Mostrando entradas con la etiqueta Paraguay. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paraguay. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de febrero de 2015

La generación pendiente

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

Los resultados de la economía paraguaya en los últimos años dan cuenta de que la falta de una visión a mediano y largo plazo sigue condicionando el desarrollo. Por momentos, la bonanza de los elevados precios para la producción agrícola, el auge de las exportaciones de carne y el empuje de una buena coyuntura en la región hicieron que la economía tenga un crecimiento importante, en algunos casos hasta con cifras inéditas que nos ubicaron en los primeros lugares a nivel mundial. Pero fueron y son momentos de una economía que sigue apostando sus fichas a pocos sectores y que depende en gran medida de factores que no puede controlar, como el régimen de lluvias y los precios en el mercado internacional. 

Como consecuencia, el crecimiento y la riqueza se han concentrado en pocos sectores, en tanto no se ha logrado que los beneficios se extiendan a las urgentes necesidades sociales. Es así que seguimos teniendo un sistema educativo poco eficiente y poco acorde a las exigencias de la economía del conocimiento, así como la pobreza sigue condicionando a gran parte de la población. Tenemos un país en el que la gente sigue como materia pendiente, en tanto la falta de planificación hacia lo social hace suponer que la riqueza que viene, tal como vino se irá sin dejar más que la sensación de que algo mejor pudimos haber hecho. 

En este contexto, resulta una tragedia que hoy se hable de que tenemos una generación pérdida como resultado del fracaso de la reforma educativa. Es decir, precisamente en tiempos en los que el conocimiento es el capital más valioso, la reforma educativa se encargó de formar una generación contra el conocimiento. Después de la Guerra Grande no hemos logrado formar una generación que se encargue de hacer del país un espacio de justicia y desarrollo para todos. Acaso ha habido excepciones, como Eligio Ayala, el presidente austero que decía que tenía el mejor gobierno porque estaba rodeado de los hombres más ilustrados del país.

En un mundo competitivo en el que los países más visionarios ya emprendieron una carrera desenfrenada por conquistar la economía del conocimiento, no podemos esperar que un país atrasado logre algo importante sobre la base de postergar las necesidades de la gente, de no invertir como se debe en la educación o de relegar al olvido la ciencia y la tecnología. Es urgente trabajar en la formación de generaciones de ciudadanos capacitados, que tengan el conocimiento suficiente para innovar y reinventar nuestra vieja economía. Ya no sirve continuar con el modelo agropastoril o seguir a expensas de que la coyuntura nos regale buenos precios o buenas lluvias. 

La visión que deberíamos tener no es la del corto plazo sino la de mediano y largo plazo. Si empezamos ahora, tardaremos por lo menos dos décadas en comenzar el cambio generacional que nos pueda dar resultados distintos a los que tenemos hoy. Y para hacer esto necesitamos una planificación que priorice a la gente y sobre a todo a los jóvenes como eje central del cambio. Tenemos un país favorecido con el bono demográfico, con 60% de la población con menos de 30 años de edad, por lo que es el momento ideal para hacer que la revolución sea generacional, a partir de la capacidad, el conocimiento y el talento de nuestra gente. No es algo imposible pero requiere de esfuerzo, inteligencia y compromiso. La pregunta es si realmente queremos hacerlo.

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México

lunes, 26 de enero de 2015

De la transparencia a la construcción

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La convocatoria de una Universidad de Verano a la discusión sobre los grandes temas que hacen al país es una muestra clara que de los paraguayos tenemos mucho por estudiar, analizar, debatir y proponer. Luego de los largos silencios a los que nos obligó la dictadura, y de los gritos y el ruido  posterior, estamos en un momento en donde nos urge construir consensos y participar en forma activa en las grandes decisiones que debe tomar el país. Y esta urgencia debe llamarnos a recuperar las voces críticas, las ideas y el pensamiento vivo de toda una sociedad que ya no puede seguir tolerando que la excluyan a la hora de administrar el destino de una nación. 

Uno de los grandes logros de los últimos tiempos fue la fiebre de transparencia impulsada por una ciudadanía cansada de tanto secreto, y que derivó en que se hagan públicos muchos de los manejos corruptos que se hacen con los fondos del Estado. Mientras tenemos una situación de pobreza que afecta a más de la mitad de la población, los corruptos ostentan con desvergüenza sus niñeras de oro, sus viáticos millonarios, su nepotismo y una interminable lista de robos de todo tipo. Es bueno que los hayan exhibido y señalado, aunque todavía falta que no sólo acaben con sus privilegios sino que los hagan pagar con creces por la insolencia de robar y burlarse de la gente. 

Estamos en un momento de la transición democrática en donde debemos consolidar la transparencia como la base fundamental del manejo de los recursos públicos, así como ejercer nuestra responsabilidad de ser contralores de los procesos que involucran nuestras vidas. Y esto implica estar atentos a lo que hacen con los presupuestos, con los recursos, con las inversiones y los gastos, con la obra pública, con las contrataciones y con el manejo de la cosa pública. Como nunca antes la ciudadanía tiene herramientas para exigir, controlar y repudiar incluso las decisiones que los gobernantes toman en nombre de todos. 

Mediante la transparencia podemos saber qué hacen con los recursos y a dónde se destinan, pero todavía nos falta mayor presencia en un estadio posterior: en la construcción del país que queremos. Y en este caso hay que tener una mirada atenta sobre el Presupuesto General de la Nación: desde su planificación hasta la ejecución y sus resultados. Es ahí donde podemos vislumbrar qué tipo de país quieren: si el mismo Estado corrupto que despilfarra sus recursos en inutilidades, o uno que apunte a atender las necesidades reales de la gente: salud y educación. 

Es hora de pasar a la discusión activa del país que queremos. Y esto implica proponer, idear e innovar. Hay que exigir que los recursos dejen de ser despilfarrados, que se acaben los privilegios groseros que sólo benefician a unos pocos, y que se prioricen las inversiones que realmente necesita Paraguay: en educación, ciencia y tecnología. 

No sólo es bueno sino que es urgente trabajar con las voces académicas, con los estudiantes y con la gente preparada que nos ayude a interpretar la situación del país y a proponer caminos que nos lleven a un mejor destino colectivo. Hay que pasar de la transparencia y el control, a las ideas y la innovación, a las decisiones estratégicas que contribuyan a minimizar la pobreza, a acabar con los privilegios y a darle a la gente la oportunidad de mejorar su calidad de vida. La tarea es enorme y el desafío extraordinario, pero de ello depende tener un futuro como nación. 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México
 
Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. Ver aquí

miércoles, 14 de enero de 2015

Del cajero al visionario

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El cambio de mando en el Ministerio de Hacienda, un puesto clave en el equipo de Cartes, nos devuelve a una de las eternas preguntas que nos hacemos cuando se sustituye a una persona por otra: ¿qué tanto puede cambiar la política económica con el cambio de un ministro? A priori, se ve poco probable un cambio si consideramos que se cambia una pieza para que siga funcionamiento la misma estructura. Y sobre todo porque la mirada sigue siendo hacia un ente cajero preocupado por recaudar y no hacia alguna estrategia innovadora que nos dé esperanzas de que pasaremos de la urgencia por recaudar a la eficiencia en la inversión.

No es una novedad que uno de los grandes problemas del Paraguay para su despegue económico es, precisamente, la carencia de una estrategia o un plan visionario que nos lleve a construir la economía que necesitamos. Se administra un Estado sobrecargado, con corrupción e ineficiencia, y no se alcanza a poner orden para intentar ir hacia un destino económico favorable a todos. Y en este contexto, un hecho notable es la carencia de un Ministerio de Economía que se encargue de planificar, diseñar y ejecutar ideas que ayuden al crecimiento económico, a la reducción de la pobreza, la generación de empleos y, sobre todo, a saber hacia dónde vamos y qué podemos esperar. 

Somos un país curioso que encabeza su economía con un ministerio que se preocupa por recaudar, al mismo tiempo que la informalidad es la que rige en la mayoría de los sectores. Esa misma preocupación que lleva a cobrarles a los yuyeros mientras se hace la vista gorda a las enormes ganancias de los sojeros. O la urgencia de recaudar que no es coherente con los subsidios a sectores privilegiados o el despilfarro alegre de fondos en nombre de necesidades como la educación. Un Estado sobredimensionado, desordenado y caótico se lleva la mayor parte del presupuesto, lo cual no se corrige con recaudar más. 

Aunque la recaudación y la equidad en el pago de impuestos son una necesidad, Paraguay necesita salir del modelo del cajero que sólo recibe y luego distribuye para mantener todo como está. Nos urge pensar en un Ministerio de Economía que se encargue de establecer la planificación y la estrategia del modelo de país que queremos construir: ¿uno industrializado? ¿uno de servicios? ¿un país para la economía del conocimiento? Lo cierto es que no se puede seguir con un modelo agropastoril que enriquece a unos pocos y deja en la pobreza a la mayor parte de la población. 

Hay que dejar de vivir en una economía a la deriva que depende de los vientos internacionales, del precio de la soja, el mercado de la carne o el régimen de lluvias. Y no sólo hay que pensar en recaudar más sino en superar el problema de gestión que tiene el país, que hace que incluso las buenas iniciativas y las buenas inversiones terminen empantanadas y estériles. Orden, planificación y estrategia es lo que necesitamos. Eso es lo que diferencia a los administradores de turno que sólo buscan quedar bien, de los visionarios que intentan romper estructuras que no funcionan. 

Si el gobierno quiere tener rumbo -no sólo uno nuevo-, hay que marcar claramente el camino que seguiremos como economía, así como las metas perseguidas a corto y largo plazo. Más que por sus recaudaciones, por sus planificaciones e inversiones los conoceremos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el diario económico 5 días, de Paraguay. Ver original aquí:

domingo, 11 de enero de 2015

Contra la economía

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las buenas referencias para la economía paraguaya enfrentan un problema crucial que amenaza con anclarnos en el atraso durante un buen tiempo. Mientras los periódicos dan cuenta de que este año cerrará con un crecimiento del 4% del Producto Interno Bruto (PIB) y se estima que para 2015 se mantendría un ritmo similar, la verdad es que todos los buenos números están amenazados no solo para los siguientes años, sino para toda una generación. Con el fracaso de la reforma educativa que se pone en evidencia con estudiantes que tienen problemas de lectura y de comprensión, estamos atacando lo más esencial para que una economía funcione en los tiempos actuales: el conocimiento. 

Seguramente los administradores de turno podrán pintar un cuadro con indicadores que disfracen en alguna medida la realidad: eventualmente se recuperará el precio de la soja y puede que se incrementen la producción ganadera y la exportación de carne. Pero la dependencia de un par de rubros y el agotamiento de los recursos naturales no sólo no servirán para ubicar al país como una economía de vanguardia, sino que no lograrán minimizar la pobreza ni romper la desigualdad que hace que muy pocos se llenen las manos mientras los demás padecen las carencias. 

Con la tragedia que representa que 9 de cada 10 estudiantes de tercer y sexto grado no aprendan en clases, estamos matando la esencia de la economía: sin una generación preparada, no habrá innovación ni competitividad ni productividad, ni podemos hacer ciencia ni tecnología. El fracaso de los estudiantes es más que una "tragedia educativa", como diría Guillermo Jaim Etcheverry, es una verdadera "tragedia económica".  Si nos quedamos como si nada y permitimos que se pierda toda una generación de paraguayos, el resultado es ir exactamente en contra de la economía del conocimiento, en contra de las oportunidades de todo un país. Caminar en sentido contrario al conocimiento implica hacerle un harakiri deshonroso a la economía, a las esperanzas de innovar y cambiar una situación que ya es demasiado oprobiosa. 

Mientras los países desarrollados están preocupados por la ciencia y la tecnología y buscan mejorar sus universidades, en Paraguay las noticias nos hablan de estudiantes que no aprenden, docentes incapaces de aprobar pruebas para dar clases, fondos despilfarrados en nombre de la educación y políticos incapaces de al menos hilvanar un discurso coherente. No es casualidad que el fracaso en la educación se traduzca en corrupción, pobreza, marginalidad y mucha injusticia.

Para defender nuestra economía y buscar mejorar la calidad de vida de la gente, la urgencia es recuperar la educación. No son los indicadores macroeconómicos, es la educación la que puede salvarnos o hará que se termine de hundir el barco. En los tiempos actuales no existe la posibilidad de minimizar la pobreza ni la marginalidad si no es por medio del conocimiento de la gente. 

Tenemos todo por hacer y es imperioso salvar la educación. Repatriar cerebros, incentivar talentos, invertir más y mejor en ciencia y tecnología, enviar a los mejores a formarse en el exterior, elevar la calidad docente... Es hora de un cambio drástico que apunte a la construcción de un país sobre la base de formar a su gente, antes de que una generación perdida sea la perdición de toda la economía y todo el país. 

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Ciudad de México, México. 

Publicado en el diario económico 5 días, de Paraguay. Ver original aquí

viernes, 31 de octubre de 2014

El costo de la ineptitud


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Imagino que el mismo Rafael Barrett se hubiera asustado de que más allá del “dolor paraguayo” hoy tengamos esta mescolanza de sufrimiento, ira y absurdo. Si aplicamos al país la pluma de Kafka, más que narradora del absurdo, parece visionaria, al estilo Verne, pues acaso adelantó la existencia de personajes tan poco verosímiles como el diputado Portillo. Y hasta José Ingenieros sentiría que su obra se quedó corta al describir con furia a los mediocres. O el maravilloso tango “Cambalache” quizá no lo diga todo con aquello de que los inmorales nos han igualado. 

En medio de las dificultades y esperanzas de un país que necesita con urgencia corregir incontables injusticias sociales, la ineptitud parece haberse enseñoreado en muchas de las esferas públicas, sobre todo en aquellas en donde más necesitamos de gente idónea. Los ineptos pululan en el Congreso, en la función pública, en los ministerios y en ámbitos de todo tipo. Y aunque sabemos que la ineptitud no se puede generalizar, pues hay gente talentosa, preparada e idónea trabajando por el país, no recuerdo un escenario en el que la ineptitud haya sido tan escandalosa, tan visible y hasta risible, al punto de que concentra la atención y hace que los buenos ejemplos queden en segundo plano. 

El costo de la ineptitud en las esferas de poder es demasiado elevado para que tengamos que soportarlo. Lo podemos ver en los millones de dólares que cuesta mantener un Congreso en el que sus miembros se destacan por haber robado y confesado con cinismo, por sus niñeras de oro,  por sus diputados que no alcanzan a esbozar una idea coherente en forma verbal y que no pueden diferenciar a la masa del “craz”. La ineptitud es muy cara para todos si pensamos que personajes nada idóneos se encuentran al frente de las comisiones especiales y de muchas de las tareas vitales para el Estado. 

Con obras que no avanzan pese a tener financiamiento, con ejemplos de que pagamos intereses por créditos no utilizados o, simplemente, por la parsimonia e indiferencia con la que se analiza el problema del transporte público, podemos sospechar que hay mucha ineptitud detrás. Ni un metrobus, ni un tren eléctrico, ni siquiera unidades decentes para el transporte público de pasajeros. Lo mismo podemos decir del combate a la pobreza, la calidad educativa, las obras de infraestructura o la competitividad: las discusiones tienen años, los problemas son añejos y las soluciones conocidas pero no se ven cercanas en el tiempo. Y es que la ineptitud es la cómplice ideal de cualquier forma de corrupción, por eso siempre aparecen juntas. 

Paraguay se encuentra ante una extraordinaria oportunidad histórica, con vientos económicos favorables, un bono demográfico y un gran potencial de crecimiento. Por eso no podemos permitir que los ineptos y sus cómplices terminen acabando con una buena coyuntura de la misma manera con que han terminado con tantas cosas buenas. Hay que señalar a los ineptos en el poder y no permitir que sigan obteniendo beneficios personales a costa de perjudicar a todos. Los memes, las burlas y la indignación no deben quedar en lo anecdótico, sino que deben ser el punto de inflexión que nos lleve a revolucionar mediante las ideas y cambiar todo aquello que por su misma mediocridad termina empobreciendo a un país necesitado.   

Seguramente con una barrida de los ineptos de las principales esferas de poder y dejando que sean los que saben quienes se pongan al frente de los proyectos del país, podríamos no solo dejar de cargar con un costo oprobioso e inútil, sino que la economía y los paraguayos saldrían beneficiados. No olvidemos que al país le fue bien cada vez que fue administrado con inteligencia por gente idónea, como en tiempos de Eligio Ayala, pero le fue y le irá mal si los referentes son los impresentables que corrompen, lastiman, se burlan y nos afrentan con su ignorancia. 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el diario 5 días, el diario económico de Paraguay. Ver original aquí

sábado, 12 de julio de 2014

Un país de imprevisiones

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La sensación de que la planificación no será lo que determine el funcionamiento del país sino que lo imprevisto, lo ocasional y los factores externos no sujetos a nuestro control tendrán más peso, siempre está presente en la economía paraguaya. Hace tan solo unos meses se hablaba del país con una proyección de crecimiento económico notable, del buen momento para atraer inversiones y de las bonanzas de tener una población joven y en condiciones de producir como nunca antes. Ahora se habla de un país agobiado por las inundaciones, con miles de damnificados, con corrupción en la entrega de víveres, con inseguridad en las calles y con un Estado en estado de sorpresa frente a un grupo criminal que mata, secuestra, derriba torres y deja sin luz a la gente.

Hace aproximadamente 15 años leí una columna del genial Helio Vera que se titulaba “Hace 10 mil años” en la que el escritor analizaba en forma irónica la incapacidad de prever las crecidas del Río Paraguay, que se dan en forma recurrente desde tiempos inmemorables, por lo que siempre se padecen los mismos males que se pudieron haber prevenido. Con la misma ironía podríamos criticar la falta de previsión en temas como la salud y las consuetudinarias epidemias de dengue, las siempre previsibles crisis por la sequía en el campo, así como podríamos escandalizarnos por los vaivenes constantes de la economía que depende de factores externos, que conocemos pero no prevemos.

Que la informalidad y la imprevisión sean el plan, nos vuelve un país impredecible, que aunque tenga ideas y proyectos no puede garantizar el destino final de estos. Las administraciones de gobierno parecen tatuadas con la marca del cambio constante que derive siempre en lo mismo: como un Sísifo que arrastra la burocracia por una cuesta hasta que al llegar a la cima se cae y reinicia la subida. Así son las iniciativas de un Estado poco previsor, que inventa y reinventa proyectos, pero sigue cargando con los mismos males, lidiando con los mismos problemas y padeciendo por su propia negligencia.

Una gran pregunta que debemos responder con urgencia los paraguayos es por qué no podemos ser planificados y menos sujetos a lo imprevisto. ¿Qué es lo que culturalmente nos hace ser informales y desordenados? Basta con ver la enorme burocracia que tenemos en esa construcción caótica que es el Estado paraguayo para darnos cuenta de la magnitud del problema. Con una burocracia crecida en el desorden, el clientelismo y la falta de profesionalismo, es muy difícil que podamos planificar un país distinto, ya que los males intestinos fungen como anclas que todo lo detienen o entorpecen.

Pensar en un país más ordenado, planificado y previsible es una enorme tarea que debemos emprender todos. Seguir alimentando la imprevisión y el caos equivale a regodearse en un fango indescifrable en el que todo se revuelve, se pervierte y se contamina. Hay que poner orden en casa, trazar un plan a mediano y largo plazo, y definir las acciones urgentes para pasar de lo caótico a lo planificado y visionario. No será fácil, pero debemos hacerlo. Nuestra vida lo merece.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay

martes, 24 de junio de 2014

Un problema de talentos

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las cifras recurrentes de desempleo que afectan sobre todo a los jóvenes, así como las enormes necesidades de oportunidades laborales contrastan con un problema paradójico: la escasez de talentos para ser contratados. Parece un contrasentido pero en realidad tiene una lógica abrumadora: aunque hay muchos jóvenes que necesitan un trabajo y existen niveles alarmantes de informalidad, las empresas tienen inconvenientes para conseguir talentos, para contratar a personas con formación profesional y perfiles específicos para puestos calificados.  

Esto se desprende de la reciente Encuesta de Escasez de Talento 2014, presentada por la consultora Manpower, en donde se menciona que en México el 44% de las empresas tiene problemas a la hora de conseguir candidatos adecuados para contratarlos. En tanto, el promedio global de dificultades para contratar talentos es de 36%. La encuesta que fue realizada en 42 países, sobre la base de consultar a 40 mil empleadores, arroja datos sobre los que debemos reflexionar para saber qué está pasando con el mercado laboral.

Los resultados señalan que entre las habilidades más difíciles de conseguir por parte de las empresas son el manejo de idiomas (36%), emprendedurismo (32%), análisis (31%), planeación y organización (30%) y enseñanza (27%). Las cifras marcan que hay un problema para ajustar la demanda laboral -lo que piden las empresas- con la oferta laboral -lo que saben hacer los recursos humanos-. Mientras un mercado cada vez más competitivo exige que los candidatos sepan hablar inglés, tengan habilidades directivas y capacidad emprendedora, la formación de recursos humanos es deficiente y esto nos lleva a una situación en la que una buena parte de la gente que necesita trabajo termina en el desempleo, el subempleo o la informalidad. Sobre todo en esta última. 

Y estas cifras que corresponden al caso mexicano no son aisladas, sino que que forman parte de un enorme problema latinoamericano. No solo no se ha logrado equilibrar la balanza entre la demanda laboral y la oferta de profesionales salidos de las universidades, sino que la formación deficiente de nuestros recursos humanos y, peor aun, la cada vez mayor presencia de los ninis -que no estudian ni trabajan- están alejando a la juventud de las mejores oportunidades de empleo. De ahí que cada vez sea más común ver a jóvenes en los semáforos, limpiando vidrios o haciendo maromas a cambio de una moneda: lejos de los buenos empleos y sin la formación necesaria se las ingenian para conseguir ingresos. Y como una ironía, aunque se incrementen las inversiones, haya más industrias o empresas, y más empleo, estos jóvenes sin preparación difícilmente serían beneficiados. Al contrario, se sentirán excluidos, pues habrá más empleos pero no para ellos. 

La falta de capacitación y de oportunidades de empleo para nuestros talentos no es un problema menor. Es un enorme e impostergable desafío que requiere de una minuciosa planificación a corto, mediano y largo plazo, para hacer que los jóvenes no terminen siendo excluidos, rechazados o mal valorados en el mercado laboral. Paraguay atraviesa por un momento ideal para potenciar a sus talentos con miras a que estos sean los que renueven las fuerzas económicas. Tenemos bono demográfico, riquezas naturales y todo un país por construir. Sería una tragedia nacional que en lugar de una generación de talentos tengamos una generación descuidada, abandonada y condenada al conformismo. 

Hay que trabajar en la formación de los talentos para que tengan una oportunidad laboral que seguramente sus padres no tuvieron. De lo contrario, el rumbo y el destino ya son harto conocidos. 

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay 

sábado, 7 de junio de 2014

Dinamismo propio, el gran reto

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La dependencia de factores ajenos al control propio es uno de los grandes problemas no resueltos en la economía paraguaya. El clima, las lluvias, el crecimiento económico del vecino, los precios internacionales, las trabas o algún malestar ocasional en cierto sector productivo pueden hacer que los grandes números de la economía se tambaleen y que se pase de un año de repunte a uno de estancamiento o contracción. Mientras en un año se llama la atención mundial por lograr un repunte de más del 15%, en otro simplemente se desaparece del mapa de auge económico y se le echa la culpa al mal tiempo que afectó los cultivos o a alguna complicación en los mercados externos. Esto pasa cuando más que una economía planificada hay sectores que se mueven según la coyuntura y que concentran gran parte de los ingresos o la producción de riqueza. 

No es una novedad que Paraguay tiene una economía dependiente de algunos sectores, fundamentalmente los agroganaderos, pero resulta muy curioso que pese a la necesidad de diversificar la economía y de buscar la forma de minimizar la desigualdad, todavía se siga teniendo una gran carencia en cuanto a planificación, rumbo y modelo. Tener una economía dependiente de pocos sectores, con una generación de riqueza concentrada en pocas manos, no solo no ayudará a revertir problemas como la pobreza y la falta de oportunidades, sino que ahondará las diferencias. Han pasado varios gobiernos que se han jactado de sus grandes indicadores, pero una mirada a la realidad de la gente nos da cuenta de que ni con los indicadores más rimbombantes se ha logrado hacer que los beneficios lleguen a gran parte de la población. 

En tiempos de globalización, competitividad, conocimiento, innovación y tecnología, la carencia de un dinamismo económico propio es una enorme limitación que termina perjudicando a la gente y, sobre todo, a los que menos tienen. Cuando centramos las esperanzas de crecimiento en factores externos como el precio de la soja, las bondades de la lluvia o el auge económico de los vecinos, en realidad perdemos el control de lo que podemos lograr porque confiamos más en lo externo que en nuestras propias fuerzas. 

Un desafío pendiente en el país es trabajar para lograr un dinamismo propio que pueda resistir a los vaivenes de los factores externos. Nos falta mejorar notablemente la competitividad de la economía, incentivar la capacidad emprendedora, la innovación y la investigación. Hay que hacer que la planificación del rumbo económico se base en la capacidad de la gente, en lo que pueden emprender las personas, en el conocimiento y la innovación. Para eso es urgente trabajar en los cimientos de toda economía: la gente. 

Algo muy claro es que no se logrará cambiar el modelo de dependencia de la agricultura y la ganadería si no se invierte en mejorar los niveles educativos de la gente: hay que hacer que nuestros recursos humanos sean el pilar de la economía y puedan producir con calidad, innovar y emprender más allá de lo tradicional. El dinamismo propio requiere de gente preparada y competente, que pueda generar riqueza en sectores como los servicios y que, sobre todo, no esté atada a la simple explotación de recursos. 

Con una economía más innovadora, diversificada y competitiva, seguramente tendríamos más oportunidades de hacer llegar la riqueza a los sectores más necesitados y podríamos pensar seriamente en revertir indicadores oprobiosos que nos pintan como un país pobre y de mucha desigualdad. Hay que pasarle el control de la economía a la gente y romper la dependencia de lo coyuntural y tradicional. El dinamismo propio depende de la capacidad de la gente. Y para eso hay que apostar por la educación, la ciencia y la tecnología.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Juventud, entusiasmo y empleo


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La buena perspectiva que tiene Paraguay con el bono demográfico y el crecimiento económico contrasta notablemente con algunos datos que indican que existe un alto desempleo juvenil, problemas con el primer empleo y, sobre todo, una educación que no logra llegar a todos ni brindar la calidad necesaria para que tengamos una generación de profesionales de alto nivel. Mientras tenemos un país joven, con el 60% de la población con menos de 30 años, nos hemos quedado rezagados en cuanto a la generación de empleos, las oportunidades, las ideas y la innovación que se requieren para reformar un país.

No es un problema exclusivo de Paraguay, sino que es un fenómeno de grandes proporciones y distintas latitudes. En México, un reciente informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) dio cuenta de que el desempleo entre los jóvenes que tienen menos de 24 años es del 10%, el doble de la tasa nacional del 5.1% en el primer trimestre de 2014. Si a esto le sumamos el problema de los ninis -los que ni estudian ni trabajan-, que son más de 7 millones en este país, y todavía la enorme informalidad en el mercado laboral, el rezago educativo y la deserción escolar, el panorama se vuelve más complejo. Y el caso mexicano contiene los factores comunes que deberían hacernos reflexionar sobre la planificación que tenemos como país para dar a los jóvenes las oportunidades que necesitan.

Por un lado, nos enfrentamos a un escenario en el que no se generan los suficientes empleos para atender la demanda de la juventud que se incorpora todos los años al mercado laboral. Del otro lado, los niveles educativos para formar a los jóvenes son bajos e insuficientes, por lo que finalmente el mercado recibe mucha mano de obra poco calificada, sin la preparación adecuada para empleos especializados y competitivos. Y en medio, hay una ruptura entre las necesidades de formación de los jóvenes y las ofertas en el mercado, es decir, hay un desempate entre lo que se enseña y lo que demandan los puestos de empleo. Por eso crece la informalidad, que se lleva a una gran parte de la novel fuerza laboral.

Como dice el economista Jeremy Rifkin, nos encontramos ante un mercado laboral cambiante e inestable, en el que la tecnología modifica la forma en que debemos ver al trabajo. Y ante este escenario en constante transformación, los recursos humanos requieren de más habilidades y del conocimiento que permita innovar y ajustarse a los cambios. En este contexto, debemos preguntarnos cómo podemos lograr que los jóvenes tengan una preparación acorde a los tiempos actuales, precisamente en tiempos en donde los ninis, la falta de entusiasmo y las políticas obsoletas amenazan con echar a perder a toda una generación.

Algo que debemos recuperar como si fuera la vida misma es el entusiasmo de los jóvenes por la educación, por la planificación de su presente y su futuro. Con una juventud desatendida y desmotivada, que vive el momento y que busca lo fácil y gratuito, será difícil la construcción de una sociedad mejor. No se puede mejorar la calidad de vida cuando se desaprovecha la capacidad de toda una generación, cuando el mercado los explota y los condena a sobrevivir con salarios miserables, sin expectativas ni rumbo.

Paraguay está ante una oportunidad histórica como nunca habíamos tenido: tenemos a toda una generación que puede redireccionar la economía, la política y la vida del país. Por eso hay que poner énfasis en mejorar los alcances y los niveles de la educación, en lograr una generación de profesionales que puedan reformar nuestros viejos sistemas productivos y que nos enseñen cómo se construye una economía más competitiva y menos injusta. Si formamos a nuestros jóvenes hoy, no tendremos que cargar con una generación pobre mañana.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay

martes, 18 de marzo de 2014

Deserción escolar y falta de vocación profesional

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La formación de recursos humanos con miras al mercado laboral y a enfrentar los desafíos que implica vivir en sociedades modernas es una necesidad imperiosa en un mundo globalizado en el que la economía depende del conocimiento de la gente más que de los productos tangibles o los recursos naturales. Hay una relación directa entre la calidad de los recursos humanos y la calidad de la economía, pues esta se construye a partir de lo que lo sabe hacer la gente. 

En este contexto, una mirada a la situación de la deserción, de los problemas de los estudiantes a la hora de elegir carrera y de la calidad de la formación seguramente nos permitirá comprender algunas de las características de la economía. Tomando como  referencia a México, este país no se encuentra bien en cuanto a deserción escolar: ocupa el primer lugar entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico  (OCDE) en cuanto al nivel de deserción de jóvenes de entre 15 y 19 años, así como sus jóvenes tienen muy baja expectativa de terminar el bachillerato y la universidad, según los informes de la OCDE. Los datos de este organismo internacional dicen que se pierde el 40% de los jóvenes en la transición desde la educación media superior a la superior. Es decir, cuatro de cada seis mexicanos que están en el bachillerato no llegan a la universidad. Y de esta cantidad, sólo 12 de cada 100 mexicanos de entre 20 a 29 años se dedican a estudiar.

En cambio, los ninis -los que no estudian ni trabajan- alcanzan el 24% de los jóvenes de entre 15 y 29 años, es decir que hay más de 7 millones de ninis. Esto representa una verdadera tragedia para la economía mexicana, pues se trata de un desperdicio del bono demográfico, de la pérdida de oportunidades en el mercado laboral y seguramente de un porcentaje de gente condenada al desempleo o a los malos empleos, con salarios bajos y con mucha precariedad, lo que no ayuda en lo más mínimo a mejorar la economía del país y las condiciones de vida de la gente. 

Un hecho que me ha llamado la atención es que la deserción en la universidad se da no sólo por motivos económicos como podría pensarse, sino mayormente por falta de vocación y entusiasmo: muchos jóvenes no saben lo que quieren. Como coordinador de la carrera de Periodismo en la Universidad de Guadalajara recibo solicitudes de estudiantes que quieren darse de baja de la carrera. Y cuando les pregunto el motivo, las respuestas son diversas y sorprendentes: "Porque la carrera no es lo mío", "porque como que no me gustó", "no sé...no era lo que esperaba...", o "voy a probar en otra carrera a ver qué hay". Y cuando les pregunto qué esperan de una carrera o de una formación profesional, no alcanzan a atinar respuestas coherentes, por lo que parece que sólo están experimentando para ver si alguna carrera u oficio les gusta. Se nota la falta de vocación y de planificación a largo plazo, tal como dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.

Lo grave es que la deserción, la falta de vocación y la mala formación afectan directamente a la economía mexicana y a las expectativas de calidad de vida de la gente: se tiene un país menos competitivo, con poca capacidad de innovación, con una productividad baja (los mexicanos trabajan más que los europeos pero producen menos y ganan menos), y con empleos precarios y mal pagados. No se puede construir una economía sólida sobre la base de recursos humanos no preparados ni muchos menos de ninis.

El ejemplo mexicano debería llevarnos a pensar si en Paraguay estamos haciendo bien los deberes para disminuir la deserción escolar, para trabajar en la orientación vocacional de los jóvenes y para que la educación sea de calidad. Por los efectos en la economía lo sabremos. 

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México
@hfarinaojeda 

Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. 

sábado, 27 de julio de 2013

El periodismo digital y las nuevas tecnologías: entrevista a Héctor Farina, en Unicanal.

El periodismo digital y las nuevas tecnologías fueron temas abordados por Héctor Farina Ojeda, periodista, profesor universitario, en una entrevista realizada en el noticiero matutino de Unicanal, Paraguay. En conversación con el periodista Juan Carlos Bareiro, conductor del espacio informativo, se analizó el avance que ha tenido el periodismo en Internet, así como los desafíos para los medios y los periodistas.

domingo, 21 de julio de 2013

El petróleo y la traducción en riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)
La riqueza proveniente de la explotación del petróleo ha impulsado, sin lugar a dudas, el desarrollo de muchas naciones, aunque también ha dejado la sensación de que nadar en la abundancia no significa minimizar la pobreza ni generar una mejoría colectiva a partir de ingresos extraordinarios. De la planificación de Noruega, un país petrolero que construyó su riqueza a partir de la inversión estratégica de los ingresos petroleros, hasta los resultados muy distintos en México, Venezuela o Bolivia, en donde las elevadas cifras de pobreza contrastan fuertemente con las millonarias cifras generadas por la bondad de tener combustible en territorio propio, hay un abismo. Al parecer tenemos una ecuación curiosa: el petróleo es riqueza pero no significa –necesariamente- menos pobreza.
El tema del petróleo y de los combustibles significa hoy una enorme preocupación para México, que tiene en este rubro a una de sus principales fuentes de ingreso. No sólo hay preocupación por la dependencia de los ingresos de esta fuente sino porque se sabe, a ciencia cierta, que la extracción de petróleo tiene su tiempo contado y que no se ha sabido aprovechar las bondades de haber recibido quizá más dinero que el que se dedicó a la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Y en los últimos años, el enojo de los consumidores por las subas constantes en el precio del combustible –en un país petrolero-, genera un escenario complejo en el cual se requiere sincerar el precio del combustible pero tratando, en la medida de lo posible, de no generar una espiral inflacionaria ni afectar a una ciudadanía que tiene problemas de ingresos.
En los últimos años, México ha adoptado la fórmula de pequeños incrementos periódicos en el costo del combustible, con el fin de no aplicar subas de golpe y porrazo, pero aunque esto parece moderado, el fondo del problema sigue siendo el mismo: no hay una mejoría en los ingresos de la gente, por lo que el ciudadano no tiene forma de hacerle frente a las subas, por más dosificadas que estas sean. Y, como doble fondo, parece que los ingresos petroleros no son suficientes porque no se reflejan en mejores condiciones sociales. Así lo podemos ver en Venezuela y Bolivia, naciones de contrastes entre ingresos y resultados.
Los casos mencionados deberían llevarnos a pensar no sólo en el potencial de ingresos que tenemos por la producción y venta de energía –no solo en petróleo- sino en la necesidad de tener administraciones más planificadoras y estrategas. Como hace cuatrocientos años nos dijera Don Quijote, la riqueza que fácil viene, fácil se va. Parece que no hemos entendido eso los latinoamericanos, que seguimos inundados de riqueza que no sabemos traducir en beneficios colectivos que acaben con la marginalidad y la exclusión. Tenemos el extraño talento de hacer llover solo en ciertos sectores al mismo tiempo que castigamos con sequía a los otros. Aunque esto no es un accidente, sino el resultado de cómo vivimos: en la informalidad, la carencia de planificación, y muy poca visión de futuro.
Cuando no tenemos una buena administración ni una estrategia clara de desarrollo, la riqueza natural se pierde en malos manejos, en negligencia o en la corrupción. Es por eso que aunque un país pequeño y necesitado como Paraguay pueda “bañarse en petróleo” en 2014, como lo afirmó en forma alegre el presidente Federico Franco, ello no representa ninguna certeza en cuanto a la reducción de la pobreza, la minimización de la marginalidad o una distribución medianamente justa de los ingresos. Más que pensar en la riqueza natural, hay que pensar en la riqueza de la capacidad de hacer y de producir competitivamente.
Paraguay necesita aprender a traducir su riqueza energética en riqueza para la gente: aprovechar -de una vez por todas- la extraordinaria producción de energía eléctrica para dinamizar toda la economía, sobre todo favoreciendo el sistema de transporte y comunicaciones. Mientras los países petroleros se preocupan por el fin de este recurso, en Paraguay no hemos sabido aprovechar la electricidad que nos sobra. No importa que se trate de petróleo, electricidad, gas, titanio u oro: más ingresos para administraciones sin estrategia ni planificación equivale a despilfarro y robo de oportunidades. Ojalá que alguna vez el gobierno electo presente un plan serio para el mejor aprovechamiento de los recursos que sobran, de manera que comencemos a traducir riqueza natural en riqueza para la gente.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.