domingo, 3 de julio de 2011

El ahorro y la capacidad emprendedora

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El empleo y la pobreza son dos de los males que hoy en día más aquejan a la sociedad mexicana desde el punto de vista económico. A la incapacidad de generar suficientes puestos de trabajo para atender las necesidades de los 2.5 millones de desempleados y de los jóvenes que se suman todos los años al mercado laboral, tenemos que añadirle que por lo menos la mitad de la población vive en condiciones de pobreza y que dos terceras partes de la economía se encuentra en la informalidad.

Ante este panorama, una de las recetas habituales es buscar la generación del autoempleo y de emprender proyectos propios que contribuyan a generar riqueza propia, sin depender de los puestos de trabajo formales que se ofrecen en las entidades públicas o en las grandes empresas. Pero detrás de la necesidad de emprender, hay un problema de fondo que limita notablemente la capacidad de invertir en una microempresa, de establecer un pequeño comercio o de innovar: la falta de una cultura del ahorro. Sólo en uno de cada cuatro hogares existe la costumbre de ahorrar por lo menos una parte del ingreso, y sólo uno de cada diez mexicanos tiene un registro de sus ingresos, deudas y ahorro, lo que nos habla de mucha informalidad para ahorrar.

No tener la costumbre del ahorro implica no tener capacidad de reaccionar rápido ante los imprevistos, como las enfermedades o los accidentes, así como no poder planificar proyectos a mediano y largo plazo por cuenta propia.

Ciertamente hoy en día es difícil ahorrar en México debido a varios factores, como el desempleo, los malos salarios, la pobreza que obliga a vivir atendiendo sólo necesidades básicas en forma diaria, y el contexto de recuperación de una crisis que ha dejado muchas deudas. Pero también es cierto que en la medida en que las personas incrementan sus ingresos, también incrementan sus gastos para elevar rápidamente sus condiciones de vida, sin tener la previsión de destinar una parte de sus ganancias al ahorro.

El problema de fondo es que sin ahorros se carece de la capacidad de financiamiento para impulsar proyectos que generen autoempleo: no se puede desarrollar una microempresa, no se puede abrir un negocio ni concretar ideas que pueden ser muy valiosas para generar riqueza. Y ante esta incapacidad de ahorrar, un emprendedor debe buscar fuentes de financiamiento externas y eso no es nada fácil en un país en donde la informalidad es muy elevada.

Un microempresario informal que quiera financiamiento no podrá obtener recursos del sistema financiero, pues no reunirá los requisitos que exigen las entidades financieras para conceder créditos. Entonces, al no contar con ahorros propios y al no poder acceder al sistema formal, el camino que queda es el de los préstamos informales, que generalmente implican una usura, tienen un costo demasiado elevado y por ello terminan por hacer inviables muchos de los buenos proyectos que hay en cualquier comunidad.

A pesar de la difícil situación económica que atraviesan millones de familias, se debe hacer un esfuerzo para instaurar una cultura del ahorro que nos lleve a guardar una parte de los ingresos con miras a desarrollar proyectos que generen beneficios. El ahorro moviliza a las sociedades y por ello es fundamental que aprendamos a aprovechar mejor los flujos de ingresos.

Se podría ahorrar de las remesas, de los flujos de dinero provenientes del turismo, recortar gastos innecesarios y hacer que esos ingresos vayan sumando un fondo que posteriormente sirva para financiar nuestros propios proyectos. La recomendación es ahorrar por lo menos el 10% de todos nuestros ingresos en forma constante.

Estos pequeños ahorros pueden convertirse en el sustento del funcionamiento de la economía de un país, tal como lo demostró Japón, un país que sabe ahorrar, invertir y generar riqueza a partir de sus propios ingresos.

(*) Periodista y profesor universitario
Comentario económico para Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán

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