domingo, 26 de febrero de 2012

Chile, un paso adelante


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Cuando buscamos referencias sobre el progreso y el desarrollo en América Latina, nuestra mirada necesariamente apunta hacia Chile. Este país transandino ha sabido combinar factores para lograr resultados que lo posicionan un paso delante de las demás naciones latinoamericanas: seriedad, planificación, constancia y una fuerte apuesta a la calidad educativa hacen que el rumbo hacia un estado de menos pobreza y más oportunidades no sea algo utópico.

Hace algunas décadas, el panorama chileno era similar al de los demás países latinoamericanos: con la opresión de la dictadura militar, con elevados niveles de pobreza, con un descontento social y con las carencias propias de los subdesarrollados, el futuro parecía no muy halagador. Pero en la medida en que han ido consolidando cambios, pequeños, progresivos y constantes, se han obtenido resultados envidiables: hace 25 años los niveles de pobreza eran de 44% de la población y hoy la cifra ronda el 13%, lo que nos habla de una de las reducciones más significativas de la pobreza en el contexto latinoamericano.

Más allá de ese crecimiento económico constante que han logrado en las últimas dos décadas, los chilenos basan su política en una planificación de la economía, en una visión a largo plazo y en una estabilidad política que les permite construir en forma sostenida el futuro del país, sin depender de las ideologías o los movimientos que siempre pugnan por el ejercicio del poder. Ha habido cambios, hay golpes de timón, pero la economía sigue creciendo, las instituciones siguen funcionando con mucha solidez y se mantiene el camino hacia el progreso.

La conciencia de las necesidades fue fundamental para que comenzaran a apostar por la tecnología como un elemento necesario para el mejoramiento de la competitividad. Hoy Chile se encuentra a la vanguardia en cuanto a tecnologías de la información en América Latina. En los últimos 20 años ha triplicado su inversión educativa y ha logrado que sus ciudadanos tengan un promedio de 11.8 años de escolaridad, por encima de los demás países de la región.

Y no sólo han mejorado las bases de la educación, sino que emprendieron una carrera para la formación de sus mejores cerebros, los mismos que serán los encargados de administrar el país: 6500 chilenos por año son becados para hacer estudios de posgrado en las mejores universidades del mundo. La inversión en los estudiantes de posgrado tiene como objeto formar a los cuadros dirigenciales que se encargarán de administrar la economía, la política, la educación y las oportunidades de toda una nación.

En la era de la economía del conocimiento ya no se puede depender de la exportación de materia prima, de la explotación de recursos naturales o de modelos de producción poco competitivos. Los chilenos parecen ser los que mejor entendieron la dirección de los tiempos, por lo que invierten en la formación de su gente y aparecen siempre en el primer lugar de competitividad cuando se analiza a las economías latinoamericanas. Por encima de países grandes como Brasil o México, Chile sobresale en los informes de organismos internacionales gracias a su trabajo constante, su orden y la buena planificación.

Los pasos que está dando Chile son dignos de imitar. En medio de sus conflictos sociales, los movimientos de protesta y de crítica hacia el sistema educativo, y de sus carencias, este país sigue progresando, muy al contrario de otras economías que mantienen desde hace décadas los mismos niveles de pobreza, exclusión y atraso. Todavía está lejos de los estándares de Noruega, Suecia o Singapur, pero ha tomado distancia de los atrasados y tiene un ritmo constante que lo lleva rumbo al primer mundo.

Tenemos mucho que aprender de los chilenos. Y podríamos empezar por la seriedad y el respeto a las normas, que hacen que sus instituciones sean creíbles y que inspiren respeto de los ciudadanos. Hay que dejar de lado los temores de los pueblos encerrados y aprender a negociar con el mundo, sobre la base de la calidad de lo que nosotros mismos podemos producir. Cerrar las economías ya no funciona en un mundo globalizado que exige mucha competitividad en cada una de nuestras producciones.

Formar ciudadanos educados, conscientes de las necesidades del país, ser serios, respetuosos de las normas y dejar de lado las insignificancias políticas, son sólo algunos aspectos que podríamos adoptar como inicio de un proceso de cambio.

Ya es hora de asumir que la informalidad, la falta de planificación, el miedo a competir e innovar, así como el desprecio hacia la educación no nos ayudarán a combatir la pobreza ni mucho menos a mejorar los niveles de calidad de vida de la gente.

 (*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay. 

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