lunes, 16 de febrero de 2015

Pobres y estancados

Por Héctor Farina Ojeda

Una noticia que debería escandalizarnos parece haber pasado desapercibida hace unos días. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) advirtió que se estancó la reducción de la pobreza en Latinoamérica, y esto afecta particularmente a México, en donde no ha habido avances importantes. En otras palabras, el organismo nos dice algo que sabíamos: los pobres siguen pobres y estancados, pese al crecimiento económico y los programas de apoyo a los sectores necesitados. Los datos indican que la pobreza multidimensional (que no sólo incluye ingresos monetarios, sino problemas de empleo, protección social y rezago educativo), en México fue del 41 por ciento de la población en 2012 (no hay datos actualizados).

Detrás de estos datos, hay problemas de fondo no resueltos, como los bajos salarios y la inequidad en la distribución de la riqueza. Por eso, aunque la economía mexicana logre recuperar índices de crecimiento importantes, seguramente no sólo no servirá para disminuir la pobreza sino que ahondará la brecha entre ricos y pobres. México es un ejemplo de que el crecimiento de la economía en su conjunto no equivale a menos pobres, pues la riqueza que se genera termina en pocas manos. Y tenemos muchos ejemplos de ello, como el hecho de que tras la crisis de 2009 los primeros en recuperarse fueron los ricos, en 2011, en tanto los pobres no se han recuperado ni parece que vayan a hacerlo en 2015 o 2016.

Mientras organismos nacionales e internacionales -como la misma Cepal- confían en que este año la economía mexicana crecerá 3 por ciento, el optimismo se pierde al pensar en la gran pregunta sin respuesta: ¿cómo hacer para que la mejoría llegue a los pobres? Ciertamente, las noticias dan cuenta de la recuperación mexicana, de la bonanza que generará el buen momento estadounidense y de proyecciones importantes, pero esto sigue sonando lejano para cerca de la mitad de la población que, bajo mediciones de toda índole, sigue en la pobreza. 

Una prioridad que deberíamos asumir todos es centrar la mirada en las políticas sociales y buscar soluciones que vayan más allá de esperar una derrama económica o conceder paliativos en forma de asistencia o ayuda esporádica. La gente necesita educación de calidad, salud y la posibilidad de tener un empleo que asegure un ingreso digno, porque sin esto no importará cuánto se incremente el PIB o cuántas inversiones lleguen al país. 


La urgencia de la economía mexicana no son los indicadores sino trabajar con la gente, devolverle la oportunidad de salir de la pobreza y el atraso. No es tolerable que la pobreza afecte sobre todo a los jóvenes, así como que el desempleo juvenil sea el doble que el desempleo general. Esto es una advertencia en color rojo intenso: hay que construir una juventud y una ciudadanía que tenga condiciones de generar riqueza y hacer una distribución más justa, o de lo contrario seguirán los escandalosos niveles de exclusión e injusticia que periódicamente se representan con diagnósticos y mediciones de la pobreza. 

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