Por Héctor Farina Ojeda (*)
Las buenas referencias para la economía paraguaya enfrentan un problema crucial que amenaza con anclarnos en el atraso durante un buen tiempo. Mientras los periódicos dan cuenta de que este año cerrará con un crecimiento del 4% del Producto Interno Bruto (PIB) y se estima que para 2015 se mantendría un ritmo similar, la verdad es que todos los buenos números están amenazados no solo para los siguientes años, sino para toda una generación. Con el fracaso de la reforma educativa que se pone en evidencia con estudiantes que tienen problemas de lectura y de comprensión, estamos atacando lo más esencial para que una economía funcione en los tiempos actuales: el conocimiento.
Seguramente los administradores de turno podrán pintar un cuadro con indicadores que disfracen en alguna medida la realidad: eventualmente se recuperará el precio de la soja y puede que se incrementen la producción ganadera y la exportación de carne. Pero la dependencia de un par de rubros y el agotamiento de los recursos naturales no sólo no servirán para ubicar al país como una economía de vanguardia, sino que no lograrán minimizar la pobreza ni romper la desigualdad que hace que muy pocos se llenen las manos mientras los demás padecen las carencias.
Con la tragedia que representa que 9 de cada 10 estudiantes de tercer y sexto grado no aprendan en clases, estamos matando la esencia de la economía: sin una generación preparada, no habrá innovación ni competitividad ni productividad, ni podemos hacer ciencia ni tecnología. El fracaso de los estudiantes es más que una "tragedia educativa", como diría Guillermo Jaim Etcheverry, es una verdadera "tragedia económica". Si nos quedamos como si nada y permitimos que se pierda toda una generación de paraguayos, el resultado es ir exactamente en contra de la economía del conocimiento, en contra de las oportunidades de todo un país. Caminar en sentido contrario al conocimiento implica hacerle un harakiri deshonroso a la economía, a las esperanzas de innovar y cambiar una situación que ya es demasiado oprobiosa.
Mientras los países desarrollados están preocupados por la ciencia y la tecnología y buscan mejorar sus universidades, en Paraguay las noticias nos hablan de estudiantes que no aprenden, docentes incapaces de aprobar pruebas para dar clases, fondos despilfarrados en nombre de la educación y políticos incapaces de al menos hilvanar un discurso coherente. No es casualidad que el fracaso en la educación se traduzca en corrupción, pobreza, marginalidad y mucha injusticia.
Para defender nuestra economía y buscar mejorar la calidad de vida de la gente, la urgencia es recuperar la educación. No son los indicadores macroeconómicos, es la educación la que puede salvarnos o hará que se termine de hundir el barco. En los tiempos actuales no existe la posibilidad de minimizar la pobreza ni la marginalidad si no es por medio del conocimiento de la gente.
Tenemos todo por hacer y es imperioso salvar la educación. Repatriar cerebros, incentivar talentos, invertir más y mejor en ciencia y tecnología, enviar a los mejores a formarse en el exterior, elevar la calidad docente... Es hora de un cambio drástico que apunte a la construcción de un país sobre la base de formar a su gente, antes de que una generación perdida sea la perdición de toda la economía y todo el país.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Ciudad de México, México.
Publicado en el diario económico 5 días, de Paraguay. Ver original aquí
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