
Prófugo de la justicia, las ironías del destino o del inconsciente llevan a Casanova a esconderse en Bolzano, en donde se encuentra la única mujer a la que realmente ha amado. Ni el paso de los años, ni la soberbia hipocresía que caracteriza a su personalidad pudieron sacar a Francesca de su mente, quien, ahora casada con un anciano, también mantiene la vigencia de su amor. El drama se agudiza cuando el anciano ofrece dinero y protección al necesitado Casanova, a cambio de matar la ilusión en el corazón de Francesca, una mujer a la que ama pero a la que no supo amar.
¿Cómo podemos construir nuestra felicidad sin destruir la de los demás? ¿Cómo pueden ser felices los demás sin destruirnos? La experiencia de Casanova nos enseña que la línea entre construir y destruir la felicidad es muy fina, así como que la pasión no siempre corresponde al amor. En un mundo imperfecto de personas imperfectas, se construye con un intercambio permanente de virtudes y defectos, y en muchas ocasiones se debe renunciar a lo que más se quiere para tener una esperanza. Lo malo es que muchas veces, como le pasó a Casanova, terminamos construyendo los elementos que finalmente destruirán la felicidad que creemos alcanzar.
Héctor Farina
2 comentarios:
Por Juan Carlos Bareiro:
Destruir lo que se ama... amar lo que se destruye... más que un remanida retórica, nadie podrá darle la respuesta que implica, sin admitir que en todo amor consumado hay una interacción amorosa de la que resulta que ambos ya no son los mismos ("Tu amor me hace distinto, mi amor te hace distinta").
No he leído este libro del cual su comentario, profesor, me despierta tremenda ansiedad, pero una vez más me remite a aquella "Insoportable levedad...", donde Teresa y Tomás van consumiéndose.
Por lo demás, siempre me genera curiosidad saber más del admirado y no menos envidiado Casanova, aunque yo tenía a Enriqueta como a su inefable amor, no a Francisca, como lo plantea en esta novela, Márai.
Con la estima de siempre.
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