sábado, 2 de junio de 2007

El país de los libros tristes

Por Héctor Farina (*)

Uno de los capítulos más tristes del libro llamado Paraguay es el que señala que sigue prevaleciendo la falta de una cultura de la lectura. Se trata de un libro que recoge miles de historias todos los días, que marca el camino que seguimos los paraguayos en medio de tropezones y retrocesos, y que, curiosamente, son pocos los que lo leen para comprender hacia dónde vamos y cuáles son los pasos que debemos corregir.

El triste capítulo de la falta de lectura es recordado cada vez que hay que hacer promesas y conseguir apoyo para campañas políticas, pero es condenado al olvido a la hora de tomar medidas verdaderas que favorezcan a una sociedad necesitada de lectura y carente de medios y motivaciones para acceder a los libros. Es un capítulo del que mucho se habla sin haberlo leído e interpretado como corresponde, como si sólo fuera un pasaje retórico del que nunca se le pueden extraer acciones concretas.

La realidad nos indica que los niveles de lectura en el Paraguay siguen siendo muy bajos y que no se ven indicios que señalen que esto vaya cambiando. Los jóvenes, que son la mayoría del país, no ven el atractivo de los libros y prefieren dejarse llevar por la seducción de lo superficial, por el entretemiento sin contenido y por las ofertas vacías de un mundo consumista.

¿Pero cómo podemos incentivar verdaderamente a la lectura, si tenemos una sociedad empobrecida y desesperanzada, si los libros siguen siendo excesivamente caros, si las bibliotecas son escasas y casi no tienen renovación, si los textos siguen siendo desfasados, si la educación sigue sin llegar a todos…?

Por un lado tenemos un problema de falta de acceso a la cultura y por otro tenemos la falta de incentivos reales para tener una sociedad de lectores, una sociedad que se inserte en el mundo del conocimiento global. Lastimosamente, además de la carencia de recursos existe una mala política educativa que enseña a los alumnos a ver a los libros como meras fuentes para trabajos prácticos, para tareas de cualquier tipo, para cumplir con requisitos y no precisamente para aprender o entretenerse.

Con tristeza recuerdo que hace algunos años se hizo una encuesta entre los usuarios de la biblioteca de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, en la que se les preguntó para qué prestaban los libros: el resultado fue que más del 90% lo hacía sólo para cumplir con requisitos como los trabajos prácticos. Y eso que se trata de un porcentaje ínfimo de la población que puede estudiar y llegar a una carrera universitaria.

Un país que no lee es un país sin brújula y sin la capacidad de reconocer sus propias huellas. Mientras que la sociedad de la información exige cada día mayor preparación, más conocimiento y especialización, no podemos seguir dando pasos inciertos, sin visión y sin un rumbo claro como nación. Hay que enseñar como corresponde los valores de la lectura, aprender a exigir más y mejores bibliotecas, y pelear por mejores condiciones educativas y precios más accesibles de los libros.

Pero sobre todo, tenemos que asumir la actitud individual -propia de los que quieren superarse- de leer, aprender y crecer como personas. Todos los días. Se requiere de esfuerzo para reescribir la historia y cambiar este capítulo en el que los libros siguen tristes, porque no se los lee, no se los reconoce y porque pudiendo contribuir a una sociedad mejor, siguen siendo olvidados.

(*) Periodista

http://www.vivaparaguay.com/

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