Por Héctor Farina Ojeda
Una de las formas de saber hacia dónde va una economía es mirar los presupuestos. Ver en qué invierten, en qué gastan y a qué le apuestan con miras al corto, mediano y largo plazo. Pensar en el futuro económico implica no sólo resolver los conflictos del presente sino establecer las bases para que el día de mañana tengamos algo mejor de lo que tenemos hoy. Y en un mundo de revoluciones y cambios constantes, más que nunca necesitamos planificar qué vamos a hacer para no quedar rezagados y para buscar alternativas que permitan mejorar las condiciones de vida de la gente.
En este sentido, el problema de la caída del precio del petróleo no deja de ser una ironía de la visión económica: anclados en una riqueza natural que se agotará inexorablemente y que en sus oscilaciones golpea presupuestos y proyecciones, pareciera que la visión nostálgica está en el agotamiento y no en el futuro marcado por la riqueza más importante de los tiempos actuales: el conocimiento. En lugar de que del petróleo hayan salido fondos especiales para invertir en la gente, como hicieron los noruegos, de su bajo precio emergen los recortes a la educación que seguramente significarán que millones de personas no puedan salir de la condición de pobreza y de escasas oportunidades en las que se encuentran. En la riqueza del petróleo, la amenaza de pobreza.
Mientras un estudio revela que más de la mitad de la población mexicana no puede pagar el costo de la canasta básica, la posibilidad del recorte del presupuesto a la educación para 2016 parece decir que no se busca mejorar la productividad, que es, precisamente, lo que hace falta para mejorar los salarios, para recuperar poder adquisitivo y así cubrir necesidades como la canasta básica. Y no es cuestión de México sino es casi un afán latinoamericano en tiempos de crisis: ver el problema y dar el paso atrás en lugar de aprovechar la oportunidad e invertir en el futuro.
Seguir con la dependencia de las riquezas naturales, del crecimiento económico del vecino, de las remesas o de los precios internacionales de materias primas no traerá el “milagro económico” tan esperado. Al contrario, lo que se requiere es romper la dependencia, dinamizar el mercado interno y que más que un milagro lo que se logre sea una recuperación propiciada por la gente. Y para ello el cambio debe pasar por depender menos de las riquezas naturales y apostar más por el conocimiento, por la formación de la riqueza más codiciada.
Es el conocimiento el que hoy representa las dos terceras partes de la riqueza que se produce en el mundo. Por ello, el afán debería ser invertir en la construcción de un presente y un futuro más prometedores, vinculados a la posibilidad de posicionarnos en una economía del conocimiento, incentivar la innovación, la ciencia y la tecnología, y darle a la gente la posibilidad de fabricarse sus propias oportunidades y no seguir a expensas de milagros que nunca llegan e injusticias que oprimen, que marginan y que rezagan.
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