domingo, 13 de abril de 2008

Entre el descontento y la responsabilidad

Por Héctor Farina (*)

El descontento generalizado de una sociedad afectada por la pobreza, la escasez de empleo, una educación deficiente y arcaica, y -sobre todo- por los sistemas de corrupción que sistemáticamente han robado oportunidades y esperanza, se encuentra ahora en un momento estratégico para su canalización en las elecciones presidenciables de la próxima semana. Más allá de las quejas estériles, de los lamentos y los gritos sin sentido, las urnas serán el receptáculo de las frustraciones y esperanzas, del poder que deben ejercer los ciudadanos para marcar el rumbo que se quiere para los próximos cinco años.

Las elecciones sorprenden al Paraguay en un momento álgido de su historia en el que se mezclan años de pobreza y frustración, el dolor de familias fragmentadas por el exilio económico, las campañas proselitistas populistas y la amenaza de que tras un ritual electoral se sigan manteniendo los mismos esquemas de corrupción y miseria. Con un partido político que gobierna al país desde hace más de 60 años –35 de ellos bajo la dictadura de Stroessner-, con 19 años de una “transición” que todavía no tiene destino conocido, con una oposición que no termina de convencer, y con promesas de cambio no sustentadas sólidamente en programas serios, el futuro cercano sigue siendo incierto aunque el síntoma más claro es el cansancio de la gente.

Ese descontento de la ciudadanía se nota en el éxodo de los paraguayos, que prefieren probar suerte en algún lugar desconocido antes que vivir soportando los males que arrastra el país desde hace décadas. Se nota en la falta de participación, en el desinterés hacia los temas importantes como la educación, en la creencia de que las cosas seguirán igual por más que uno intente mejorar, en la falta de convicción para cuestionar, proponer y empezar a construir por cuenta propia sin esperar el apoyo que nunca llegó.

El cansancio y el descontento se reflejaron en México, un país que fue gobernado durante 71 años por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que en las elecciones del año 2000 cedió el paso a la alternancia, más bien por el castigo de la gente que por los méritos de la oposición. Ese mismo descontento se siente hoy en el Paraguay, ante un Partido Colorado -el que más tiempo tiene en el poder, en todo el mundo, tras la caída del PRI- que en seis décadas no ha podido sacar al país del atraso ni generar condiciones para que la gente viva dignamente. Y ese descontento podría marcar un punto de inflexión en la política paraguaya, aunque todavía falta transformar el hartazgo en algo concreto, en una actitud sólida que nos lleve a construir un país mejor y no sólo a darle el beneficio de la duda al otro.

Pero no se trata sólo de procurar un cambio como consecuencia del descontento, sino de asumir la responsabilidad histórica que nos corresponde como ciudadanos. Se trata de elegir lo que consideramos mejor para todos y no sólo para los oportunistas, de negarse a seguir tolerando actos de corrupción, de no extenderle cheques en blanco a los sinvergüenzas, de no dejarse sobornar por regalos y promesas de los que sabemos que no buscan más que su propio beneficio.

La responsabilidad de los paraguayos hoy comienza con definir en las urnas cuál es el país que queremos y en manos de quiénes dejamos las riendas del gobierno. Y nuestra responsabilidad consiste no sólo en elegir, sino en convertirnos en contralores, cuestionadores y participantes activos en la construcción de una sociedad mejor. Se debe exigir respuestas concretas, planes serios para hacer crecer la economía, un sistema efectivo que garantice una educación competitiva y sobre todo honestidad en el manejo de los bienes públicos. Los ciudadanos deben ser el contrapeso de las autoridades y no sólo esperar que se colme el vaso del hartazgo para manifestar con actos nuestro descontento.

(*) Periodista

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