domingo, 10 de mayo de 2009

Epidemias y ansiedades


Por Héctor Farina (*)

La aparición en México del virus de influenza A H1N1, que inicialmente se conoció como gripe porcina y que ahora tiene el nombre oficial de influenza humana, ha representado un duro golpe para este país, que todavía se debate en una tormenta que además de dañar a la salud tendrá un fuerte impacto en la economía. Tras diez días de haberse descubierto el nuevo virus y de haber puesto en alerta al país primero y al mundo después, la turbulencia, el pánico y la ansiedad parecen calmarse lentamente, aunque todavía se vive en el encierro y se mira con desconfianza a las personas, como viendo potenciales focos de infección en todas partes.

En el contexto de la amenaza de una pandemia por la facilidad con que el virus de la gripe se transmite de persona a persona, uno de los hechos más notables es el problema de información que hizo que en un momento dado se confundieran la realidad con la ficción y las amenazas reales con la paranoia resultante del pánico. Al tratarse de un virus nuevo, descubierto en los mejores laboratorios del mundo el mismo día que se dio a conocer su existencia, las informaciones iniciales no fueron suficientes para calmar la incertidumbre de una población que de la noche a la mañana tuvo que cambiar radicalmente sus hábitos.

En un principio se habló de casos de gripe porcina en el Distrito Federal y el Estado de México y se declaró alerta sanitaria regional. En pocos días el mal ya estaba amenazando a todo el territorio nacional y a diversos países del mundo. En los primeros días, cuando escribía una nota sobre la situación de los paraguayos residentes en México, la cifra de muertos que se debían –presuntamente- a la gripe porcina era de 149 personas. Luego la cantidad subió 152 muertos, pero finalmente los estudios laboratoriales demostraron que solo 7 de los casos se debían a la gripe porcina, en tanto los otros eran por neumonías o enfermedades afines. Actualmente -en el momento que escribo- son 19 muertos por el virus de la influenza humana en México, un muerto en Estados Unidos y hay 658 casos de personas enfermas que están siendo tratadas.

Esta situación de amenaza, alerta, incertidumbre y temor dejó en claro cómo opera un problema denominado ansiedad informativa: la gente, desesperada por conseguir información sobre el nuevo mal, empezó a producir y consumir todo tipo de rumores. Los datos falsos, las mentiras y los chismes disfrazados de realidad se propagaron mucho más rápido que el virus al que tanto se temía. En pocas horas empezaron a circular correos con historias tan absurdas como las de conspiración para distraer la atención local, que la visita de Obama y su reunión con Calderón se dieron justo antes del brote de la epidemia, que los mayas ya lo habían predicho, que se trataba de un “simulacro distractor”….Chismes sin argumentos parecieron llenar la ansiedad informativa de una población que buscaba respuestas que ayudaran a evadirse del problema, aunque no soportaran el más elemental de los análisis.

Los canales de información formal perdieron terreno ante los rumores, ante los correos anónimos que hablaban de conspiraciones y de farsas, pero que no explicaban por qué la gente enfermaba y moría. Cosas tan absurdas como que era una simulación por una cuestión electoral (sin pensar que la gente no se dejaría morir solo para disimular o que un presidente en ejercicio difícilmente sacaría provecho de una pandemia que mate a sus electores), ganaron los espacios en la mente de muchas personas. También se dijo que era para no pensar en lo mal que está la economía, como si al hacerla empeorar notablemente y poner en riesgo miles de empleos terminaríamos por creer que la economía había mejorado…

La sorpresa, la falta de educación de la población, la poca información oficial y el exceso de rumores y mensajes oportunistas, hicieron que la ansiedad informativa incremente el pánico y que la gente termine confundida, sin saber a quién creer o a qué atenerse. Uno de los grandes desafíos que tenemos en este sentido es educar mucho más a la ciudadanía, de tal manera que se tengan los conocimientos básicos necesarios para seleccionar la información más útil y para no dejarse arrastrar por el ruido sin argumento. Nuestras sociedades deben estar más preparadas no solo para reaccionar a tiempo ante las amenazas, sino para no dejarse confundir y para tener criterios que ayuden a salir de la crisis. Tenemos que tomar conciencia de que informar e informarnos son tareas delicadas y mucho más en tiempos de crisis. Con más educación podremos mejorar nuestra preparación para casos de crisis y evitar que la ansiedad nos devore cuando buscamos una salida.

(*) Periodista.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

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