martes, 3 de marzo de 2009

Un reflejo de lo que somos

Por Héctor Farina (*)

Una de las formas más claras de formarnos una idea de una determinada sociedad es por medio de una mirada a sus escuelas. Cuando miramos con detenimiento los centros de enseñanza, la forma de educar y la importancia que se le concede a la capacitación de los habitantes, podemos establecer ante qué tipo de sociedad nos encontramos. Podemos ver si se trata de una sociedad que valora a su gente, que trabaja para tener personas más preparadas e inculca valores como la educación, o también si se trata de una sociedad desordenada, sin un rumbo claro y en donde los valores no son enseñados sino relativizados de acuerdo a las conveniencias de cada uno. La importancia que le damos a nuestras escuelas es un indicador sobre qué es lo que somos y qué es lo queremos ser.

Las sociedades más desarrolladas son las que más cuidado tienen en asignarle el lugar que les corresponde a las escuelas. En Finlandia, donde se encuentran los mejores maestros del mundo, las escuelas ocupan un lugar central dentro de la política del Gobierno y la vida de las personas. El hecho de estudiar o enseñar en una escuela implica no solo avanzar hacia la conquista de mayores oportunidades, sino que confiere estatus y respeto dentro de la sociedad. Un maestro es una persona valorada, con prestigio y reconocimiento. Y los finlandeses tienen los mejores indicadores de desarrollo humano del mundo.

Las escuelas son una referencia de la sociedad. La España de la Edad de Oro coincidió con un momento en que las universidades españolas estaban en la cumbre de su prestigio. Por sus escuelas pasaron muchos genios de la talla de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Calderón de la Barca. Y no fue una casualidad que una de las épocas más brillantes de la historia ibérica se haya cimentado sobre la calidad de sus escuelas y sobre la formación de sus habitantes. Basta con recordar a los griegos, que hicieron de las escuelas el motor de la grandeza de la Grecia Antigua. De ahí surgieron los grandes pensadores que nos legaron una herencia cultural que todavía perdura en la filosofía occidental luego de más de dos milenios. Allí tienen sus raíces la Academia , fundada por Platón, y el Liceo, fundado por Aristóteles.

En contrapartida, si miramos nuestras escuelas en América Latina veremos que no se les asigna la importancia que tienen en los países desarrollados. Hay muchas escuelas sumidas en el abandono, perdidas entre la miseria y la ignorancia, condenadas a no tener relevancia, y limitadas en su capacidad para poder ofrecer un futuro mejor a los estudiantes. En el Paraguay hay muchas escuelas que no tienen sillas ni pizarrones, en donde los maestros son mal pagados, no les pagan o simplemente ni siquiera son maestros. Nuestros centros de enseñanza ocupan un lugar secundario en nuestra vida, no tienen la importancia que deberíamos darle si consideramos que de ahí saldrá la gente preparada que gobernará al Paraguay y que trabajará por el país: de ahí surgirán nuestros gobernantes, intelectuales, empresarios, funcionarios públicos, deportistas…Y si no somos capaces de ofrecer centros de enseñanza de calidad, el producto no puede ser distinto del que se fomenta.

Para revertir nuestra situación de pobreza y atraso, tenemos que empezar por revertir nuestra propia concepción de lo que representan las escuelas dentro de la sociedad. Tenemos que valorar más la educación de los niños y jóvenes, exigiendo más respeto de parte de las autoridades y más inversión del Gobierno en la infraestructura y en la provisión de recursos humanos idóneos para enseñar más y mejor. Pero no sólo debemos exigir y esperar respuestas de las autoridades, sino que tenemos que tomar la iniciativa de gestionar por nosotros mismos mejores condiciones para el estudio. Con trabajos cooperativos se pueden construir aulas, comprar computadoras, limpiar las escuelas y crear espacios para la recreación y el deporte. Cada uno puede, en la medida de sus posibilidades, ser un agente importante para el cambio, aportando un poco de tiempo, de respeto, de atención o de trabajo.

Si las escuelas son el reflejo de lo que somos, hagamos que reflejen una sociedad que quiere progresar, superarse y construir un mundo con más oportunidades y menos abandono.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales

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