domingo, 17 de febrero de 2013

Los pantanos del progreso


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

Una de las marcadas peculiaridades que tenemos los latinoamericanos a la hora de buscar el progreso es la tentación a empantanar cualquier discusión, idea o emprendimiento, debido a la incapacidad de generar consensos y pensar en un destino común. Nos pasa cuando se apuesta por un modelo económico, cuando se habla de romper la dependencia con las grandes economías o cuando, simplemente, se requiere invertir los recursos en necesidades fundamentales como la educación, la infraestructura o la innovación. En democracias inmaduras, con oposiciones que no han entendido su rol de contrapeso, la construcción de consensos para emprender algún proyecto siempre es algo demasiado complicado, al punto que parece que se debe construir sin el otro, contra el otro y a pesar del otro.

En naciones sin un rumbo definido, sin una planificación estratégica hacia un estadio de progreso, las iniciativas de cambio se vuelven controversias recurrentes, en las cuales una discusión sucede a la otra sin que se tenga mayor interés que el beneficio personal en detrimento del resto. Por eso resulta tan difícil planificar y concretar la construcción de una carretera, de una reforma educativa que realmente sirva para mejorar la capacitación de la gente, o establecer qué tipo de inversiones requiere un país para generar empleos y una distribución más justa de la riqueza y las oportunidades.

Estas confusiones sobre hacia dónde ir y cómo llegar siempre aportan vacilación a cada paso y nos obligan a regresar y reiniciar cada proyecto, ralentizando todo. Lo podemos ver en nuestros sistemas de justicia que no alcanzan a generar confianza en el ciudadano, o en nuestras leyes, que pueden ser interpretadas, reinterpretadas, exacerbadas o ignoradas según la coyuntura. Y tenemos pruebas de estas confusiones e indefiniciones en cada discusión sobre temas que ya deberían haber sido superados hace años, pero que hoy siguen llenando espacios mediáticos con mucho ruido y poco provecho.

Cuando pensamos en las enormes necesidades de países como Paraguay, no podemos dejar de escandalizarnos al ver que no hay consensos para hacer proyectos que permitan cambiar la matriz energética del país ni para dejar de aparecer como uno de los países con la menor infraestructura vial de la región. Aunque todos estén conscientes de que hay que renovar el obsoleto sistema de transporte público, no hay un acuerdo para tener un metrobus ni para trenes eléctricos, ni siquiera eficiencia para lograr que las chatarras dejen de circular. Mientras en los países desarrollados se busca que los sistemas de trenes sean más rápidos que los aviones, en países atrasados se sigue discutiendo sobre subsidios a sistemas ineficientes o sobre la falta de cumplimiento de normas básicas. Tan ineficientes son las autoridades y tanta desidia hay que ni siquiera se ha logrado que las unidades del transporte público de pasajeros cierren las puertas cuando están en movimiento.

Un pantano para el progreso lo constituye la innecesaria controversia sobre el presupuesto a las universidades. A pesar de los ejemplos de Finlandia, Noruega o Singapur –que progresan porque invierten en educación-, los latinoamericanos siguen atrapados en la esterilidad de los recortes a las universidades, en las peleas por cuotas de poder y en la absurda politización de los recursos para la formación de la gente. En lugar de un proyecto común y de asumir la convicción de que nos urge tener universidades competitivas y estudiantes preparados, la discusión se traslada hacia las antipatías personales de gobernantes y rectores, hacia los cupos políticos en las esferas de poder o hacia los nombres de los administradores de la chequera.

Con este tipo de empantanamiento recurrente, que deriva en el deporte nacional del palo en la rueda, difícilmente podamos lograr consensos para tener una mejor infraestructura, un mejor sistema educativo o tan solo un transporte público decente. La planificación de una nación debe ponerse por encima de los grupos, las facciones o las discusiones kafkianas. ¿Cuándo aprenderemos a ponernos de acuerdo para construir el país que queremos?

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

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