Por Héctor Farina (*)
Una de las más irónicas paradojas de nuestros tiempos es la pérdida de la capacidad expresiva del lenguaje, precisamente en momentos en donde las tecnologías de la comunicación hacen posible comunicarse prácticamente a cualquier parte del planeta. Como lo sentenciara en alguna ocasión el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “este mundo comunicadísimo se parece cada vez más a un reino de mudos”. Esto podríamos traducirlo como que en tiempos en los que parecemos estar más comunicados gracias a herramientas tecnológicas, como los teléfonos celulares o Internet, en realidad hemos empobrecido nuestros recursos expresivos para comunicarnos con los demás, debido a que nuestro cultivo del lenguaje se encuentra en crisis.
Las deficiencias en el uso del lenguaje son evidentes en cualquier sistema educativo de América Latina. Los alumnos pasan durante años por las escuelas y las universidades, pero los sistemas de enseñanza no han podido lograr una formación sólida en cuanto a nuestra capacidad de expresión: por ello seguimos teniendo problemas de orden gramatical, por eso la sintaxis y la semántica no son bien vistas, y por eso hay inconvenientes para escribir un texto, para argumentar de manera razonada y para entablar una comunicación verdadera en la que las dos partes entiendan lo que el otro quiere decir. Pero entender al otro no pasa solo por conversar o intercambiar mensajes, sino por captar la expresividad de lo que este quiere comunicar.
Cuando hablamos y no expresamos, caemos en lo que Milan Kundera narra en una de sus novelas, en donde dos personas hablan y hablan pero no se escuchan, de manera que lo que en realidad hacen es ignorar los mensajes del otro para tratar de imponer los propios, con lo que se logra una barrera infranqueable para la comunicación. Cuando nuestra falta de herramientas, de palabras e ideas, para comprender a los demás nos limita la capacidad de decodificar los mensajes ajenos, terminamos creyendo que lo que el otro quiere decir es en realidad lo que nosotros queremos escuchar, lo que queremos entender. Y ese es un grave problema que afecta a la vida cotidiana, a las relaciones humanas y a la comprensión de lo que ocurre en las sociedades.
En Paraguay tenemos una capacidad expresiva notable gracias al bilingüismo que nos permite recurrir tanto al español como al guaraní para pintar con palabras y frases aquello que queremos comunicar. Pero esa riqueza se ve limitada cuando no cultivamos el lenguaje, cuando usamos cada vez menos palabras y cuando nos conformamos con repetir frases que otros usan sin saber a qué se refieren. Ante el deterioro de la capacidad expresiva, tenemos que pensar cómo podemos mejorar nuestra comunicación con los demás, cómo construir sistemas educativos en los que se logre una formación sólida en cuanto a la lengua española y el guaraní, y sobre todo cómo incorporar hábitos que favorezcan un enriquecimiento del lenguaje.
Para enriquecer nuestra capacidad de expresión tenemos que cultivar el hábito de la lectura, del diálogo y la comprensión. En la era de la información es necesario que aumentemos nuestro nivel de lectura, que mejoremos nuestra capacidad de entender a los demás y que incrementemos nuestros recursos expresivos así como la calidad de lo que expresamos. Recuerdo que la profesora de lengua y literatura Emina Nasser de Natalizia decía que era “imperdonable” que en una casa o en un lugar de trabajo no haya un diccionario, porque se trata de una herramienta fundamental para la comprensión de las palabras.
Leer más, aprender más palabras, hablar más con los demás y ejercitar nuestra capacidad de comprensión, son tareas básicas que deberíamos realizar para tratar de comunicarnos mejor y no caer en un mundo absurdo en el que todos dicen algo pero los mensajes se pierden porque nadie escucha ni interpreta.
(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.
sábado, 4 de julio de 2009
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