Por Héctor Farina Ojeda
Una de las necesidades permanentemente invocadas en la economía mexicana es la consolidación de un mercado interno que pueda hacerle frente a los vaivenes externos. Para no ser tan vulnerables a los efectos de los precios internacionales, de la coyuntura o de las crisis ajenas, hace falta un dinamismo propio que incentive la generación de riqueza, empleos y oportunidades. Y en este sentido, las micro, pequeñas y medianas empresas representan un sector fundamental no solo para el crecimiento económico en general sino para la diversificación de las opciones de empleo y el fortalecimiento interno.
Mientras 7 de cada 10 empleos formales son generados por las pequeñas y medianas empresas, el 70 por ciento de estas empresas cierra antes de los 5 años y solo el 11% sobrevive durante un periodo de 20 años, según datos de Coparmex. Esto pone de manifiesto una situación curiosa y difícil: las empresas que generan la mayor cantidad de empleos no tienen certeza de mantenerse en el mercado, lo que nos hace pensar en una economía que necesita fortaleza y dinamismo pero que no puede hacer que sus emprendimientos sean sostenibles en el tiempo. Es decir, nacen y crean empleos pero no alcanzan la madurez suficiente para transformar la economía.
La poca proyección en el tiempo de las pequeñas empresas se parece a la precariedad que se tiene con los grandes ingresos: con una buena coyuntura en el precio del petróleo o en las exportaciones se puede lograr un crecimiento importante, pero no deja de ser un efecto efímero que se agota cuando se acaba el buen momento. Si las iniciativas y emprendimientos traen beneficios, lo ideal es que se mantengan e incrementen y no que en poco tiempo desaparezcan y se pierdan las oportunidades que generaron.
Hay muchos problemas por revisar para que los emprendimientos sean rentables y se consoliden más allá de periodos fugaces: desde trabajar en la planificación hasta revisar los sistemas de financiamiento y apoyo. Las complicaciones para crear empresas formales también son una limitación para el fortalecimiento del sector: en México la tasa de impuestos que debe pagar una empresa respecto a sus ganancias es de 51 por ciento, casi el doble que en el caso chileno. Si a esto le sumamos las complicaciones burocráticas para abrir un negocio, no debería sorprendernos que la informalidad y la precariedad sean el destino de muchas empresas. Y la informalidad es parte del problema a resolver.
La necesidad de hoy no pasa solo por atender los problemas tradicionales que limitan el desarrollo de pequeñas empresas sino aprender a pensar en forma visionaria, a mediano y largo plazo, sobre la base de la innovación tecnológica y los cambios necesarios para que las iniciativas puedan ser sostenibles en el tiempo y logren una transformación de la economía. Así como hizo Finlandia con la telefonía celular, desde las universidades deberíamos incentivar el pensamiento estratégico e impulsar ideas innovadoras que se concreten en proyectos, empleos, riqueza y oportunidades.
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