destino de cada moneda invertida. Con este esquema, en América Latina podríamos hacer una revolución invirtiendo prácticamente lo mismo que ahora, pero con una visión más estratégica. Si del presupuesto que tenemos para la educación gastáramos menos en mantener sindicatos o cotos de poder de unos pocos, al tiempo que empezamos a invertir en desarrollo tecnológico, mejoramiento de la capacidad docente y en escuelas mejor equipadas, posiblemente con los mismos recursos que hoy tenemos podríamos lograr otro tipo de resultado.

Nos falta aprender a innovar y a utilizar mejor lo que tenemos, con miras a sentar las bases para un crecimiento económico sostenido y sostenible. Debemos dejar de lado las políticas erráticas, sin planificación, que no buscan más que explotar una coyuntura para lograr objetivos electorales que se difuminan en el tiempo.

Si un país que era pobre, que sufría los azotes de la guerra entre compatriotas y que encima tenía que convivir con la invasión de fuerzas extranjeras, pudo sobreponerse para convertirse hoy en una de las grandes potencias económicas y en un referente en materia tecnológica, es claro que los países latinoamericanos, con abundantes recursos naturales, con mucha gente joven y con un enorme potencial, pueden no sólo imitar el ejemplo sino lograr mejores resultados. Inversiones inteligentes, políticas públicas bien planificadas y ciudadanos conscientes de la urgencia educativa: con estos elementos podemos construir economías mejores que las que tenemos ahora.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Suecia, un modelo de transparencia y desarrollo


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de esos países que despiertan la curiosidad por su excelente posición en los informes internacionales sobre calidad de vida y desarrollo humano es Suecia. En medio de la Península Escandinava, junto a Noruega y Finlandia, Suecia se erige como un modelo de desarrollo basado en una economía que ha sabido conciliar el capitalismo y los beneficios sociales. Esto se refleja en un crecimiento económico que permea hacia los diferentes estratos de la sociedad y que tiene efectos directos en cuanto a equidad, oportunidades y proyección.

Una sociedad desarrollada, próspera y equilibrada como la sueca, comprende numerosos factores que la hacen digna de imitación. Con un sistema modelo de transparencia, que garantiza el acceso a la información por parte de los ciudadanos, así como la constante rendición de cuentas por parte de las autoridades, Suecia ha logrado superar muchos de los flagelos que siguen rezagando a los países pobres. Posee un gobierno abierto, acostumbrado a ejercer la libertar de informar, y sobre todo cuenta con un elemento determinante para garantizar la transparencia: una ciudadanía culta y crítica, que ejerce un control constante sobre todas las actividades que se realizan desde las esferas de poder.

La corrupción en Suecia es casi una entelequia. Debido a los controles, la transparencia, la educación y la conciencia social, los actos de corrupción son prácticamente inexistentes. Esto garantiza condiciones ideales para el trabajo, la seguridad y el buen funcionamiento de la economía. Y todo esto no es resultado de la casualidad, sino que proviene de una larga tradición: el acceso a la información es un derecho constitucional que poseen los suecos desde 1766.

Con la transparencia en el uso de recursos, los ciudadanos tienen la seguridad de que vale la pena pagar impuestos: aunque los gravámenes son muy elevados, los resultados se pueden ver en sistemas de salud eficientes, en una educación gratuita y de alta calidad, en seguridad en las calles y en beneficios sociales de diversa índole que apuntan a asegurar la calidad de vida de la gente. El buen uso de la riqueza se nota en los niveles de desigualdad social más bajos del mundo.

Algo siempre notable en los nórdicos es la enorme importancia que le destinan a la formación de su gente. En Suecia, las escuelas son de acceso público y gratuito para todos. Hace más de un siglo ya tenían una base envidiable: todos los niños sabían leer y escribir. Actualmente la educación es obligatoria para todos los niños y adolescentes: de todos los estudiantes que terminan la secundaria, prácticamente todos continuarán con los estudios superiores. De esta manera, no sólo aseguran la formación de una ciudadanía culta y consciente de las necesidades del país, sino que logran generaciones competitivas, capaces de producir, innovar y generar riqueza. Son muy competitivos en cuanto a manufacturas, productos químicos, tecnología y maquinaria.

Cuando miramos los resultados en las sociedades escandinavas y los comparamos con lo que vemos cotidianamente en América Latina, no podemos dejar de escandalizarnos y cuestionarnos profundamente sobre lo que estamos haciendo mal para obtener resultados tan opuestos: tenemos niveles de pobreza vergonzosos, una desigualdad más elevada que África, millones de analfabetos funcionales y muchos marginados que no accederán ni a la riqueza ni al bienestar si no cambiamos radicalmente el contexto en el que vivimos.

Un ejemplo que deberíamos tomar de los suecos es el de la cultura de la transparencia, que seguramente haría que disminuyan en forma rápida los malos manejos de los recursos, la corrupción desde el poder y la irresponsabilidad en la administración de lo ajeno. Como un paso inicial para cambiar nuestras sociedades, tenemos que adquirir un mayor compromiso con nuestro entorno, de forma tal que nos convirtamos en verdaderos contralores y garantes del funcionamiento de nuestros gobiernos.

Las comunidades comunicadas, educadas, con acceso a la información y que pueden regularse gracias a sistemas de transparencia, hoy son una urgencia para asegurar el progreso y la equidad. Los suecos lo saben y por eso hoy gozan de beneficios que nosotros no hemos podido consolidar.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 5 de diciembre de 2011

China, el gigante del crecimiento económico sostenido



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Inventaron la pólvora, el papel y la brújula. Provienen de una civilización milenaria que ha sabido defender su territorio y su cultura. Sobre la base de inventos, batallas y conquistas, China es uno de los países más complejos de explicar y más enigmáticos para nuestra visión. Es una sociedad antigua en sus tradiciones pero pragmática y moderna en sus decisiones, sobre todo en cuanto a la economía: en las últimas tres décadas este país ha tenido un crecimiento económico promedio del 10%, ha renovado su modelo de desarrollo y ha invadido con sus productos de bajo precio a todo el mundo. El fenómeno chino es para muchos un prodigio y para otros una amenaza para las frágiles economías que no tienen posibilidad de resistir un nivel de competencia demasiado elevado.

Resulta muy difícil lograr una explicación completa de este complejo país que tiene más de 1.300 millones de habitantes. Pero más allá de sus peculiaridades ancestrales, el gigante asiático ha logrado un crecimiento económico sin precedentes que lo ha llevado a superar a Japón y a ubicarse como la segunda potencia en generación de riqueza, sólo por debajo de Estados Unidos. Los mercados entran en crisis, las economías emergentes tienen altibajos, las potencias se debilitan, pero China mantiene un paso tan firme que, como una ironía para los países pobres, un incremento del PIB del 8.5% al año… ¡se considera una desaceleración!

Con casi 800 millones de personas en condiciones de trabajar, la mano de obra abundante y barata es un recurso contra el que ningún país puede competir. A esto debemos sumarle la verdadera devoción que tienen los chinos por el trabajo, que hace que puedan dedicarle a cualquier oficio un promedio de tiempo superior a los demás. Esto se refleja en el nivel de productividad más alto del mundo: el volumen de producción en cualquier rubro industrial es sencillamente incomparable.

Ropa, productos electrónicos, juguetes y manufacturas diversas empezaron a invadir, a inicios de los 90´, los mercados latinoamericanos, en los que aprovecharon una convergencia de factores: los bajos costos de los productos chinos eran demasiado atractivos para nuestras poblaciones empobrecidas y con grandes carencias. Es así que se quedaron con más de la mitad del mercado de la ropa, impusieron a la electrónica la etiqueta de “hecho en China” y desplazaron a nuestros productos poco competitivos.

Un hecho llamativo es el viraje que hicieron en su concepción de su modelo en los últimos años: de una dependencia de las inversiones y las exportaciones, han empezado a volcarse hacia el mercado interno, incentivando el consumo. Y aunque todavía tienen al 60% de su población viviendo en zonas rurales, con 150 millones de personas que viven con un dólar al día, el tamaño del mercado interno hace que sea mucho más atractivo que las exportaciones a países relativamente pequeños.

Y detrás de estos indicadores, hay una verdadera fábrica de generadores de riqueza. China tiene niveles de exigencia muy altos en materia educativa, a tal punto que los niños pueden pasar horas y horas estudiando, haciendo de la instrucción su verdadero oficio. Hoy este país tiene 6 millones de graduados por año y empieza a tener problemas para emplear a su gente, lo que genera una competencia feroz y deriva en que cada profesional debe ser muy bueno para poder ocupar un puesto de relevancia.

Aunque no podemos ni siquiera aspirar a imitar el modelo chino (entre otras cosas porque también implicaría adquirir muchos de sus males), hay elementos que podríamos tomar para mejorar nuestras economías. Mientras en América Latina nos cuesta hacer que un estudiante le dedique tiempo a la lectura de una novela o un libro de ciencia, un chino estudia doce horas por día y sabe que su futuro depende de la capacidad que tenga de sobresalir en la universidad.

Tenemos que buscar elementos diferenciales en nuestra manera de encarar la economía. Hay que mejorar la productividad y la calidad de mano obra para diferenciar nuestra producción y poder basarnos en elementos competitivos distintos al volumen y el precio. Apostar por la innovación y la calidad de lo que hacemos sería una buena fórmula ante el avance de lo masivo y barato. Más que nunca, necesitamos talento, visión, inteligencia y educación.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Singapur: el salto de la pobreza a la riqueza

Por Héctor Farina Ojeda (*)

No es un país gigante y puede que algunos no lo ubiquen en el mapa. Tampoco posee riquezas naturales: ni petróleo, ni bosques ni minerales que explotar. No depende de la economía primaria basada en la agricultura o la ganadería. Y todavía más grave: es una pequeña isla de 692 Km2 de superficie, que no posee más que el terreno en el que viven cerca de 5 millones de habitantes. Pero la historia contrasta con la primera impresión que podrían generar estos datos: Singapur es un país que ha erradicado la pobreza, que no tiene marginalidad y que ha logrado dar uno de los saltos más notables de la historia moderna. En pocas décadas, ha dejado atrás la pobreza y hoy es una de las grandes potencias económicas a nivel mundial.

Resulta curioso que hace 50 años ni siquiera era país. Y a mediados de la década del 60’, al consolidar su independencia, Singapur tenía los mismos problemas de pobreza que Haití o Jamaica. Sin mucho que explotar en el territorio, con gente sin preparación y con enormes conflictos sociales por resolver, el camino que eligieron fue el de la formación de la gente. Una fuerte inversión educativa destinada a lograr una elevada competitividad en los recursos humanos fue el inicio del cambio: con el desarrollo del conocimiento y el profesionalismo, empezaron a llegar las industrias de vanguardia y de mayor valor agregado. Desde las petroquímicas hasta las industrias de microelectrónica, la producción especializada ganó terreno y se fue desarrollando al tiempo que generaba empleos, riqueza y sobre todo una enorme necesidad: la educación.

La inversión en educación fue de tal magnitud, que en menos de una década se empezaron a notar los cambios: destinando el 20% del PIB al sistema educativo, bajaron los niveles de pobreza, se redujo la marginalidad, se generaron oportunidades y se les dio a los habitantes la posibilidad de construir su propia riqueza. Hoy en día Singapur no tiene pobres, tiene un ingreso per cápita superior a los 50 mil dólares (por encima de Estados Unidos) y es la novena potencia comercial a nivel mundial. Es líder en varias industrias vinculadas a la economía del conocimiento, como en ciencias biomédicas, y todo se lo debe a un capital: la educación de su gente.

La ausencia de corrupción es uno de los grandes atractivos: por eso su puerto, pese a lo diminuta que es la isla, es uno de los de mayor actividad del mundo: todos quieren trabajar con Singapur porque tienen la certeza de que sus cargamentos serán respetados, de que se cumplirá en tiempo y forma, que no habrá robos ni sobornos de ningún tipo. Lo mismo pasa en el campo financiero: la seguridad hace que los capitales fluyan hacia este país asiático, a tal punto que es el cuarto mercado de divisas más grande del mundo. Con una economía competitiva, con gente seria, eficiente y honesta, las inversiones resultan muy atractivas.

Pasar de una economía primaria, precaria y con poco futuro a una economía del conocimiento, mediante la que no sólo se ha acabado con la pobreza sino que se ha posicionado al país en los primeros lugares en cuanto a desarrollo humano y calidad de vida, parece algo casi imposible pero en Singapur es una realidad. Los singapurenses saben que la clave está en el desarrollo del conocimiento, que sólo se logrará en la medida en que ubiquen a los ciudadanos como el núcleo de todo el progreso. Por eso invierten mucho en educación, por eso han desarrollado un sistema meritocrático y por eso han duplicado en la última década la cantidad de científicos. Hoy cuentan con más de 26 mil científicos, en un país pequeño en territorio y población, pero gigante en conocimiento.

Aunque el contexto de este país asiático haga que su modelo no pueda ser directamente aplicable a nuestra América Latina, podemos seguir el ejemplo en el caso fundamental de la educación: tenemos que duplicar o triplicar la inversión que le destinamos a los sistemas educativos, para tener gente competitiva que nos guíe y nos indique hacia dónde debemos ir para salir de la pobreza y los males del atraso. En la medida en que destinemos más recursos a mejorar la calidad de nuestro capital humano, tendremos la posibilidad de tener mejores industrias, más empleo, menos pobres, menos marginales y menos corruptos en el poder. No hay saltos imposibles cuando la gente sabe hacia dónde ir y cómo hacerlo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

sábado, 26 de noviembre de 2011

Finlandia: del maestro y el alumno al éxito económico

El color de los lagos y la nieve en la bandera finlandesa.

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Aunque el frío corone de nieve una gran parte de su territorio durante largos meses, la calidez humana de Finlandia sobresale por sus logros en materia educativa, económica y social. En un clima adverso que hace muy dificultosa la producción agrícola, los finlandeses se han acostumbrado a explotar en forma sustentable la riqueza que poseen. Desde sus recursos forestales hasta la materia prima más valiosa que poseen -su gente-, han logrado un desarrollo extraordinario en materia de telecomunicaciones, electrónica e ingeniería de vanguardia. Y los fundamentos del desarrollo de este país nórdico que forma parte de la Unión Europea apuntan a dos figuras centrales: el maestro y el estudiante.

Podría parecer utópico, pero los resultados nos hablan de una realidad clara. Lejos de preocuparse por los cotos de poder o los escándalos políticos, los finlandeses han orientado sus esfuerzos hacia los cimientos de la sociedad: la gente. Y lo han hecho a partir de priorizar la educación, la ciencia y la tecnología como los elementos que marcarán una diferencia fundamental en la capacidad de las personas. De ahí que las dos figuras centrales sean el maestro y el estudiante, es decir el que guía y el que aprende a construir en la medida en que va avanzando.

Por el lado del maestro, este ocupa un lugar de privilegio. Los docentes son personajes respetados en la sociedad finlandesa, pues más allá de las remuneraciones que reciben por su trabajo –que no son extraordinarias- tienen un estatus alto frente a las demás profesiones, pues se los considera expertos en su tema, apasionados por su trabajo y guías solidarios para la construcción de todo proyecto que encamine hacia el progreso. No cualquiera puede ser maestro en Finlandia: las exigencias académicas y humanas son muy altas, al punto de que sólo uno de cada cuatro postulantes logra ingresar a la Facultad de Educación de Joensuu, en donde se forma a los docentes. Antes de enseñar, necesariamente deben contar con el grado de maestría y, sobre todo, haber demostrado idoneidad y compromiso para encargarse de la tarea de instruir a quienes se encargarán de construir sociedades.

En cuanto a los estudiantes, un hecho llamativo es la confianza que han logrado desarrollar en cuanto a sus capacidades y sus posibilidades de aprendizaje. Para los niños finlandeses, las matemáticas no aparecen como una amenaza como en la mayoría de los países latinoamericanos. Al contrario, seguros de sus competencias, desarrollan habilidades como algo natural, conscientes de que aprender números es parte esencial de la formación. Por eso siempre aparecen en los primeros lugares en las evaluaciones internacionales. Toda la atención educativa se centra en el alumno, por lo que se busca que tenga condiciones óptimas para el aprendizaje: infraestructura adecuada, libertad de pensamiento, fácil acceso a material educativo y hasta un sistema de transporte –a cargo de los municipios- para que no haya inconvenientes a la hora de llegar a las aulas en tiempos de frío. El objetivo de todo esto: facilitar la adquisición de conocimientos.

Y una actitud que debería ser una lección para los países latinoamericanos fue la que adoptó Finlandia en medio de una crisis económica y ante el inminente colapso de su sistema productivo y el sector financiero: ante la caída de la Unión Soviética –su principal socio comercial-, en 1993 la situación finlandesa se volvió crítica: el sector privado estaba casi en bancarrota, el sector financiero quebrado, el desempleo se disparó y el país parecía hundirse. La reacción fue contundente: duplicaron su inversión en ciencia y tecnología –que hoy llega al 4% del PIB- y en menos de 15 años lograron ubicarse a la vanguardia de las telecomunicaciones, erradicar la pobreza y mantenerse en los primeros lugares en materia de desarrollo humano y calidad de vida. Una inversión estratégica en tiempos de crisis hizo que los científicos y los mejores profesionales logren construir proyectos que generen riqueza, empleo y aminoren la pobreza.

La experiencia de este país es fundamental para comprender por qué las economías latinoamericanas no terminan de despegar y siguen siendo incapaces de erradicar la pobreza, la miseria o la marginación. Los finlandeses lograron corregir la desigualdad gracias a la educación, en tanto los latinoamericanos mantenemos una desigualdad más grave que la de África. Y con una inversión pobre, deficiente y corrupta en materia educativa, estamos lejos del 6% del PIB que destina Finlandia y que no sólo es importante en cuanto a la cantidad, sino sobre todo por la eficiencia de dicha inversión.

En Latinoamérica tenemos más riqueza que en Finlandia, más recursos naturales, menos adversidades climáticas y un enorme potencial de crecimiento, pero nos falta trabajar en el capital fundamental: los recursos humanos. La pregunta es: ¿cuándo empezaremos a priorizar la formación de nuestra gente? De la respuesta a esta interrogante saldrán las explicaciones de la situación de nuestra economía.

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

Foto:blogsdelagente.com. Ver aquí

domingo, 20 de noviembre de 2011

El "Buen Fin": oportunidades y fallas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El “Buen Fin” es un periodo de ofertas de un fin de semana (que se realizó en México), que imita una tradición estadounidense en la cual se hacen descuentos importantes a una serie de productos de diversa índole.

La iniciativa es buena, porque se busca incentivar el consumo. Cuando el consumo crece, la economía mejora porque las industrias, los sectores productivos y los comerciales generan ganancias.

No hay datos determinantes hasta ahora, pero los comerciantes estiman que hubo un incremento de 30% en las ventas durante el “Buen fin”. Igualmente, afirman que esto les ayuda a mantener unos 200 mil empleos, lo cual es una muy buena noticia para un país que tiene al desempleo como uno de los principales problemas económicos.

¿Quiénes hacen las ofertas en el buen fin? Grandes tiendas y, sobre todo, cadenas comerciales. Los productos con descuentos: mayormente electrodomésticos, ropa, artículos informáticos, entre otros.

Algo curioso en este caso es que la gente se excede en los gastos al tiempo que considera que está ahorrando, lo cual parece una contradicción.

Hay un endeudamiento que tiende a confundirse con una ganancia: por una cuestión cultural, la gente considera erróneamente a la tarjeta de crédito como un sobresueldo, es decir como una ganancia adicional, cuando en realidad sus ingresos no han aumentado, de manera que tendrá que pagar todo más adelante sin haber logrado una mejoría.

Quien compró ahora, puede que compre menos en Navidad, lo cual implicaría que no hubo aumento en las ventas sino un simple adelanto de las compras navideñas.

Lo malo: la oferta sólo llega desde las grandes cadenas y beneficia a los que tienen cierto poder adquisitivo: los que cuentan con una salario fijo y recibieron adelanto de aguinaldo, los que poseen una tarjeta de crédito y los que pueden darse el gusto de comprar electrodomésticos o hacer compras por cantidades importantes.

Los que no tienen salario fijo y dependen de la economía informal, no tienen las mismas posibilidades de comprar. Y en un país en donde la mitad de la población está bajo la línea de pobreza, en donde la informalidad supera el 60% y en donde los salarios son muy bajos, las ofertas del “Buen Fin” no ayudan mucho, porque las necesidades reales son otras: mejorar los ingresos, comprar alimentos y poder solucionar problemas de subsistencia.

México figura entre los países de salarios más bajos a nivel internacional: un obrero apenas termina la primaria y por eso no puede tener buenos ingresos.

Los descuentos que se necesitan son en otros rubros: en alimentos, en productos escolares, en bienes y servicios básicos y en todo aquello que aliviane la carga de los que menos tienen y más necesitan. Ciertamente hace falta una campaña que incentive el consumo, pero que apunte a los que más necesitan y que no sea sólo en forma esporádica sino con una duración más larga.

El incentivo del consumo no debe pensarse sólo para mejorar las ventas en los grandes comercios, sino para contribuir a atender las necesidades básicas de la gente que más lo requiere.

Si sólo se facilita el consumo de la gente que posee un nivel de ingresos medio y alto, esto no permeará a los estratos donde hay más carencias. Pero, en cambio, si se facilita la adquisición de productos básicos para los estratos en donde está la pobreza, seguramente podremos mejorar la condición de los pobres y subirlos al siguiente nivel.

(*) Periodista y profesor universitario

Comentario económico emitido en el Noticiero de Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán, Jalisco, México.

Noruega: el sueño de un país sin pobres



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Parece difícil visualizarlo. Y hasta suena como una utopía moderna, vista desde las carencias de América Latina. Pero en Noruega lo sienten: es el país donde mejor se vive, con los indicadores de desarrollo humano más altos del planeta; no tiene pobreza, prácticamente ha erradicado la corrupción y goza de los mejores sistemas sanitarios y educativos del mundo. Los estudios dicen que los noruegos son los más felices a nivel mundial, pues tienen la mejor educación, buena salud, seguridad, bienestar y un Estado eficiente que se preocupa por su gente. El desempleo parece más un concepto de manual que una realidad, y el ingreso per cápita se mantiene entre los más altos.


No resulta novedoso que un estudio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ubique a Noruega como el lugar donde hay mejor calidad de vida, pues esto ha venido sucediendo en las últimas tres décadas. Por encima de potencias como Estados Unidos, Japón o Rusia, este país nórdico es una muestra de educación, trabajo y equidad en la generación de oportunidades.

Además del orden, el factor determinante del modelo noruego se encuentra en la educación de su gente. De cada 100 niños que ingresan a la primaria, prácticamente todos terminarán la secundaria. Los índices de deserción escolar son insignificantes, porque todas las condiciones favorecen a la formación. Con los impuestos que pagan -mucho más elevados que los latinoamericanos- tienen asegurado que sus hijos irán a las mejores escuelas, que tendrán asistencia de salud eficiente y segura, y que pueden caminar libremente por las calles, sin la amenaza de la inseguridad. Con un Estado que se preocupa por cada uno de sus ciudadanos, la formación no es una dificultad sino una enorme facilidad: paso a paso van construyendo un profesional a partir de cada niño que va a la escuela.

El manejo estratégico de los recursos es uno de los grandes secretos: con una presión tributaria del 60% -entre 3 y 6 veces más que en Latinoamérica, en donde la presión va del 10 al 20%-, los noruegos se sienten satisfechos por el resultado de sus contribuciones, pues ven los logros en escuelas de primer nivel, hospitales bien equipados y con profesionales idóneos, calles seguras y un sistema de bienestar que impide que su gente caiga en la pobreza. Un ejemplo de la visión estratégica noruega lo tenemos con el petróleo. A partir de su descubrimiento, en 1969, se planificó minuciosamente cómo se explotaría esta riqueza natural y cuáles serían los destinos de los ingresos que se obtuvieran. Hoy, Noruega es uno de los principales productores petroleros del mundo, lo que genera 200 mil empleos, ha desarrollado la industria, así como tecnología de vanguardia en el sector, en tanto sigue invirtiendo los petrodólares en proyectos que beneficien a toda la sociedad.

El modelo noruego no sólo es de explotación de recursos o generación de ingresos, sino que busca la sostenibilidad de la calidad de vida, cuidando el medio ambiente y haciendo que la gente esté en condiciones de producir, que tenga acceso a los conocimientos necesarios para competir y no caer en la marginalidad y la pobreza. Y todo esto es posible gracias a la conciencia de su gente, lo que deriva de una educación de calidad y que permite minimizar la corrupción, las expresiones de violencia, la inseguridad y muchos otros males propios de las sociedades modernas.

El ejemplo noruego, más allá de discutir un ajuste del modelo a nuestros casos particulares, debería permear en nuestros actos en cuanto a lo que podemos hacer a partir de lo que tenemos. Los recursos naturales y los ingresos son enormes: el petróleo en Venezuela, Ecuador y México, el gas en Bolivia, el cobre en Chile y la energía eléctrica en Paraguay, son apenas algunos ejemplos del enorme potencial económico que se tiene, pero que no ha llegado a trascender a todos los estratos de la sociedad, lo que se nota con los indicadores que nos hablan de desigualdad, pobreza, desempleo y atraso.

Nos falta aprender a planificar mejor, a interpretar la dirección de los tiempos y a utilizar nuestros recursos –que nos sobran- para emprendimientos que ataquen el fondo de los problemas: la marginación de numerosos sectores sociales, que no son capaces de conseguir un buen empleo o producir competitivamente, sencillamente porque no tuvieron la posibilidad de educarse. Planificar la sociedad que queremos, aprovechar nuestras riquezas y construir nuestros cimientos sobre la base de lo que somos: parece sencillo, pero no lo hemos hecho hasta ahora. ¿Podemos empezar?

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

Fotografía tomada de Galerías Digital. Ver aquí