lunes, 6 de febrero de 2012

Un país estratégico y confiable: Suiza


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Ni la mediterraneidad ni la ausencia aparente de recursos naturales son obstáculos para que un pequeño país se convierta en uno de los referentes más importantes en materia económica a nivel mundial. Sobre la base de una política históricamente neutral, de una economía estable y de la alta confianza que le tienen, Suiza despierta la envidia de muchas naciones. Desarrollado, progresista y siempre confiable en los momentos difíciles: aunque la crisis económica amenace a los países europeos, Suiza parece emerger de otro contexto, pues en la medida en que la incertidumbre empieza a golpear a las grandes economías, los capitales buscan refugiarse en la economía suiza, como si esta fuese ajena a los pronósticos negros que rondan el viejo continente.

Siempre se habla de este país como sinónimo de inversiones, finanzas estables y transacciones seguras. Ha sabido posicionarse como un corredor y como un destino de primer nivel para los flujos de capital que caracterizan a un mundo interconectado y dependiente. La planificación ha llevado a Suiza a un aprovechamiento estratégico de lo que muchos consideran una desventaja: su ubicación geográfica entre naciones poderosas le permite fortalecer su sistema de exportaciones y ser un enlace importante para los negocios.

El sistema financiero, el comercio y el turismo son las principales fuentes de ingreso, en una economía que basa su crecimiento en el sector de servicios, en donde se genera el 72% de la riqueza, mientras que la industria concentra el 24% y el sector primario apenas el 4%. Esta conformación nos habla claramente de la tendencia mundial en cuanto a generación de riqueza: los servicios han desplazado a la producción primaria, que hoy ha perdido peso frente a la economía del conocimiento.

Los suizos saben que no pueden competir con las economías de escala que tienen una productividad elevada, por eso apuestan a la calidad de todo aquello que producen. Se volvieron referentes en materia de relojes y han sabido posicionar al chocolate que hacen como sinónimo de la máxima calidad. Su ventaja comparativa es la mano de obra calificada, de forma que marcan diferencia a partir del grado de perfeccionamiento que pueden lograr.

Un dato interesante es que el 99% de las sociedades registradas corresponde a pequeñas y medianas empresas, que son las responsables de generar dos terceras partes de todos los empleos del país. Y un indicador de fondo se encuentra en la tasa de desempleo, que se mantiene como una de las más bajas de Europa. Es un pueblo que trabaja mucho, que se maneja con austeridad y que sabe cómo cosechar resultados.
No resulta raro ver a los suizos en los primeros lugares en materia de competitividad ni escuchar halagos cuando se habla de microtecnología, biotecnología o industria farmacéutica. Detrás de los logros económicos de este país hay mucho trabajo en cuanto a innovación tecnológica, planificación, políticas a largo plazo y educación.
 
Curiosamente, aunque siempre se menciona a Suiza como uno de los ejemplos que podrían ser imitados por los países de América Latina, pareciera que cada día estamos más distantes. Con nuestras economías informales, poco planificadas y todavía ancladas en modelos de producción que privilegian los recursos naturales antes que los recursos cognitivos, nos ubicamos en las antípodas del progreso logrado por los suizos. Mercados poco serios, poco confiables, políticas inconstantes y una inestabilidad característica de los países latinoamericanos: todo esto hace que tanto las inversiones como las oportunidades nos miren con desconfianza.

Algo que deberíamos aprender de los suizos es la planificación estratégica para el aprovechamiento de lo que tenemos. Nuestros países gozan de riquezas naturales en cantidades extraordinarias, pero la falta de estrategia hace que mantengamos niveles vergonzosos de pobreza, exclusión y atraso. Hay que apostar más por la calidad, por la competitividad y por el valor del conocimiento.

Los tiempos de la mano de obra no calificada ya quedaron atrás. El mundo globalizado que exige muchos conocimientos, que premia al que sabe y castiga al analfabeto, hoy nos obliga a reformar nuestra forma de pensar en economía. Hay que planificar más, pensar más y saber aprovechar aquello que tenemos y aquello de lo que carecemos.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

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