Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda
Los resultados de la economía paraguaya en los últimos años dan cuenta
de que la falta de una visión a mediano y largo plazo sigue condicionando el
desarrollo. Por momentos, la bonanza de los elevados precios para la producción
agrícola, el auge de las exportaciones de carne y el empuje de una buena
coyuntura en la región hicieron que la economía tenga un crecimiento
importante, en algunos casos hasta con cifras inéditas que nos ubicaron en los
primeros lugares a nivel mundial. Pero fueron y son momentos de una economía
que sigue apostando sus fichas a pocos sectores y que depende en gran medida de
factores que no puede controlar, como el régimen de lluvias y los precios en el
mercado internacional.
Como consecuencia, el crecimiento y la riqueza se han concentrado en
pocos sectores, en tanto no se ha logrado que los beneficios se extiendan a las
urgentes necesidades sociales. Es así que seguimos teniendo un sistema
educativo poco eficiente y poco acorde a las exigencias de la economía del
conocimiento, así como la pobreza sigue condicionando a gran parte de la
población. Tenemos un país en el que la gente sigue como materia pendiente, en
tanto la falta de planificación hacia lo social hace suponer que la riqueza que
viene, tal como vino se irá sin dejar más que la sensación de que algo mejor
pudimos haber hecho.
En este contexto, resulta una tragedia que hoy se hable de que tenemos
una generación pérdida como resultado del fracaso de la reforma educativa. Es
decir, precisamente en tiempos en los que el conocimiento es el capital más
valioso, la reforma educativa se encargó de formar una generación contra el
conocimiento. Después de la Guerra Grande no hemos logrado formar una
generación que se encargue de hacer del país un espacio de justicia y desarrollo
para todos. Acaso ha habido excepciones, como Eligio Ayala, el presidente
austero que decía que tenía el mejor gobierno porque estaba rodeado de los
hombres más ilustrados del país.
En un mundo competitivo en el que los países más visionarios ya emprendieron
una carrera desenfrenada por conquistar la economía del conocimiento, no
podemos esperar que un país atrasado logre algo importante sobre la base de
postergar las necesidades de la gente, de no invertir como se debe en la
educación o de relegar al olvido la ciencia y la tecnología. Es urgente
trabajar en la formación de generaciones de ciudadanos capacitados, que tengan
el conocimiento suficiente para innovar y reinventar nuestra vieja economía. Ya
no sirve continuar con el modelo agropastoril o seguir a expensas de que la
coyuntura nos regale buenos precios o buenas lluvias.
La visión que deberíamos tener no es la del corto plazo sino la de
mediano y largo plazo. Si empezamos ahora, tardaremos por lo menos dos décadas
en comenzar el cambio generacional que nos pueda dar resultados distintos a los
que tenemos hoy. Y para hacer esto necesitamos una planificación que priorice a
la gente y sobre a todo a los jóvenes como eje central del cambio. Tenemos un
país favorecido con el bono demográfico, con 60% de la población con menos de
30 años de edad, por lo que es el momento ideal para hacer que la revolución
sea generacional, a partir de la capacidad, el conocimiento y el talento de
nuestra gente. No es algo imposible pero requiere de esfuerzo, inteligencia y
compromiso. La pregunta es si realmente queremos hacerlo.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México