domingo, 7 de octubre de 2012

Venezuela, burbujas y contrapesos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La situación venezolana representa una de esas contradicciones entre el discurso y los hechos que no deja de generar ruido. Un país rico en recursos naturales, con ingresos petroleros suficientes para convertirse en un modelo de progreso y bienestar, sin embargo parece vivir en medio de burbujas, contrasentidos y poderosas anclas que limitan en forma notable el gran salto. Las bonanzas generadas por el precio internacional del petróleo tienen un olor a coyuntura y beneficio temporal si vemos los resultados en materia educativa, los niveles de competitividad y la situación de pobreza.

Se trata de un país con una larga tradición petrolera que tiene una dependencia muy fuerte de los ingresos por la exportación de combustibles, por lo que los precios internacionales juegan un papel preponderante para oxigenar a toda la economía. El año pasado se logró un crecimiento de 4,2%, tras dos años sin repunte, en tanto para este año se prevé una mejoría de 5%. Las oscilaciones de la economía hacen pensar que hay mucha dependencia de lo externo y que hace falta solidez interna. Veamos algunos datos al respecto.

La inflación venezolana el año pasado fue de 27,6% -con un incremento promedio de 34% en alimentos-, lo que nos habla de que el encarecimiento del costo de vida afecta más a los que menos tienen y que se lleva una buena parte de los ingresos. Las subas de precios en Venezuela son las mayores de América Latina en los últimos años. Esto hay que pensarlo en un contexto donde el desempleo es del 7,9%, la pobreza afecta al 27,8% de la población -según los datos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal)- y hay una pérdida del poder adquisitivo debido a los bajos salarios. Un dato importante es la reducción de la pobreza que ha experimentado este país, que hace 13 años era del 49%. Es decir, hubo una reducción de la cantidad de pobres, pero los altos precios, los malos salarios y otros factores hacen que esa reducción sea muy frágil.

Y cuando pensamos en que los millonarios ingresos petroleros deberían transformarse en estabilidad y proyección al futuro, los datos nos ponen en una contradicción: mientras el gobierno de Hugo Chávez asegura que invierte 10% del Producto Interno Bruto (PIB) en educación, la Ley de Presupuesto establece que se planificó sólo un 2,8% para 2011 y que esto se redujo a 2,4% del PIB en 2012, según los informes del Observatorio Educativo de Venezuela. El discurso oficial y los datos oficiales no coinciden. Esta incongruencia no es nueva: en su libro "Basta de historias", el periodista Andrés Oppenheimer dice que los datos oficiales son desconocidos o refutados por organismos internacionales y que, de acuerdo a cálculos basados en datos oficiales, cada año el gobierno de Chávez destina un promedio de 14.500 millones de dólares para "donaciones políticas" a otros países, en tanto se ha ido reduciendo la inversión en ciencia y tecnología.

Un indicador interesante es que el número de patentes registradas cayó de 794 en 1998 a sólo 98 en 2008. Y, actualmente, Venezuela es el país más atrasado en registro de patentes en toda América Latina y es uno de los últimos a nivel mundial: de un total de 141 países, ocupa el lugar 118, según un ránking realizado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de la ONU. Igualmente, es el país latinoamericano menos competitivo, pues ocupa el lugar 126 de un total de 141 países. Y un dato más duro es que es el país peor posicionado a nivel mundial en cuanto a libertades económicas: está en el sitio 144 de un total de 144 países estudiados por el Fraser Institute de Canadá.

El caso venezolano es representativo de las economías poco planificadas y dependientes de coyunturas: el auge de los ingresos petroleros es una burbuja de oxígeno que, tarde o temprano, se acabará y que por sí misma no es suficiente para mantener beneficios para la gente. Con los millonarios recursos y sin una inversión real que mejore la educación, la investigación, la ciencia y la tecnología, y la competitividad, no se logrará más que una economía poco sólida y dependiente de dádivas. Los países que se dicen ricos por sus recursos o sus ingresos, en realidad son pobres si no logran que esa riqueza se transforme en beneficio a largo plazo para la gente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Uruguay, en el sendero de los buenos pasos



Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía uruguaya, pequeña como la dimensión territorial del país, ha presentado signos alentadores en los últimos años. Sin el gran ruido que hacen otras naciones en cuanto a reformas y promesas futuristas, este país está haciendo un giro tan discreto como llamativo hacia una economía con proyección en el tiempo. Tradicionalmente basado en la industria alimenticia y en la fabricación de productos de madera y papel, así como en la ganadería, en la región ha venido destacando por la industria del software, lo que implica un rubro vinculado al conocimiento y la preparación de la gente, y no sólo a la explotación de recursos naturales.

Con un sistema financiero sólido y estable -algo difícil de lograr en una región marcada por la inestabilidad y la informalidad-, Uruguay está ganando la confianza de los inversionistas y se está posicionando como uno de los destinos favoritos en la región para la radicación de inversiones. Detrás de estos movimientos de capital, hay datos interesantes que nos permiten inferir los motivos que vuelven atractiva la economía uruguaya.

Tras la crisis de 2002, la economía ha mantenido una tendencia de crecimiento. El año pasado el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) fue de 4,5%, en tanto para este año se estima un repunte de alrededor del 4%, y para el 2013 también de 4%. A pesar de un contexto internacional marcado por la crisis de Europa y Estados Unidos, los números se mantienen favorables.

Pero los verdaderos logros no se ven en los grandes indicadores sino en el aspecto social: según el informe titulado "Panorama social de América latina 2011", realizado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Uruguay destaca entre los cincos países con mayor disminución de la pobreza entre 2009 y 2011, junto con Perú, Ecuador, Argentina y Colombia. Un dato revelador es que entre 2002 y 2010, la pobreza en el país de los charrúas se redujo de 15,4% a 8,6%.

Esto demuestra que los buenos números macroeconómicos están permeando hacia la sociedad, de tal manera que se logra disminuir la pobreza, minimizar la desigualdad y redistribuir los ingresos. La CEPAL menciona, en el informe citado, que Uruguay es uno de los países que presentan mejores niveles de seguridad social, de gastos en políticas sociales y que, mediante ello, está disminuyendo en forma constante la desigualdad.

Y en el contexto de las políticas sociales, la inversión educativa en busca de ampliar y mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje es quizá el aspecto más vital para la economía de este país. De acuerdo a los datos de la Unesco, mientras la mayoría de los países latinoamericanos invierten 200 dólares al año por habitante en materia educativa, Uruguay invierte 1000 dólares por habitante. Con esto se ha logrado prácticamente que el 100% de los niños tenga acceso a la educación primaria, aunque -evidentemente- todavía resta mucho por hacer para lograr los estándares de calidad de los país más desarrollados. Con proyectos como el Plan Ceibal -impulsado por el gobierno de Tabaré Vázquez- se ha facilitado la incorporación de las nuevas tecnologías a las escuelas.

Lo interesante del modelo uruguayo es que, a sabiendas de sus limitaciones, busca posicionarse en campos que hagan de contrapeso a las economías más grandes: estabilidad financiera, seguridad para las inversiones, calidad educativa y un intento por saltar a la economía del conocimiento. Los cambios se perciben desde el discurso presidencial de un ex guerrillero que habla de educación como el arma para el progreso de la gente.

Aunque ciertamente sabemos que las economías latinoamericanas se encuentran todavía muy rezagadas frente a las economías desarrolladas, hay iniciativas que debemos emprender para encaminarnos hacia estadios de mayor progreso: invertir más en políticas sociales -fundamentalmente educación-, incentivar el desarrollo de la ciencia y la tecnología, para posicionarnos en la economía del conocimiento, y sobre todo hacer de estas iniciativas una política de Estado, con planificación y visión de futuro. Hay buenos signos en la región. Ahora nos falta convertirlos en modelos de desarrollo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Argentina, la promesa permanente

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las principales promesas de desarrollo y progreso en América Latina siempre estuvo en Argentina. Este país, de notables riquezas naturales y de un gran potencial humano, ha pasado por etapas de auge que hoy contrastan con los resultados que ofrece. Históricamente es uno de los principales productores de granos y fue considerado “el granero del mundo” por su extraordinaria producción de cereales, oleaginosas y alimentos en general. A principios del siglo pasado, era una economía poderosa y con grandes perspectivas, fundamentalmente debido a su producción agrícola, pero en la medida en que la riqueza fue dejando de depender de la agricultura, dejó de ser uno de los países más ricos para convertirse en uno que siempre vive en emergencia, como potencia y como promesa.

Algo fundamental para comprender el cambio de la perspectiva argentina es la constitución de la riqueza en los tiempos actuales: a nivel mundial, dos terceras partes de la riqueza dependen del conocimiento aplicado al sector de servicios, en tanto cerca del 30% corresponde a la industria y sólo el 4% a la agricultura. Esto explica por qué Argentina tenía tanto potencial hace 100 años, cuando la producción primaria alcanzaba a representar hasta el 60% de la riqueza, y producir alimentos para un mundo necesitado era un negocio de dimensiones muchos mayores. En cambio, en una era en la que el conocimiento se ha vuelto el capital más importante para la generación de riqueza, los resultados ya no dependen de la explotación de recursos naturales, por lo que un país con problemas educativos tiene serias limitaciones para el progreso y el desarrollo.

Precisamente, uno de los aspectos más llamativos de la Argentina es que siempre fue un referente de la alfabetización y la cultura, pero en las últimas décadas ha disminuido su calidad educativa y hoy aparece rezagada frente a otras naciones. A tal punto llega el conflicto, que el ex rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Guillermo Jaim Etcheverry, en su libro “La tragedia educativa”, dice que Argentina es hoy una “sociedad contra el conocimiento”. La caída del nivel académico se debe quizá a la politización de la educación y presenta una aparente contradicción: pese a que tienen una de las universidades más grandes y más representativas de América Latina ( la UBA ), prácticamente han desaparecido de los rankings internacionales de las mejores universidades del mundo.

Debido a esto, el periodista Andres Oppenheimer, en su libro “¡Basta de historias!”, califica a la Argentina como “el país de las oportunidades perdidas”. Con el descuido hacia la educación y la pérdida de nivel de sus universidades, los resultados se notan en una economía menos competitiva, con menor capacidad de innovación y con enormes conflictos para impulsarse en la economía del conocimiento. Un dato revelador es que el proporcionó recientemente el Foro Económico Mundial: Argentina cayó 9 posiciones en el Ranking Mundial de Competitividad, ya que del lugar 85 pasó al 94.

Estos datos pintan un panorama de enorme potencial pero de muchas limitaciones. Pese a que el Producto Interno Bruto (PIB) se ha incrementado en forma sostenida durante la última década, eso no es suficiente para garantizar que la economía sea sólida y que permita revertir la pobreza y la desigualdad, que son dos males que siempre persiguen a esta nación.

El caso argentino es representativo de una imperiosa necesidad de los latinoamericanos: pasar de modelos productivos basados en la explotación de recursos naturales a un modelo en donde el conocimiento sea la base de la generación de riqueza. Las fuentes de riqueza han cambiado radicalmente en esta era de la información, por lo que pese a que tengamos tierras fértiles, petróleo o energía eléctrica en abundancia no lograremos convertir eso en justicia social, equidad o desarrollo si no tenemos un nivel educativo de primer nivel.

La caída del nivel educativo es directamente proporcional al incremento de la desigualdad, que hace que pese a vivir en un continente rico tengamos más desigualdad que África. Debemos comprender que la riqueza del mundo ya no pasa por la venta de materia prima sino por la generación de sociedades instruidas, competitivas e innovadoras, por lo que urge recuperar la calidad de nuestras universidades, recuperar a nuestros cerebros, nuestros científicos y educadores, en una campaña para erradicar la verdadera causa de la pobreza: la ignorancia.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Ecuador, dependencia y competitividad


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre los muchos factores que constituyen una economía, la convergencia de ellos en el caso de Ecuador muestra un patrón común latinoamericano que hace que este país tenga oportunidades y problemas similares a otros países de la región. Con mucha riqueza natural, con un buen potencial de crecimiento y con urgentes necesidades para minimizar la pobreza, la situación ecuatoriana es digna de análisis.

Por un lado, tenemos una economía que ha crecido en los últimos años: 3,8% en 2010 y 7,8% en 2011, en tanto para este año las proyecciones son de entre 3,3% -según el Banco Mundial- y 4,8% -según el Gobierno-. Al igual que los países sudamericanos, Ecuador tiene pronósticos favorables amenazados por la incertidumbre de la economía de Estados Unidos y la crisis europea. Precisamente, uno de los aspectos preocupantes es la dependencia de las exportaciones del petróleo, que representan el 40% del total exportado, así como la estrecha relación con el mercado norteamericano, que es el destino de alrededor del 45% de todo lo que se vende al exterior.

Además del petróleo, exportan banano, flores, harina de pescado, jugos y conservas y tabaco, los cuales mantienen precios oscilantes en el mercado internacional y que a menudo se ven afectados por una coyuntura no favorable. Tenemos así una economía con riqueza, con exportaciones pero con un problema de fondo: bajos niveles de competitividad. De acuerdo al Ranking de Competitividad del Foro Económico Mundial, Ecuador ocupa la posición 101 de un total de 142 economías evaluadas. En otras palabras, falta un dinamismo propio más sólido que les permita a los ecuatorianos mayor seguridad económica y menor dependencia de ingresos externos.

Y como contrapeso, las necesidades de la población ecuatoriana se traducen en niveles de pobreza de 28,6% (según cifras oficiales), en tanto alrededor del 16% se encuentra en pobreza extrema. En cuanto al trabajo, las tasas de desempleo no son elevadas (5%), pero el subempleo es alto (44,2%), lo que indica que si bien hay puestos laborales no son suficientes para generar los ingresos que necesita la población, pues faltan empleos de tiempo completo.

Y como reflejo de los latinoamericanos, los indicadores de inversión educativa e inversión en ciencia y tecnología muestran el rezago característico de las economías emergentes. Aunque las cifras oficiales indican una inversión actual de 5,3% del Producto Interno Bruto (PIB) en materia educativa, todavía hace falta mucho para lograr una calidad educativa que permita mejorar la competitividad de la economía. Y a esto hay que sumarle una casi nula inversión en ciencia y tecnología del 0,47% del PIB, que refleja el atraso en el campo de la investigación y la generación del conocimiento.

Cuando vemos el caso de Ecuador no podemos dejar de pensar en una América Latina que ha repetido un patrón común desde hace mucho tiempo: dependencia de ciertos rubros, explotación primaria de recursos naturales, poca competitividad, niveles bajos de educación y atraso en ciencia y tecnología. Los demás resultados vienen por añadidura: desigualdad en la distribución de la riqueza, pobreza y desarrollo insuficiente para hacerle frente a las necesidades de la gente.

Ya casi es redundante decir que necesitamos mejorar los niveles educativos e invertir más en ciencia y tecnología, puesto que es una fórmula conocida, por lo que deberíamos preguntarnos qué es lo que nos falta para dar el paso inicial y girar nuestras economías subdesarrolladas hacia una economía del conocimiento.

Es evidente que no se trata sólo de riqueza ni de condiciones, sino que hay algo más que nos hace falta. Quizá nos falte esa conciencia aleccionadora que nos indique que ir hacia la economía del conocimiento no es sólo una cuestión de modelos económicos sino de supervivencia. Mientras países que antaño eran pobres, como Singapur o Corea del Sur, ahora han logrado niveles elevados de desarrollo gracias a la inversión en su gente, en América Latina seguimos en el discurso, en la reproducción de la pobreza, en el apego a viejos modelos que no funcionan y vicios que nos mantienen en el atraso. La gran pregunta es cómo romper el molde y dar el paso fundamental. Eso siempre queda pendiente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay,

domingo, 2 de septiembre de 2012

Colombia: café, flores e incertidumbres

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las economía colombiana, marcada por el aroma del café y de las flores, presenta rasgos característicos de los países latinoamericanos: dependencia del sector agrícola y de la exportación de materia prima y productos básicos, mucha riqueza en cuanto a recursos naturales, un enorme potencial de crecimiento y todavía mucho por hacer para consolidar una economía que permita revertir los niveles elevados de desigualdad que se evidencian con más del 35% de su gente en situación de pobreza. Además de las exportaciones del petróleo, del café, los minerales, las flores y otros rubros, los colombianos ahora tienen en las remesas a una de sus principales fuentes de ingreso.

Al igual que la mayoría de las economías de la región, Colombia se encuentra en un proceso de recuperación lenta pero sostenida, tras la crisis global que tuvo su punto más agudo en 2009. En este contexto, aparecen dos urgencias: generar empleos y disminuir la pobreza. Por el lado del empleo, el presidente Juan Manuel Santos informó hace unos días que se habían creado más de dos millones de puestos de trabajo en los dos últimos años -a contracorriente de lo que ocurre en los países europeos-, en tanto por el lado de las necesidades sociales tuvo que admitir que la pobreza sigue afectando a uno de cada tres colombianos, es decir, 14 millones de personas.

Los pronósticos del gobierno del país cafetero indican que este año la economía tendrá un crecimiento de 4,7%, en tanto para 2013 se continuará la tendencia con un repunte de alrededor de 4,4%. Sin embargo, estos indicadores se presentan en un contexto de advertencias: la caída del precio internacional del petróleo, las oscilaciones de la cotización de los rubros agrícolas y materia prima, la disminución de las remesas (sobre todo por la crisis de Europa y Estados Unidos) y la pérdida de la confianza de consumidores e inversionistas podrían afectar las proyecciones para los siguientes años. En un escenario de mucha dependencia de factores externos, la incertidumbre forma parte de cada proyección.

A pesar de que siempre se identifica a Colombia como el país del café, este rubro hoy no se encuentra en su mejor momento, en tanto la mayor fuente de ingresos la constituye el petróleo. La producción de café está a la baja desde hace cuatro años, además de que los productores han mermado sus ingresos debido a los menores precios y la revaluación de la moneda colombiana. Sólo el año pasado la producción de café disminuyó 12%: se produjeron 7,8 millones de sacos de 60 kilos, mientras que en 2010 la cifra fue de 8,9 millones de sacos. No obstante, el país sigue siendo referente en calidad de café y está trabajando para incrementar su volumen de producción.

Pero si hablamos de rubros no tradicionales para los latinoamericanos, un caso emblemático es el de las flores. Colombia es el segundo exportador de flores a nivel mundial -sólo superado por Holanda- y el año pasado esto representó ingresos superiores a los 1.260 millones de dólares. Unas 1.600 especies de flores se envían a 88 países, haciendo de este rubro una fuente de empleos para mucha gente.

En contexto, el caso de este país refleja muchos de los problemas de las economías latinoamericanas: la dependencia de la exportación de recursos naturales como materia prima o como productos con poco valor agregado, la falta de dinamismo propio para hacerle frente a las coyunturas del mercado global y todavía muchos resultados pendientes en materia de disminución de la pobreza, de equidad en la distribución de ingresos y en la construcción de modelos económicos que garanticen más y mejores empleos. Todavía hace falta trabajar mucho en la competitividad, en la calidad educativa y en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

Los latinoamericanos sabemos -desde hace mucho tiempo- que con economías dependientes de la exportación de materia prima o con la simple explotación de recursos naturales no lograremos revertir los niveles de pobreza y desigualdad. Sin embargo, seguimos retrasados en un mundo que exige que ingresemos a la economía del conocimiento. Seguir apostando por ingresos coyunturales y por recursos que alguna vez se acabarán no es suficiente para países que tienen la urgencia del progreso y la justicia social.

Al igual que Colombia, los países latinoamericanos tienen un enorme potencial por desarrollar. Pero necesitamos dar pasos fundamentales que siempre postergamos: más educación, más visión de futuro y menos corrupción.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 19 de agosto de 2012

Panamá: el crecimiento y el reto de la desigualdad


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las economías latinoamericanas se caracterizan por esa posición complicada de la emergencia, en donde se contraponen las grandes oportunidades de desarrollo y las anclas que terminan por mantener en el fondo sino a todos, al menos a buena parte de la población. Panamá no es una excepción, pues goza de indicadores económicos envidiables que pronostican un futuro próspero, al mismo tiempo que sus niveles de desigualdad y de fallas en la educación pintan un panorama no muy alentador para un porcentaje importante de la gente.

Comencemos por las bonanzas: el gobierno panameño prevé para este año un crecimiento económico de 10%. Esto se sumaría al repunte del año 2011, cuando el Producto Interno Bruto (PIB) se incrementó 10,6%. Panamá tiene un ritmo de crecimiento sostenido desde hace más de 20 años, y solo en los últimos cinco años su promedio fue de 8,9%, muy por encima del promedio de América Latina. Y la perspectiva futura se mantiene favorable, con un pronóstico de 8% de repunte para 2013.

La estrategia de este país centroamericano está basada en la explotación de sus enormes oportunidades comerciales: teniendo al Canal de Panamá como punto de partida para facilitar el comercio internacional, ha desarrollado servicios de logística, comunicaciones, transporte y finanzas que no sólo favorecieron la cuestión comercial sino que impulsaron la atracción de inversiones extranjeras y el turismo. Los panameños saben cómo facilitar las importaciones, el paso de mercaderías y el tránsito por su territorio con miras a los grandes mercados mundiales. Y uno de sus aciertos fue convertir al país en un centro aéreo, con lo que ha mejorado notablemente la confianza para operar en su territorio y de paso generar una afluencia importante de turistas.

De acuerdo a los datos de diferentes organismos internacionales -como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Naciones Unidas y el Banco Mundial (BM)- es el país con los ingresos por habitante más altos de Centroamérica. Visto desde la perspectiva de su potencial, algunos dicen que podría ser "la Singapur de América", aunque todavía hay algunas diferencias notables que limitan este futuro que parece muy prometedor.

Uno de los grandes problemas de fondo es la desigualdad: mientras los indicadores muestran crecimiento, la pobreza sigue afectando a una buena parte de la población, que vive en condiciones precarias y en un ambiente rural de pocas oportunidades, lejos de la concentración de la riqueza en las grandes ciudades. Los datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) dicen que la pobreza afecta al 26% de la gente, en tanto otros estudios sitúan la cifra por encima del 30%. Aquí tenemos el reflejo de dos realidades: una en donde hay mucho comercio y un incremento de la riqueza, y otra en donde dicha riqueza no llega y en donde las limitaciones pueden más que las inversiones extranjeras y los flujos de capital.

La calidad de la educación es un problema serio en Panamá, pues la riqueza no llegará a los pobres mientras estos sigan sin tener preparación y sin saber aprovechar las oportunidades. Al igual que en la mayoría de los países latinoamericanos, los sistemas educativos siguen siendo precarios y con muchas deficiencias, por lo que un segmento importante de la población carece de las condiciones necesarias para conseguir un buen empleo, para emprender o para competir en un mercado laboral que necesita gente con preparación.

Observar la realidad panameña debe servirnos para asumir que más allá de las bonanzas económicas que tienen nuestros países tenemos desafíos muy grandes que debemos afrontar. Lo primero es revertir esa condición de desigualdad que hace que cada vez que haya un buen momento económico terminemos por generar más pobres y más exclusión. Cuidar los indicadores macroeconómicos no le alcanza a una Latinoamérica a la que le urge devolverle la oportunidades a la gente. Así como hizo Singapur o como lo hacen los países nórdicos, deberíamos empezar por igualar a la gente en materia educativa, por tener una formación incluyente y de mayor calidad, para así minimizar esa enorme brecha que tenemos entre los que concentran la riqueza y los excluidos, entre los que saben aprovechar oportunidades y los que quedan a merced de su falta de conocimiento.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 12 de agosto de 2012

Costa Rica, un país interesante


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Llamativo, exótico e interesante. Costa Rica es uno de esos lugares en donde se combinan factores atractivos que despiertan la curiosidad y acaso la envidia. Es una de las democracias más antiguas, con una marcada estabilidad política, muy distante de las democracias latinoamericanas endebles que, confusas y propensas a lo indefinido, nos acostumbraron a lo imprevisible. Como toque de distinción, mientras los gobiernos latinoamericanos se militarizaban y hasta empotraban dictaduras empuñando las armas, Costa Rica abolió su ejército hace más de 60 años. La de idea de nación era clara: las victorias armadas no eran las importantes, sino que habría que ganar batallas en el campo educativo para que el beneficio se extienda a la sociedad.

Hoy en día es uno de los países más alfabetizados de América Latina y ha ido mejorando sus niveles de calidad educativa. Pasar de los presupuestos militares a la inversión en educación ha generado una sociedad más próspera y menos tendiente al conflicto. Y como resultado de la apuesta a la educación, no sólo han mejorado los niveles de productividad y competitividad en materia de recursos humanos, sino que han generado un clima atractivo para la inversión de las empresas que requieren de mano de obra calificada, como las grandes compañías productoras de tecnología. Los beneficios sociales son importantes, aunque todavía la pobreza sigue afectando a alrededor del 20% de la población, de acuerdo a los datos de Naciones Unidas.

Los “ticos” no sólo se están adelantando al resto de los países latinoamericanos en su carrera hacia la economía del conocimiento, sino que han sabido aplicar buenas estrategias para el aprovechamiento de sus recursos naturales. Precisamente, sus volcanes, bosques y parques nacionales en general son un atractivo que ha convertido al país en uno de los pioneros del ecoturismo, en tanto se suman ingresos superiores a los 2 mil millones de dólares por año en materia de turismo. De esta manera, al sumar los beneficios de la educación, los ingresos por turismo, la inversión extranjera y el desarrollo de la industria de alta tecnología, Costa Rica presenta factores importantes que apuntan a que el país siga una ruta de progreso y mejoría de las condiciones de vida de su gente.

Hablar de lo “orgullosamente tico” es referirse a una marca país que se traduce en seguridad, calidad y respeto. Es uno de los países más seguros de América Latina –según el Índice de la Paz Global 2012- y respetado por sus cuidados al medio ambiente, por las libertades de las que gozan los ciudadanos y por la apuesta permanente que se hace por la educación.

Costa Rica se encuentra actualmente en un proceso de recuperación económica, tras la crisis global que hizo sentir sus efectos en el país en 2009. Con un crecimiento promedio del 4% en los últimos dos años y con una buena generación de empleo, los indicadores son alentadores aunque todavía insuficientes para cubrir todas las necesidades de una economía emergente.

Hay muchos factores interesantes que aprender de los ticos. Desde su redireccionamiento de los gastos militares hacia la inversión educativa, hasta su apuesta por la competitividad de los recursos humanos como incentivo para el desarrollo de empresas tecnológicas. ¿Cuántos gastos innecesarios tenemos que bien podrían servir para una inversión a futuro? ¿Cuánto tiempo más vamos a priorizar en nuestros presupuestos a los partidos políticos, a la burocracia parasitaria y a los avivados que se cuelgan de las bondades del poder para hacer fortunas impuras? ¿Cuándo destinaremos los recursos al desarrollo de la gente y no al mantenimiento de estructuras obsoletas?

Vivimos en sociedades injustas porque no hemos priorizado la educación de la gente, de manera que esta es la verdadera fuente de la desigualdad, la exclusión y la limitación para el progreso. Si hiciéramos el ejercicio de pensar un cambio en el destino de los recursos que tenemos… ¿qué gastos deberíamos suprimir y qué inversiones serían las urgentes para mejorar al país? Vale la pena pensarlo. Con urgencia.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.