Por Héctor Farina Ojeda (*)
No es un país gigante y puede que algunos no lo ubiquen en el mapa. Tampoco posee riquezas naturales: ni petróleo, ni bosques ni minerales que explotar. No depende de la economía primaria basada en la agricultura o la ganadería. Y todavía más grave: es una pequeña isla de 692 Km2 de superficie, que no posee más que el terreno en el que viven cerca de 5 millones de habitantes. Pero la historia contrasta con la primera impresión que podrían generar estos datos: Singapur es un país que ha erradicado la pobreza, que no tiene marginalidad y que ha logrado dar uno de los saltos más notables de la historia moderna. En pocas décadas, ha dejado atrás la pobreza y hoy es una de las grandes potencias económicas a nivel mundial.
Resulta curioso que hace 50 años ni siquiera era país. Y a mediados de la década del 60’, al consolidar su independencia, Singapur tenía los mismos problemas de pobreza que Haití o Jamaica. Sin mucho que explotar en el territorio, con gente sin preparación y con enormes conflictos sociales por resolver, el camino que eligieron fue el de la formación de la gente. Una fuerte inversión educativa destinada a lograr una elevada competitividad en los recursos humanos fue el inicio del cambio: con el desarrollo del conocimiento y el profesionalismo, empezaron a llegar las industrias de vanguardia y de mayor valor agregado. Desde las petroquímicas hasta las industrias de microelectrónica, la producción especializada ganó terreno y se fue desarrollando al tiempo que generaba empleos, riqueza y sobre todo una enorme necesidad: la educación.
La inversión en educación fue de tal magnitud, que en menos de una década se empezaron a notar los cambios: destinando el 20% del PIB al sistema educativo, bajaron los niveles de pobreza, se redujo la marginalidad, se generaron oportunidades y se les dio a los habitantes la posibilidad de construir su propia riqueza. Hoy en día Singapur no tiene pobres, tiene un ingreso per cápita superior a los 50 mil dólares (por encima de Estados Unidos) y es la novena potencia comercial a nivel mundial. Es líder en varias industrias vinculadas a la economía del conocimiento, como en ciencias biomédicas, y todo se lo debe a un capital: la educación de su gente.
La ausencia de corrupción es uno de los grandes atractivos: por eso su puerto, pese a lo diminuta que es la isla, es uno de los de mayor actividad del mundo: todos quieren trabajar con Singapur porque tienen la certeza de que sus cargamentos serán respetados, de que se cumplirá en tiempo y forma, que no habrá robos ni sobornos de ningún tipo. Lo mismo pasa en el campo financiero: la seguridad hace que los capitales fluyan hacia este país asiático, a tal punto que es el cuarto mercado de divisas más grande del mundo. Con una economía competitiva, con gente seria, eficiente y honesta, las inversiones resultan muy atractivas.
Pasar de una economía primaria, precaria y con poco futuro a una economía del conocimiento, mediante la que no sólo se ha acabado con la pobreza sino que se ha posicionado al país en los primeros lugares en cuanto a desarrollo humano y calidad de vida, parece algo casi imposible pero en Singapur es una realidad. Los singapurenses saben que la clave está en el desarrollo del conocimiento, que sólo se logrará en la medida en que ubiquen a los ciudadanos como el núcleo de todo el progreso. Por eso invierten mucho en educación, por eso han desarrollado un sistema meritocrático y por eso han duplicado en la última década la cantidad de científicos. Hoy cuentan con más de 26 mil científicos, en un país pequeño en territorio y población, pero gigante en conocimiento.
Aunque el contexto de este país asiático haga que su modelo no pueda ser directamente aplicable a nuestra América Latina, podemos seguir el ejemplo en el caso fundamental de la educación: tenemos que duplicar o triplicar la inversión que le destinamos a los sistemas educativos, para tener gente competitiva que nos guíe y nos indique hacia dónde debemos ir para salir de la pobreza y los males del atraso. En la medida en que destinemos más recursos a mejorar la calidad de nuestro capital humano, tendremos la posibilidad de tener mejores industrias, más empleo, menos pobres, menos marginales y menos corruptos en el poder. No hay saltos imposibles cuando la gente sabe hacia dónde ir y cómo hacerlo.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.
Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay
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1 comentario:
El mejor ejemplo de que la educación es lo más importante
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