Por Héctor Farina Ojeda (*)
La buena coyuntura, los buenos indicadores, las bondades de la tierra, los bajos impuestos y el potencial de crecimiento son ventajas conocidas en algunos países, pero, curiosamente, a veces no son suficientes para lograr atraer inversiones, hacer funcionar emprendimientos a largo plazo o lograr credibilidad como economía sólida ante la comunidad internacional. Mucho de lo que hacemos todos los días afecta directamente a la confianza que se tiene en la economía y ello se nota a la hora de medir las inversiones, de ver reflejados los datos de ingresos por turismo, de dar cuenta de los emprendimientos o de la capacidad de innovación que se desarrolla.
Parece algo curioso pero en realidad es una tragedia. Cuando se piensa que es “normal” que toda ley o regla pueda ser interpretada, reinterpretada o contrainterpretada, en realidad estamos diciendo que no se puede confiar en la regla o en su ausencia, pues siempre habrá una justificación para relativizarla, ningunearla o eliminarla. Desde la irresponsabilidad consuetudinaria de no respetar los semáforos en rojo en horas de la madrugada (porque nadie los respeta a esas horas) hasta el “presupuesto” de los que infringen normas de tránsito, que ya calculan cuánto deberán pagar en concepto de coimas: los actos se acumulan y en su conjunto terminan dañando a un capital fundamental para cualquier sociedad, es decir, la confianza.
Con cada acto de corrupción, cada trampa, cada vez que un funcionario pide una “propina” o que el chofer no entrega el boleto para quedarse con el dinero, en el fondo lo que se hace es construir un sistema en el cual la confianza no importa mucho. Un sistema en donde todo se relativiza, en donde se puede torcer la norma, interpretar lo ininterpretable, en donde para tener un negocio hay que pagar coimas a diestra y siniestra, tiene efectos negativos en sectores como la inversión, el emprendimiento, la competitividad y la capacidad de innovación. Las economías en donde no hay un régimen de confianza son aquellas que no incentivan al ahorro o a la iniciativa individual. Se manejan en la informalidad, sin mayores garantías que las de la aventura.
La confianza en un país es un elemento fundamental para el crecimiento, para la inversión y el desarrollo. Lo podemos ver en Noruega, posiblemente el país más confiable del mundo, en donde las instituciones, las normas y la gente son altamente confiables y ello genera no solo un estado de bienestar y seguridad para la población, sino que deriva en la construcción permanente una sociedad con calidad de vida elevada.
Al contrario, debido a actos y actitudes tendientes a lo no correcto, en países como Paraguay no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera en un proyecto de metrobús, pese a que todos sabemos que el transporte público es una afrenta cotidiana para los ciudadanos. Desconfiamos del proyecto, de quienes lo implementarán, del que hace el presupuesto y del que lo ejecutará; se desconfía de la obra, de su costo y su impacto. Se desconfía de cualquier iniciativa porque la idea de que el pícaro o el transa están detrás es permanente. Y esto nos lleva a la certeza más que la duda de que alguien se quedará con el dinero, desviará recursos, inflará gastos o, de alguna u otra manera, les tomará el pelo a todos para sacar un beneficio personal.
La confianza en una sociedad es fundamental para pensar en una mejor calidad de vida. Hay que reconstruir en la gente la capacidad de confiar en el sistema, en el otro, para lograr que se puedan impulsar proyectos y edificar sin el temor de que alguien nos vaya a engañar. Nos hace falta una profunda educación de valores para dejar de ser la sociedad del Perurima para ser una confiable, seria y por la que valga la pena apostar.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.
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