lunes, 2 de marzo de 2015

Privilegios que excluyen

Por Héctor Farina Ojeda 

La situación de vulnerabilidad de los jóvenes ante el mercado laboral no es una novedad. Por escasas oportunidades de empleo, por falta de preparación o por herencia de un sistema de privilegios que excluye y margina, la juventud se ha mantenido como una esperanza de cambio dentro de un contexto que se niega a cambiar. Es decir, las ventajas de contar con una población joven, en condiciones de producir, innovar y revolucionar la economía parecen no hacer mella en un mercado acostumbrado al clientelismo y a un enredado mecanismo de selección que no se basa en la capacidad. 

En México hay 12.2 millones de jóvenes que tienen problemas para conseguir un empleo decente, con seguro, salarios dignos y reconocimiento laboral. Esto lo dijo Leonard Mertens, representante de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), quien añadió que el 70 por ciento de los jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad. En este contexto, hay que considerar que el desempleo juvenil es de 9.5 por ciento, el doble que el desempleo general, y que además de las dificultades para conseguir trabajo tenemos que considerar la precariedad, la inestabilidad y, en muchas ocasiones, la carencia de una formación adecuada para acceder a los puestos mejor remunerados. 

Detrás de los problemas de empleo de la juventud hay una larga lista de factores desatendidos, como la educación de calidad, el desajuste entre la formación universitaria y los requerimientos del mercado laboral, los problemas vocacionales, así como la falta de planificación estratégica del futuro de la economía. Pero también hay un sistema de privilegios que funge como puerta de entrada al mercado laboral: el clientelismo, el amiguismo, nepotismo, compadrazgo o, como diría Fernando Escalante Gonzalbo, “el muégano”, son mecanismos perversos que condicionan el empleo a algo diferente a la idoneidad. 

En su libro “Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México”, este sociólogo esboza la “teoría del muégano” como una forma en la que cual todo se basa en un sistema de favores, privilegios y acuerdos irregulares para los amigos, los conocidos, los cómplices. Esto implica dejar de lado la idoneidad y priorizar los favores, la lealtad y la capacidad de romper las reglas para beneficiar a alguien que luego, seguramente, hará lo mismo para devolver el favor. Si pensamos en este pegajoso mecanismo del muégano que afecta a toda la sociedad, no debe extrañarnos que los jóvenes se confundan y pierdan el sentido de la educación, de la formación profesional, la ética y la idoneidad. 


Mantener un sistema de privilegios no sólo equivale a excluir a una gran parte de la población, sino que carcome los fundamentos de la economía al hacerla menos competitiva, menos justa y con menores probabilidades de resolver graves conflictos como la pobreza. Las economías exitosas se construyen sobre la base de la gente idónea, preparada y comprometida, por lo que tenemos que devolverle a los jóvenes la posibilidad de cambiar a partir de su propia capacidad.

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