lunes, 6 de junio de 2016

La tiranía del mercado

Por Héctor Farina Ojeda

El filósofo norteamericano Michael Sandel dice que el dinero está comprando cosas que no deberían estar a la venta y que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado, en donde el dinero ha invadido espacios de decisión que no le corresponden. Por ejemplo, en la compra de conciencias, en la decisión de qué oficio o carrera elige cada quien o incluso en cuestiones personales, ahora siempre condicionadas por el dinero, el empleo o algún otro incentivo económico. 

En este contexto, la necesidad de pensar en el dinero como resultado lógico de algún esfuerzo ha llevado a que el mercado sea fundamental para tomar decisiones sobre proyectos de vida. Así, la elección de un oficio o una carrera ha encumbrado al mercado como el dios de la decisión, por encima de la vocación, esa palabra romántica y cada vez más vacía. Como si ya no fuera importante pensar en quiénes quieren ser y qué quieren hacer, sino más bien dónde pueden funcionar y en qué parte del mercado pueden obtener la riqueza material. 

Ciertamente, tenemos un problema de desempate entre la formación profesional y el mercado laboral. Es decir: lo que las universidades enseñan no necesariamente se ajusta a los empleos más demandados y con mejores salarios. En un entorno en el que se requieren más ingenieros y especialistas en tecnología, es lógico que se busque la manera de formar profesionales para atender esa demanda. Pero esto no debe llegar al extremo de que el mercado, con sus necesidades materiales, deba decidir por encima de las necesidades sociales, las particulares y personales. 

Que el mercado requiera ingenieros especializados no implica que debamos minimizar o incluso marginar la formación de abogados, sociólogos o historiadores, aunque sabemos que se enfrentan a escenarios laborales saturados o mal pagados. Antes que eso, habría mejor que buscar la manera de equilibrar la oferta y la demanda, valorando la necesidad de los empleos de calidad pero no al punto de supeditar proyectos de vida a una cuestión coyuntural y salarial. Si atendiéramos la dictadura del mercado y nos dedicáramos a formar sólo ingenieros y técnicos especializados para la demanda actual, en poco tiempo saturaríamos el mercado, bajarían los salarios y acabaríamos con la ilusión de la riqueza, pues ante el exceso de oferta de profesionales, seguramente las condiciones serían precarias.


Una opción interesante para pensar qué hacer con nuestros profesionales es la que plantea el economista Jeremy Rifkin, quien dice que ante un mercado laboral inestable y cambiante debemos desarrollar más habilidades y competencias. Es decir, requerimos formar a los profesionales para la innovación, la creatividad y el emprendimiento constante, lejos de los compartimientos estancos y la formación arcaica que produce piezas específicas que sólo embonan en un engranaje, en un momento particular. Nosotros debemos pensar qué hacer con el mercado y no de al revés. Hay que reinventar el mercado conforme a lo que necesitamos como sociedad.    

Publicado en Milenio Jalisco en el espacio “Economía empática”, de la sección de Negocios. Ver original aquí: