domingo, 19 de abril de 2009

El poder en manos temblorosas

Por Héctor Farina (*)

Los paraguayos hemos visto, a lo largo de nuestra historia, gobernantes de todo tipo, así como formas muy diversas de ejercer el poder. Los tiranos y los endebles, los implacables y los pusilánimes, los intelectuales y los mediocres: bajo diferentes sistemas de gobierno han desfilado mandatarios que se vistieron con el poder para administrar la dirección del país. Algunos no fueron lo que esperábamos y otros se nos parecieron demasiado.

En nuestra historia independiente tuvimos gobernantes de la talla del Dr. Francia, el dictador implacable que manejó los hilos del poder con mano férrea, sin más límites que su voluntad. Eligio Ayala, un gobernante inteligente y preparado, nos dio una lección de cómo se debe gobernar cuando se rodeó de la gente más preparada del Paraguay para conformar su gabinete. Nos mostró que cuando el poder es administrado por los que saben, se logran los mejores resultados. Pero también el poder fue el cetro de los tiranos que hundieron al país, como Stroessner, quien durante 35 años impuso un sistema de terror que dejó una ciudadanía empobrecida y sin educación.

El inicio de la era democrática trajo consigo una serie de gobernantes que no cumplieron con las expectativas de una ciudadanía harta de tiranía y esperanzada en un nuevo rumbo: militares incultos, gobernantes corruptos e ineptos, desfachatados y hasta delirantes. El poder pasó por las manos de cinco presidentes colorados que se fueron dejando rastros de inutilidad, corrupción, sumisión, desvergüenza y cinismo. Las políticas sin dirección, sin sustento o directamente esquizofrénicas no fueron capaces de solucionar los problemas de la gente. Y por eso el hartazgo, por eso el voto por el cambio.

Hoy el poder atribuido por los ciudadanos se encuentra en manos del ex obispo Fernando Lugo, un presidente que hasta el momento se ha mostrado tibio, indeciso y hasta pusilánime. No tiene control sobre los hilos del poder y más bien parece que son otros tentáculos los que lo gobiernan a él. Se mueve con vacilación, como si esperara la aprobación en cada paso y por ello no termina de afirmarse ante el temor de tener que regresar el pie. Toma decisiones para luego recular, con lo que deja la sensación de que no tiene claridad a la hora de decidir o no tiene la última palabra en las decisiones. Errático, sin definir el rumbo mediante el cual se consolidará el cambio, mantiene una política a la deriva, navegando sin fuerza en medio de las presiones de sectores que sólo buscan sacar provecho de la coyuntura.

El poder parece quemar las manos de Lugo, quien ha llamado más la atención por un escándalo en su vida personal que por sus acciones como gobernante. No solo parece que el poder es administrado por manos temblorosas, sino que queda la sensación de que los oportunistas se ocultan tras esos temblores y que están expectantes para dar el zarpazo. La tibieza genera incertidumbre, y la indecisión de Lugo hace que veamos el cambio como algo sin forma, como algo que no se traduce en hechos concretos.

Los ciudadanos debemos recordar que tenemos poder dentro del sistema democrático y que tenemos que ejercerlo mediante nuestra capacidad de hacer, de cuestionar y de proponer. Tenemos que ser protagonistas y ejercer nuestra ciudadanía en forma responsable, para que la gente sea el contrapeso del poder de los gobernantes y que no sean las presiones de los politiqueros y avivados las que condicionen el manejo del poder.

Lugo tiene que entender que la ciudadanía exige acciones firmes para combatir la corrupción, para generar empleos, para tener una mejor educación y para mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Ni su indecisión, ni su tibieza ni sus escándalos sirven para tener el país mejor que todos queremos. Necesitamos firmeza y acciones concretas. A los tibios, hay que vomitarlos.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales
Publicado en Viva Paraguay

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