sábado, 19 de enero de 2013

La infraestructura y las postergaciones negligentes

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Basta con llegar al aeropuerto, salir a recorrer la ciudad o emprender la aventura de encaminarse hacia el interior del país siguiendo alguna carretera. Eso es suficiente prueba para ver el enorme atraso que tiene el Paraguay en materia de infraestructura. Como en un castigo premeditado, un país mediterráneo, encerrado en un acuerdo que no impide que sus vecinos le cierren el paso a sus productos; con enormes necesidades económicas que atender y, para colmo, con una ubicación estratégica que no sabe cómo explotar, Paraguay vive postergando la impostergable urgencia de invertir en una infraestructura que mejore sustancialmente las oportunidades de todo un país.

Muy lejos de los alemanes, que han hecho de su infraestructura la mejor del mundo -según los mismos empresarios alemanes-, o de los holandeses que hicieron de su infraestructura el centro de la estrategia para que toda la economía europea fluya por su territorio; o Bélgica, ese pequeño país que es punto neurálgico de las finanzas, los paraguayos vivimos en una especie de burbuja que encierra los grandes proyectos. Mientras en Estados Unidos el presidente Obama apuesta por millonarias inversiones en infraestructura -en pleno drama por los problemas del abismo fiscal-, en Europa -también en crisis- invierten el doble que los norteamericanos, pero son doblados a su vez por China, el gigante asiático que lleva la batuta a nivel mundial en cuanto a inversiones en infraestructura.

Mejorar los sistemas de transporte, la comunicación, la competitividad, la logística y encima generar una gran cantidad de empleos en tiempos donde el trabajo es altamente necesitado, no parece una mala idea. Pero los gobernantes paraguayos parecen no estar apurados, pues el país sigue siendo de los más atrasados en América Latina en carreteras y rutas pavimentadas. Mientras en Qatar desarrollan sus trenes de levitación magnética y en Japón buscan mejorar el tren bala, en Paraguay no se logra el consenso para...un metrobus.

Aunque esto último ya no sorprende, pues en la memoria quedan el proyecto del corredor bioceánico, la reactivación del ferrocarril o la idea de convertir al aeropuerto en el centro de tráfico de pasajeros y mercaderías en la región. Nos cuesta mucho pensar estratégicamente en proyectos a mediano y largo plazo que beneficien al país, pero todavía nos cuesta más hacer que las iniciativas se materialicen. Eso nos lleva al absurdo de tener la mayor cantidad de energía eléctrica por habitante a nivel mundial, pero no tener ni un sólo tren eléctrico. Al contrario, presos de nuestras situaciones "folclóricas", seguimos dependiendo de camiones movidos por un combustible que no producimos y que debemos importar al precio que sea. Mal servicio, caro y sin provecho para lo que producimos.

La inversión en infraestructura ya no puede ser postergada si queremos mejorar las condiciones de vida de los paraguayos. No sólo nos urge hacer un país transitable para minimizar los costos de la mediterraneidad y mejorar la competitividad, sino que nos urge aprender a usar lo que producimos para generar riqueza. Con una inversión planificada y estratégica, en pocos años podemos cambiar la matriz energética para depender menos del petróleo y aprovechar más la electricidad, así como podemos incentivar el desarrollo del país usando el cemento nacional para pavimentar calles.

Lo que nos falta es aprender a planificar mejor y exigir más, para que cada proyecto no sea una oportunidad de especulación, de saqueo o negociado. La vieja expresión de que vivimos "en el país del palo en la rueda" debería pasar al olvido, para que entorpecer, trabar, boicotear o frenar ya no sea un deporte.

En tiempos electorales, deberíamos pensar en los planes que nos ofrecen, en los proyectos a mediano y largo plazo, y en la certeza en cuanto a la ejecución y los beneficios para la gente. A los que no quieren construir, hay que vomitarlos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 13 de enero de 2013

La economía paraguaya y el año electoral


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los vaivenes de la economía paraguaya, carente de planificación a largo plazo, ya no representan sorpresa alguna. Podemos crecer 15% en un año y lograr llamar la atención a nivel mundial, para luego olvidar ese logro y convertirnos en una de las pocas economías latinoamericanas que no crecerán este año. Y todavía pretender que la contracción de 1,2% prevista para 2012 quede opacada por la expectativa de repunte del 10,5% prevista para 2013 por el Banco Central del Paraguay (BCP). La expectativa momentánea parece regirlo todo, a expensas de que alguna sequía o brote de aftosa acabe con ella y nos deje a merced de malos indicadores.

Cada vez que el clima no favorece, aparece alguna traba para la exportación o los vecinos tienen problemas económicos, Paraguay recibe un duro golpe. No es raro que esto ocurra cuando se depende de pocos rubros y se cuenta con una economía precaria, con escasa capacidad de innovación y reinvención. Pero, más allá de los bamboleos de la economía, las incertidumbres que conllevan los procesos electorales siempre traen efectos especulativos, en espera de que se defina la nueva administración del poder. El país se encuentra en este contexto: saltando de crecimientos a contracciones, en medio de la falta de rumbo económico definido, ante un entorno regional poco amistoso y ante las expectativas e incertidumbres del cambio de gobierno en 2013.

Luego de un año difícil, debido a la baja producción en el campo y los problemas para la exportación de carne, tenemos que enfrentar -además- el aumento del desempleo, que pasó de 7,5% a 8,1%, de acuerdo a los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y mientras el Ministerio de Industria y Comercio (MIC) anuncia que las inversiones realizadas este año cerrarán en torno a los 800 millones de dólares, tenemos que el 60% de dichas inversiones corresponden a empresas paraguayas. Es decir, la inversión total todavía es poca frente a las necesidades de empleo y generación de riqueza, pero es todavía menor la inversión extranjera, lo que representa poca capacidad atractiva del país.

La población necesita mejorar sus oportunidades de empleo, incrementar sus ingresos y lograr minimizar la pobreza que hoy es una de las más acentuadas en América Latina. Sin embargo, el funcionamiento de la economía paraguaya es relativizado fácilmente por factores como los cambios meteorológicos, un proceso electoral o un arreglo político. Economía endeble, poco competitiva y sin proyección de futuro. Eso tenemos ahora, cuando dependemos de lo coyuntural y no sabemos con qué saldrán los que resulten ganadores en la siguiente elección.

Ante esta situación, no se pueden esperar más que beneficios ocasionales que, como es sabido, no servirán más que de placebo para una economía doliente. Y en un año electoral, también esto podría relativizarse, pues se especulará con las inversiones, con los emprendimientos y hasta con el comercio. El comportamiento cíclico de la economía paraguaya siempre nos lleva a destinos conocidos en donde no encontramos soluciones a los problemas de fondo.

El Paraguay debe salir de este encierro cíclico que nos lleva a vivir dependiendo de los precios de la materia prima, de las bondades de la economía regional, las lluvias o un viento favorable. Hay que entender que el manejo "prudente" elogiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no es suficiente para un país con más de la mitad de su gente en situación de pobreza, pues la urgencia de una población empobrecida no se soluciona manteniendo grandes indicadores que benefician a unos pocos.

La cuestión electoral no debe llevarnos a estériles discusiones ideológicas o partidarias, sino a la exigencia de un proyecto económico a largo plazo que atienda las principales necesidades de la gente y que apueste por lo visionario y no por lo efímero. Hay que exigir que se trabaje con la gente, que se fomenten las condiciones para que los paraguayos puedan acceder a empleos dignos y para que no queden siempre a merced de "lo que haya". Es la economía de la gente, no los indicadores coyunturales. Basta de ciclos económicos nocivos, mejor apostemos por una ruta de crecimiento sostenido, de innovación y competitividad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 6 de enero de 2013

Grandes números y carencias desatendidas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los números macroeconómicos que presentan los países latinoamericanos son casi reflejo fiel de las políticas de aquellos administradores que sólo buscan disimular un estado de cosas por medio de indicadores que aparenten una realidad exterior. Llenos de riquezas naturales, los intentos de ver a naciones ricas se agotan en indicadores que hacen aparentar que todo está bien encaminado, aunque luego los pequeños números nos enrostran una realidad de precariedad, desigualdad y pobreza. Mientras las exportaciones, las reservas, el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) y el control de la inflación o la cotización de la moneda se muestran favorables, resulta muy difícil ver todo esto traducido en números pequeños, cercanos a la gente.

Uno de los ejemplos lo podemos ver en la economía mexicana, que este año volverá a crecer -por tercer año consecutivo- y que ha generado poco más de 600 mil empleos formales. Con una recuperación en la inversión extranjera, con ingresos favorables debido al elevado precio del petróleo, pareciera que hablamos de una economía próspera y en franca expansión. Sin embargo, a los grandes indicadores se contraponen los bajos salarios, la informalidad en la que se encuentra el 60% de los empleos, los elevados niveles de pobreza que golpean a la mitad de la población y, fundamentalmente, el rezago educativo que alcanza a 33 millones de mexicanos, en un país con 114 millones de habitantes.

O cuando pensamos en Venezuela, un país que puede presumir de tener uno de los ingresos más millonarios por petróleo del continente, pero que luego debe esconder con vergüenza los números de la pobreza, la marginalidad y la violencia. E incluso la gigantesca economía brasileña, que ha logrado crecer y distribuir mejor los ingresos en los últimos años, exhibe pobreza, mucha desigualdad y enormes limitaciones. Hoy, este país que según la hipótesis de los BRIC será una de las potencias dominantes en 2050, es el más desigual de la región y uno de los más desiguales en el mundo.

En el caso del Paraguay tenemos algo parecido. Los números macroeconómicos, de los que tanto se jactó Nicanor Duarte Frutos o los que coyunturalmente posicionaron al país como el de tercer mayor crecimiento a nivel mundial durante el gobierno de Fernando Lugo, nunca terminaron por aterrizar en la economía de la gente, por lo que seguimos teniendo un país con más de la mitad de la gente en situación de pobreza, con bajos ingresos, con marcada desigualdad social y con una proyección a largo plazo que no augura un futuro mejor, debido a que sólo se cuidan indicadores y no se apuesta por un plan revolucionario que cambie la situación desde las entrañas de la nación. Aunque para 2013 se espera otro crecimiento económico récord, lejos de cambiar la realidad solo agudizará la situación: con una población con escasa educación, la riqueza que se genere quedará en pocas manos, lo que volverá al rico más rico, y al pobre más pobre.

Las verdaderas carencias que debemos atender no pasan por el mantenimiento de la macroeconomía ni por disimular realidades mediante indicadores que muestren sólo el envoltorio y no el contenido. Detrás de los indicadores económicos hay problemas estructurales que requieren tratamiento urgente para equilibrar las oportunidades y la calidad de vida de nuestra gente. Lo primero que debemos corregir es la marginalidad en el acceso a la educación, que es la que hace que millones de personas no puedan acceder a un buen empleo ni tengan la más más mínima oportunidad de posicionarse en los sectores por donde pasa la riqueza. Hay que lograr mayor inclusión en materia educativa, así como hay que apostar para que se fomenten la innovación, la invención, los emprendimientos independientes y las microempresas.

Son los cimientos de la sociedad los que hay que mejorar, no los techos económicos. Los ingresos millonarios no servirán de nada si seguimos tolerando la exclusión y si permitimos gobiernos que sólo mantengan indicadores y no ataquen problemas de fondo. Es la pequeña economía la que hay que hacer crecer, la que debemos atender y mejorar. Y para ello, debemos volcar los grandes ingresos hacia proyectos a largo plazo para la gente, con miras a fomentar su capacidad de hacer, de producir y distribuir.


(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La fascinación con lo visible


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El encanto que despiertan las obras materiales parece contrastar fuertemente con las urgencias en las sociedades que vivimos: fascinados por un monumento, un edificio o un puente de dudosa calidad recientemente inaugurado por algún político necesitado de votos, dejamos pasar la vida sin atender a aquello intangible pero que realmente construye cimientos sólidos para una vida mejor. Mientras la televisión nos muestra a menudo a presidentes o administradores del poder inaugurando un tramo de una ruta, una estatua a un prócer olvidado o una imagen actuada de "la primera piedra" o "la palada inicial" de lo que será un edificio, los indicadores educativos, los tecnológicos o las muestras de conciencia de la gente no figuran ni para relleno.

No es rara la estrategia de los políticos de intentar demostrar su eficiencia y el "cambio" mediante obras físicas ostensibles, pero en tiempos de incredulidad es casi un absurdo que la gente siga viendo como "resultados" la remodelación de una iglesia, el arreglo de una plaza o la pavimentación irregular de calles. Cuando una sociedad se conforma con pocas obras como el equivalente de una "buena gestión" y cuando se deja agasajar con lo visual y no con lo sustancioso, entonces la dinámica se vuelve reiterativa y perniciosa: engolosinados con la siguiente elección, los gobernantes de turno gastan sus presupuestos para demostrar con obras físicas que "merecen" ser votados y permanecer atornillados en sus cargos.

Basta con ver los niveles de ingreso de algunas naciones y los resultados que exhiben para comprender que hay una fascinación con el simulacro, con invertir en lo visible pero no en lo esencial, y con lo efímero antes que con lo estructural. Resulta difícil explicar cómo un país como Venezuela que cuenta con ingresos millonarios suficientes para ser una nación desarrollada y sin pobres, sigue viviendo en el atraso, con elevadas tasas de marginalidad y teniendo a su capital como una de las ciudades más peligrosas. Con una inversión escasa en la educación, con casi nula inversión en ciencia y tecnología, los resultados no pueden mostrar algo diferente a los altos niveles de pobreza y el atraso de un pueblo.

Gastar en el corto plazo y exhibir en forma rápida parecen ser las prioridades de los gobernantes, antes que hacer inversiones a mediano y largo plazo que beneficien a generaciones y no sólo deslumbren con un brillo fugaz. Todavía persiste la confusión en torno al progreso, que en muchas ocasiones sigue siendo entendido como sinónimo de edificios, de infraestructura ostentosa y de fachadas que disimulen el fondo del problema. Por eso antes que reformar los sistemas educativos para mejorar los niveles de formación de los estudiantes, se opta por soluciones de fachada como inaugurar un edificio para incrementar la burocracia administrativa en nombre de la educación. Cuanto todo se disimula, todo es de fachada y todo se puede "vender" como logro, lo verdadera necesidad no es atendida ni valorada.

Si vemos los casos recurrentes en América Latina, seguramente comprenderemos por qué pese a tener condiciones ideales para el desarrollo, como riquezas naturales, condiciones geográficas y climáticas adecuadas, y grandes ingresos, los países siguen en la pobreza, el atrasado educativo y una enorme desigualdad que amenaza con estallidos sociales en forma constante.

Si seguimos manteniendo ingresos administrados sólo para la fachada, para disimular o para intentar impresionar con obras de infraestructura que no solucionen cuestiones de fondo, seguramente se mantendrá el sistema en el cual todos aparentan y todos quieren quedar bien sin resolver absolutamente nada.

A América Latina le urge dejar de lado el populismo de lo efímero y pasar a cuestiones visionarias que ataquen problemas estructurales: mejorar la calidad educativa, incrementar los niveles de competitividad y apostar por el desarrollo de la ciencia y tecnología. Con la situación actual, de nada sirve un edificio más, una plaza o una estatua a un mártir perdido. Hace falta invertir en lo que no se ve y en lo que será redituable a largo plazo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

viernes, 21 de diciembre de 2012

El desencanto y las intermitencias políticas


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El reciente cambio de gobierno en México, en donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -que gobernó al país entre 1929 y 2000- vuelve al poder tras doce años de alternancia, nos presenta un escenario complejo pero repetitivo en América Latina: con un descontento social de gran parte de la población, con ingentes problemas económicos que mantienen a casi la mitad de la gente en condiciones de pobreza, con un descreimiento hacia la política y los políticos, y con la urgencia de solucionar el conflicto de la inseguridad y la violencia, el giro brusco del timón se vuelve una imperiosa e impostergable necesidad con miras a recuperar la esperanza y la confianza de la gente.

Que un nuevo gobierno se inicie en medio de las protestas, el descontento, las manifestaciones y la represión no es una buena señal. Esto nos dice que no sólo hay poco entusiasmo en la democracia sino que la credibilidad en los procesos y la administración de los gobiernos se encuentra en un momento crítico. Las plataformas y los actores políticos no logran reunir a la ciudadanía en torno a un proyecto de nación, por lo que las divisiones, la desconfianza, las peleas y hasta las trabas constantes a ideas ajenas se vuelven una rutina en el funcionamiento de las administraciones. Ante un escenario como este, construir consensos parece una proeza mayor al paso entre Escila y Caribdis.

La falta de planificación y de un proyecto que motive a la gente se notan en las intermitencias de la economía y la administración de los gobiernos: oscilaciones marcadas en el crecimiento económico y en la generación de empleos, proyectos políticos que se hacen y se deshacen en virtud de alianzas o conveniencias coyunturales, trabajos que se inician una y otra vez y que acaban donde mismo, como Sísifo al subir la roca por la cuesta de la montaña. Basta con ver todo el tiempo y el trabajo que se pierden con un cambio de gobierno, cuando todo se reinicia, todo se olvida y todo debe ser "diferente" al anterior, aunque ello implique no concretar proyectos, no cerrar iniciativas ni avanzar en un mismo sentido. Como émulos de Penélope al tejer y destejer el sudario, nuestros gobiernos se encargan de hacer y deshacer pero no sólo proyectos, sino ideas, esperanzas y confianzas.

A diferencia de naciones marcadas por el optimismo y el entusiasmo, como Polonia, el país que crece en medio de la crisis europea, en Latinoamérica hay países en donde se está imponiendo el pesimismo en cuanto a la política. Paraguay es un ejemplo del pesimismo creciente en materia política, pues las ilusiones que se dieron con la caída del Partido Colorado en 2008 se desvanecieron con una administración tibia y dubitativa, que finalmente fue cambiada -juicio político mediante- por otra de "corte" liberal que tampoco genera muchas buenas esperanzas. Y todavía es más grave si pensamos que en las actuales propuestas no hay alguna que nos hable con claridad de un proyecto a futuro y que todas se escudan en discursos que no logran entusiasmar a una población harta de promesas vacías y recurrentes.

Nos hace falta recuperar el valor de la palabra y el sentido de la acción. Que las propuestas se traduzcan en plataformas con visión a mediano y largo plazo, y que dejen de ser ese recurso discursivo que ya ha carcomido los cimientos de la sociedad. Nos hacen falta acciones para volver a creer y para cambiar esa visión cortoplacista que nos embauca una y otra vez con obras efímeras que se olvidan pronto.

Para recuperar el entusiasmo de la gente no podemos seguir viviendo de intermitencias económicas o políticas, sino que nos urge trabajar sobre las bases de la sociedad en forma constante y austera. Ya no podemos creer en populistas, aprovechados y oportunistas que sólo esperan el momento propicio para prometer aquello que no cumplirán.

Hay que aprender a exigir proyectos estructurales que entusiasmen y que sirvan para redefinir nuestra situación como sociedad: educación competitiva, el desarrollo de un modelo económico o la formación de generaciones. Hay que dejar de lado lo efímero y cambiarlo por lo duradero.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 8 de diciembre de 2012

En torno a la crisis de valores


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las peculiaridades de los tiempos actuales o "líquidos", como dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, es la crisis de valores. En un mundo acelerado, cambiante y fugaz, se han relativizado las concepciones en cuanto a qué es aquello que debemos tener para construir sociedades más equitativas y menos injustas. Como pasadas de moda, la honestidad y la ética parecen zozobrar frente al oportunismo, al cinismo y la desfachatez. Como si la ocasión oportuna y avivada fuera suficiente para hacer a un lado momentáneamente los principios, para luego asestar el golpe y pretender que todo puede ser como antes. Así de relativos son los valores, piezas descartables o ajustables al olvido.

Muy lejos de las sociedades nórdicas en donde la confianza es uno de los elementos centrales, los latinoamericanos aprendemos a desconfiar desde niños, puesto que sabemos ciertamente que no ser desconfiado implica estar a merced del ladino, el avivado o el oportunista. Crecemos en la convicción de que no confiar en el otro es bueno, puesto que todos se cuidan de todos, como en una jungla moderna en la que sobrevive el que no se deja morder y a su vez muerde primero.

El sentido del oportunismo en desmedro de lo realmente valioso ha llevado a nuestras sociedades a priorizar el dinero fácil, la transa, el "arreglo" o lo chueco frente a lo honesto. Como si la migaja momentánea fuera más rica que el pan cotidiano. Y esto nos vuelve desconfiados e incapaces de planificar a largo plazo, pues se vive de la coyuntura, del momento, la oportunidad y el golpe en perjuicio del otro. Lo podemos ver en cada proceso electoral, cuando más que convencer a un electorado mediante plataformas sólidas que vislumbren el futuro de las naciones, operan las maquinarias proselitistas sobre la base del soborno, la compra de conciencias y el cinismo, mucho cinismo, como máscara que todo lo quiere encubrir.

Acaso no recordamos que en el siglo XIX cuando Chile tuvo una crisis de grandes magnitudes tuvo que recurrir a un educador para que reencause los valores y el destino de la nación. Aquel hombre llamado Andrés Bello supo devolverle al país sus convicciones y lograr que pase de un estado de convulsión a uno de grandes horizontes. O quizá hayamos olvidado la entereza de Eligio Ayala, tal vez el más grande estadista paraguayo, quien supo hacer de la austeridad, la honestidad y la inteligencia los elementos que sustentaron un proceso que permitió al país salir adelante en uno de los tramos más difíciles de su historia.

En sociedades en las que lo honesto es relativo, en donde los valores son canjeables y en donde la inteligencia quede a merced de la corrupción o el cinismo, no se puede construir como se debiera. Bello y Ayala se horrorizarían al ver que los valores que cimientan sociedades son hoy endebles, manipulables e inconstantes.

La crisis de valores nos impide definir con certeza cuáles son aquellos elementos que nos permitirán planificar y construir sociedades de mayores beneficios para todos. Mientras no recobremos la conciencia sobre el valor de la honestidad, la educación, la inteligencia y la confianza, seguiremos caminando con pasos dudosos y borrables, sin rumbo previsible.

Es probable que nunca hayamos vivido en sociedades tan cínicas como ahora. Y es por eso mismo que debemos recobrar las convicciones para hacerle frente a los cínicos. Al igual que con los fascistas, con los corruptos no se debe negociar: hay que combatirlos. Debemos señalar a los cínicos, a los avivados y ladinos que hacen que hoy vivamos en entornos precarios y poco edificantes. La crisis de valores nos ofrece la oportunidad de redefinir aquello en lo que creemos y en lo que confiamos para lograr mejores sociedades. Es hora de repensar nuestra situación y nuestro destino.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Ciudad de México, Distrito Federal, México

domingo, 25 de noviembre de 2012

Visión y planificación

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La visión hacia el futuro y la planificación del rumbo son dos de los elementos característicos de las economías desarrolladas. Con economías planificadas y visionarias, saben cómo construir sobre la base de las fortalezas que posean en materia geográfica, en recursos naturales y, sobre todo, en recursos humanos. Necesariamente, la planificación pasa por pensar en un objetivo a mediano y largo plazo, en mecanismos para avanzar y en la construcción de un modelo económico que permita atender todas las necesidades y aprovechar todas las potencialidades de una nación. De ahí los modelos basados en la explotación de recursos naturales, en la industrialización o en la venta de servicios.

Planificar es algo normal para los países que dieron el gran salto desde la pobreza hasta la riqueza. Lo hicieron en Taiwán, a partir de la repatriación de sus cerebros y el fuerte incentivo al desarrollo de la tecnología. O en Holanda, para hacer del país un centro estratégico para el comercio y las finanzas. Suiza, planificada, ordenada y confiable, ha sabido sacar provecho de un territorio acotado y mediterráneo, que sin embargo es un enclave fundamental para el movimiento de las finanzas internacionales. Saber planificar es hacer lo que hicieron los noruegos con los ingresos del petróleo, mediante los cuales se formaron generaciones de profesionales competitivos que hoy son una inagotable fuente de riqueza para el país.

La visión económica es quizá una de las mayores ventajas para construir naciones más estables que se adelanten a los tiempos y sepan posicionarse en donde estará la riqueza. Lo demostraron los japoneses, que en medio de las ruinas dejadas por la Segunda Guerra Mundial supieron ver en el avance tecnológico a la fuente de ingresos que cambiaría la situación del país. El "milagro japonés" en realidad tiene poco de milagroso y mucho de visionario, mucho de planificación, inteligencia y trabajo. Se adelantaron a los tiempos y cuando el mundo necesitó con urgencia la tecnología, los mejores en la materia eran los japoneses. Ser visionario es anticiparse y estar listo para los cambios que se dan en forma constante.

Los visionarios de hoy son los que saben que hay modelos que se agotarán y que emergerán otros, con nuevas necesidades y nuevas expectativas. Eso lo saben los israelíes, que trabajan en forma acelerada para innovar en el campo energético y prever el fin del dios petróleo y la nueva dependencia de energías renovables. No sólo buscan que todo su parque automotor sea movido a electricidad, sino que cuando ocurra el cambio de matriz energética ellos sean los que puedan abastecer la demanda.

En contrapartida, cuando miramos a las economías latinoamericanas lo que encontramos es que la planificación y la visión son esporádicas y, en ocasiones, anecdóticas. Casi no hay planificación a mediano y largo plazo, sino que existe la urgencia de la coyuntura, de lo momentáneo y lo espectacular. Antes que pensar en una generación de profesionales capacitados, se priorizan los monumentos, obras y todo aquello que pueda ser exhibido en poco tiempo como un "logro". Por eso siempre se inauguran hospitales y escuelas, aunque nuestra salud esté en eterna terapia intensiva y nuestra educación sea de una calidad muy lejana a la requerida para tener una sociedad mejor. Nuestros gobernantes viven pendientes de la siguiente elección y ajenos a la siguiente generación, por lo que buscan efectos fugaces que impresionen a los potenciales votantes y no efectos duraderos que hagan que los memoren como aquellos que tardaron décadas pero lograron cambios significativos.

Seguir viviendo de la coyuntura, de la explotación de recursos finitos o de la dependencia ajena no hará que haya menos pobres ni mejorará nuestra calidad de vida. Nos hace falta pensar más allá de un periodo de gobierno o de la siguiere elección. Deberíamos responder a las preguntas de a dónde queremos ir, cómo lo haremos y cuál será nuestro modelo económico. Pero debemos empezar ya.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.