domingo, 19 de enero de 2014

Desigualdades e historias repetidas


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La paradoja de vivir en un continente rico inmerso en la pobreza ya no sorprende en cada nuevo estudio que nos enrostra con indicadores sobre desigualdad, marginalidad, exclusión y atraso. Sabemos que América Latina posee niveles de desigualdad superiores a los de África pese a poseer recursos suficientes para pensar en sociedades más igualitarias. Preocupados por el crecimiento económico, por los indicadores macroeconómicos y por los resultados a corto plazo, los gobiernos nos siguen debiendo un trabajo de fondo que coloque a la gente en una situación tal que pueda acceder a mejores empleos, ingresos y oportunidades. 

Precisamente, uno de los ejemplos que tenemos es el caso mexicano, en donde la desigualdad  del ingreso triplica a la que se registra en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), según lo afirmó José Ángel Gurría, secretario general de dicho organismo. Los datos son escandalosos: el ingreso promedio del 10% de familias pobres es 25 a 26 veces menor que el ingreso del 10% de familias más acaudaladas. Mientras que en los países de la OCDE la diferencia es de 9 veces en cuanto a desigualdad de ingresos, en México llega a 26 veces y en Brasil a 50, lo que habla claramente de sociedades en donde existe una fuerte concentración de la riqueza en pocas manos y una exclusión de una gran parte de la población, que debe conformarse con ingresos que los mantienen en situación de precariedad.

Pero la cuestión de la desigualdad no se acaba en el ingreso sino que tiene raíces más profundas: en el acceso a la educación, al mercado laboral, a los sistemas de salud, y a las oportunidades en general que existen en cualquier país. Es por ello que cuando vemos países en donde una buena parte de la población queda fuera del sistema educativo no podemos aspirar, ni remotamente, a que haya equidad en los ingresos, porque poseer limitaciones educativas equivale a no tener acceso a buenos empleos ni buenos salarios. Y esto deriva en algo que conocemos bien: grandes porcentajes de gente en situación de pobreza y pequeños porcentajes de privilegiados que se quedan con la riqueza. 

El problema de la desigualdad en América Latina tiene rostro de educación: con 33 millones de ciudadanos con rezago educativo, es casi imposible que un país como México logre revertir la inequidad en la distribución de la riqueza. Al contrario, la tendencia es hacia una mayor concentración en pocas familias. Lo mismo podemos decir de países como Bolivia, Paraguay o Guatemala, en donde las riquezas nacionales contrastan con la pobreza de la gente. 

Cuando pensamos en cómo revertir la desigualdad deberíamos mirar hacia los países que han logrado minimizar los niveles de pobreza, como Noruega, Finlandia o Suecia. Con un fuerte énfasis en la educación de su gente, no solo han logrado nivelar el acceso de la gente a los buenos empleos y a las oportunidades, sino que tienen los mejores indicadores de calidad de vida del mundo. 

En una economía del conocimiento, la clave está en la educación de la gente. Para cambiar la vieja y repetida historia de pobres y excluidos, comencemos por mejorar los sistemas educativos y hacerlos más incluyentes. Los ingresos y las oportunidades vendrán por añadidura.

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México. 

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