Por Héctor Farina Ojeda
Los buenos augurios para el crecimiento de la economía mexicana, sobre todo de parte del Gobierno que estima un repunte de entre 3.2 y 4.2 por ciento, contrastan con el pesimismo de los consumidores, quienes siguen poco confiados en el futuro económico. Así lo establecen los recientes datos del Inegi que indican que la confianza de los consumidores disminuyó 1 por ciento en enero, con lo que se tiene una caída por segundo mes consecutivo.
Pero el pesimismo en la economía de parte de los ciudadanos no es algo anormal sino que es lógico en el contexto en el que se vive: no se ha recuperado el poder adquisitivo de la gente, los salarios siguen siendo bajos, el empleo es insuficiente y no se ha logrado que el repunte económico se traduzca en mejores oportunidades para todos. Es normal que el ciudadano no confíe en que su situación mejorará con el anuncio del incremento del PIB, pues habitualmente la riqueza generada no llega a los bolsillos de la gente sino que se queda en pocas manos.
Con una economía mayormente informal, con una situación de pobreza que afecta a cerca de la mitad de la población y con una pérdida de credibilidad en las instituciones, resulta difícil esperar que los consumidores se sientan confiados con el futuro económico cercano. La dependencia de grandes sectores, la concentración de la riqueza, y la debilidad en el campo educativo que limita las oportunidades laborales de la gente, tienen efectos negativos que se notan en la falta de confianza.
Y a todo esto hay que sumarle que mientras se habla de crecimiento económico y de blindaje para evitar el daño por la caída de los ingresos petroleros, se anuncian recortes al gasto público que afectarán a la educación, la ciencia y la tecnología, y los programas de apoyo a emprendedores. Esto genera confusión y desconfianza, pues los hechos van en sentido contrario a los discursos, aunque sabemos que esto es también percibido como normal por la gente.
La confianza de los consumidores no se recupera en el campo discursivo sino por la fuerza de los hechos. Mientras siga la situación de precariedad laboral, de bajos salarios y escasas oportunidades, así como la limitación educativa que impide al trabajador obtener mejores ingresos, será casi normal que exista esa desconfianza hacia los buenos pronósticos. No sólo hay que buscar que los empleos lleguen a la gente, sino que la gente construya sus propios empleos, que innove y emprenda para romper la dependencia de un mercado laboral tradicional que ya no puede cubrir las ingentes necesidades.
Un consumidor desconfiado y empobrecido no es conveniente para nadie. Ni siquiera para los ricos que viven en burbujas ajenas a la realidad. La necesidad de devolverle a la gente su poder adquisitivo y la oportunidad de mejorar su calidad de vida no es una cuestión de indicadores sino de sobrevivencia para la toda la economía. Mientras una parte de la población siga marginada, en la pobreza y con limitadas oportunidades de mejorar, seguirá la desconfianza hacia una economía que dicen que mejora, pero no para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario