martes, 3 de marzo de 2009

La violencia en nuestras vidas



Por Héctor Farina (*)

México violento. Así podríamos definir a este país convulsionado por la violencia, la delincuencia y el miedo. Sólo el año pasado, aproximadamente 5.600 personas fueron asesinadas, en crímenes atribuidos al crimen organizado que azota a este país. En tanto, en lo que va del 2009 la cifra ya supera los 1.000 muertos. Las escenas de enfrentamientos entre sicarios al servicio de los cárteles de la droga y militares, sobre todo en el norte del país, se han vuelto tan cotidianas que es común encontrar relatos similares en la televisión y en otros medios de comunicación. Ya no sorprende que haya balaceras y que el número de víctimas vaya en aumento.

La violencia se percibe ya como una parte de la vida de las personas en los grandes centros urbanos, como la Ciudad de México, en donde los asaltos y secuestros son constantes. Todos los días en las noticias abundan los hechos violentos, los relatos de las víctimas, las escenas trágicas que se suceden sin dar tiempo a que la gente termine de asombrarse. Hace algunas semanas el asesinato de un científico francés, al que siguieron desde el aeropuerto y le dispararon para robarle, conmocionó a la sociedad, pero nuevos hechos violentos posteriores fueron llenando los espacios informativos y saturando la memoria de la gente. Golpe tras golpe, la sociedad se acostumbra a que la violencia sea parte de lo cotidiano, como un mal con el que hay que convivir necesariamente. Y esto representa una tragedia cultural.

La lucha de México contra la violencia hoy se encuentra en un momento crítico, pues la delincuencia organizada ha ganado espacios durante muchos años y ahora el costo de enfrentarla se traduce en la pérdida de muchas vidas. Se trata de una guerra contra sistemas delictivos que han infectado a diversos sectores, y por ello, en una paradoja cruel, parece que en la medida que en se combate la violencia, el resultado es sentir que se vive en un ambiente más violento.

El ejemplo mexicano es claro para comprender que no debemos dejar que la violencia vaya penetrando en nuestra cultura y forme parte de nuestra cotidianidad. Hace algunos años un diplomático colombiano explicó que el error de Colombia fue el de reaccionar tarde contra la delincuencia, y por eso tuvieron que llorar por miles de vidas que se perdieron en la lucha contra el crimen. El costo de dejar que la violencia se vaya incorporando a nuestras vidas es demasiado elevado, y tarde o temprano siempre se paga.

Debemos entender que la violencia no sólo se manifiesta por medio de los hechos, sino también por la forma como se comporta la gente. Las sociedades no deben acostumbrarse a que las balaceras sean normales, que los asaltos, secuestros y homicidios sean algo con lo que hay que convivir. Los ciudadanos no debemos perder nuestra capacidad de asombro ni mucho menos permitir que la violencia se vaya incorporando a nuestras vidas a tal punto que se hable de “ajuste de cuentas” cuando hay un asesinato, como si esa fuera la forma natural en que las cuentas deben arreglarse. Si nos acostumbramos a que haya violencia en nuestras ciudades, en nuestras familias o en nuestras casas, y si hacemos que la indiferencia o la indolencia sean nuestras únicas formas de reacción, el costo que pagaremos como sociedad será demasiado doloroso. Tenemos que erradicar este mal de nuestra cultura y exigir a las autoridades que cumplan con el deber de frenar la delincuencia ahora, para que después no sea peor.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales
www.vivaparaguay.com

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