viernes, 27 de enero de 2012

Taiwán, la isla de los cerebros repatriados



Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía y el funcionamiento de las sociedades dependen de la capacidad de la gente, de lo que hacen y saben hacer. Esto lo entienden bien en Taiwán, la isla asiática en donde emprendieron un proceso de recuperación de sus mejores talentos con miras a utilizarlos como fuente de progreso, desarrollo y fortalecimiento del sistema económico. Luego de la Segunda Guerra Mundial -y en medio de conflictos diplomáticos que hasta ahora persisten-, Taiwán decidió basar su estrategia de desarrollo en el factor educativo, para lo cual amplió los programas de estudio y se preocupó por la formación de su gente, a tal punto que el aprendizaje se volvió una imperiosa necesidad, con elevadas cargas horarias y con altísimos niveles de exigencia.

A principios de la década del 70’, la isla dio un paso fundamental para la consolidación de su sistema económico: apostó por la industrialización de productos tecnológicos y logró convertirse en referente mundial en cuanto a la producción de microprocesadores y componentes electrónicos. Todo esto, teniendo como fundamento el conocimiento y la especialización de sus recursos humanos.

Uno de los aspectos centrales del proceso taiwanés es el de la recuperación de sus cerebros, los talentos que habían emigrado y se habían especializado en otros países. A partir de la repatriación de sus recursos humanos con alta formación, lograron el desarrollo de centros tecnológicos como el Valle del Hsinchu, uno de los principales sitios de innovación y producción de tecnología a nivel mundial. Y un dato revelador es que a mediados de la década del 90’, el 40% de las empresas instaladas en el Valle del Hsinchu habían sido fundadas por repatriados, en su mayoría de Silicon Valley, Estados Unidos. No sólo volvieron, sino que sus conocimientos se convirtieron en un factor económico fundamental.

La recuperación y reinserción de los recursos humanos especializados sirvió para la innovación, para mejorar el ambiente de negocios, dinamizar la economía y ampliar la visión del país en cuanto a ciencia y tecnología. Además, a la luz de los conocimientos y las experiencias, se apuntaló la capacitación y se fortalecieron los sistemas educativos con miras a formar más y mejor, buscando siempre la vanguardia en materia tecnológica.

Los taiwaneses, al igual que los singapurenses o los surcoreanos, están obsesionados con una educación competitiva. Planificadores, organizados y muy voluntariosos, pueden dedicarle 10 o 12 horas al día al estudio. Cada año hay miles de estudiantes (en 2010 fueron 300 mil) que buscan entrar a una universidad de élite con el objetivo de recibir la formación más especializada. Para ello, dedican todo su tiempo al aprendizaje: desde matemáticas hasta literatura e idiomas. Si no logran ubicarse en los primeros lugares de las pruebas –que duran cerca de 12 horas-, tendrán que resignarse a estudiar en una escuela normal.

Taiwán hoy goza de una economía sólida y competitiva, con un sistema financiero estable, y un crecimiento que duplicó el promedio mundial en los últimos tres años. En 2010 se ubicó en el cuarto lugar a nivel mundial en cuanto a crecimiento, con un incremento de 10,7% en su Producto Interno Bruto (PIB). Con un ingreso per cápita superior a los 35 mil dólares anuales, sin problemas de deuda externa, y con muchas inversiones productivas, la isla se mantiene firme ante la amenaza de una nueva crisis económica global.

Para lograr repatriar a los talentos, no hay grandes secretos. Al igual que países como Israel o Corea del Sur, Taiwán lo hizo gracias a la planificación y la voluntad política. Con una estructura tecnológica y científica incentivada desde el gobierno, con un fuerte apoyo a la educación y con el desarrollo de proyectos que generen empleos y buenas condiciones laborales, se logró que el regreso de los talentos sea productivo y atractivo.

Algo que debemos pensar con urgencia en América Latina es cómo recuperar a muchos de nuestros talentos que se fueron porque no tuvieron la oportunidad que merecían. Se van, se especializan y producen riqueza para los países ricos, mientras los necesitamos pero no sabemos cómo retenerlos. Eso lo sufren países como México, en donde el 20% de los ciudadanos con nivel de doctorado ya ha emigrado a Estados Unidos. El costo que pagamos es muy alto cuando nuestros talentos se van y cuando no somos capaces de recuperarlos.

En la era del conocimiento, en donde las economías dependen de lo que sabemos hacer, no lograremos salir airosos si seguimos negando oportunidades a los que saben. Si permitimos que nuestros cerebros se vayan y si no hacemos algo urgente para que vuelvan, difícilmente podremos abandonar la pobreza y el atraso. Un buen plan económico para nuestros países debería empezar con la respuesta a una pregunta: ¿Cómo recuperamos a los mejores, para que se pongan al frente de la economía?

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

2 comentarios:

Darío dijo...

El camino puede ser trazado en la medida en que se deje la mentalidad troglodita de asegurarse meramente la próxima elección. Lamentablemente, en Paraguay -como en la mayoría de los países latinoamericanos-
no existe una visión global ni una estrategia para colocarse a la vanguardia, pensando en el país y no en la facción política o grupo social. Las rencillas domésticas dominan la agenda y el debate, mientras el mundo sigue avanzando. Es fundamental el cambio de chip, y esta generación tiene la oportunidad de ejecutar por lo menos el prólogo de esa revolución cultural, que llevará décadas...

HCF. dijo...

Estimado Darío, gracias por compartir la reflexión. El Paraguay tiene hoy una oportunidad envidiable: el bono demográfico. 62% de los paraguayos tienen menos de 30 años. El cambio de mentalidad se podrìa dar con un fuerte incentivo a la educación de calidad...si hacemos que los jóvenes sean capaces, competitivos y conscientes de los desafíos que deben enfrentar. Con una generación de ciudadanos altamente preparados, en 10 años podemos dar el gran salto y apuntar a un país con más oportunidades y menos pobres.