sábado, 7 de abril de 2012

Irlanda, un giro significativo


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Contrariamente a la creencia arraigada que se tiene en América Latina de que la pobreza es un mal endémico que no sólo no se va sino que tiende a aumentar, hay casos que demuestran que tal creencia puede derrumbarse fácilmente con una buena estrategia económica. Irlanda es uno de esos ejemplos, uno de esos países que lograron dar un giro significativo en pocos años, pasando de la pobreza aguda a una riqueza floreciente que fue permeando a los diferentes sectores de la sociedad.

En la década del 50’, Irlanda tenía una economía primaria dependiente en gran medida de la producción agropecuaria. Era un país de gente que emigraba en forma masiva, en busca de las oportunidades laborales que no había en casa. Pero una serie de medidas, una buena planificación y una visión a largo plazo hicieron que la realidad cambiara, de forma que el país pobre fue quedando atrás mientras se llegaba a un estadio de generación de empleos y riqueza, de prosperidad y de progreso.

A partir de una economía proteccionista, cerrada y primaria, Irlanda inició un proceso de apertura comercial, de apuesta a la competitividad, al mejoramiento de su producción con miras al mercado internacional y al fortalecimiento de los sistemas de formación de recursos humanos. En las décadas del 60’ y el 70’, el capital humano se convirtió en el centro de las acciones de la planificación estratégica para fortalecer la economía, junto con una serie de medidas tendientes a favorecer la radicación de inversiones extranjeras. Con la estabilidad de las finanzas, la reducción de impuestos, el control de la inflación y la disponibilidad de mano de obra joven y capacitada, Irlanda comenzó a posicionarse como un buen destino para que se instalen las empresas.

Con una cultura educativa muy arraigada, con una población joven incorporada al mundo de la tecnología, con un ambiente ideal para inversiones productivas, el país dio el gran salto hacia la competitividad global. Entre 1980 y 2000, el país se convirtió en uno de los referentes en materia de crecimiento económico sostenido a tasas elevadas. Ya no era una economía agropecuaria, sino que se había industrializado, vuelto competitiva y sólida gracias a la calidad de los recursos humanos. Irlanda se convirtió en un país exportador de productos y servicios de alta tecnología, como el caso del software, y supo posicionarse como un proveedor de primer nivel en el mercado internacional.

Aunque en los últimos años la desaceleración de la zona euro y la crisis financiera que fue haciendo metástasis en los diferentes países del viejo continente afectaron notablemente el crecimiento irlandés, lo cierto es que su ejemplo de transformación sirve para ver qué medidas pueden tomar los países pobres para migrar hacia estadios más beneficiosos. Hoy Irlanda se ve en la necesidad de recurrir a préstamos externos para estabilizar sus finanzas y se encuentra en pleno proceso de reestructuración de su burocracia, con el fin de aligerar la carga al Estado. Pero, a diferencia de los países pobres que siempre viven acosados por las crisis, Irlanda tiene bases sólidas para emerger de la coyuntura adversa y retomar el ritmo de crecimiento sostenido.

La lección irlandesa tiene muchos factores que podrían servir para hacer que repensemos la actual forma de visualizar la economía en los países latinoamericanos. Desde perder el miedo a la competencia global y a los grandes mercados, hasta comprender que la educación no debe ser un mero discurso sino una política estratégica orientada a la formación de recursos humanos competitivos. Y quizás deberíamos tomar el coraje de romper con la tradición de creer que riqueza es igual a recursos naturales, o que todo puede solucionarse mediante medidas proteccionistas o filantrópicas.

Ciertamente, los latinoamericanos somos ricos en recursos naturales y tenemos grandes potenciales por explotar, pero ello no nos ha sacado de la pobreza ni nos ha vuelto equitativos en la distribución ni mucho menos autosuficientes para vencer a nuestros males. Tenemos que pasar de la dependencia de la materia prima a la competitividad en el sector terciario, en los servicios, en donde se encuentra la riqueza del mundo actual.

En poco tiempo podemos identificar las carencias que tenemos y podemos establecer un orden visionario hacia economías más competitivas, menos informales, menos proteccionistas y más relacionadas con la calidad educativa. La fórmula es de ingredientes conocidos y los resultados son buenos. Falta el paso transcendental: la aplicación.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay.

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