jueves, 17 de septiembre de 2009
El olvido y nuestra capacidad de hacer
Por Héctor Farina Ojeda (*)
Muchos de los pueblos, regiones y comunidades a menudo se quejan del olvido en el que los tienen las autoridades. Son muchos los grupos sociales que viven en condiciones de exclusión, de pobreza y con miles de limitaciones estructurales que frenan las posibilidades de desarrollo educativo, económico y social. Es evidente que en nuestras sociedades latinoamericanas no hemos podido consolidar políticas públicas integrales que puedan lograr un desarrollo sin exclusiones, en el que cada uno tenga una oportunidad de crecimiento. Pero más allá del olvido estructural al que son condenados muchos sectores de la sociedad, existe una condición más nociva para el desarrollo de las personas: el olvido de nuestra propia capacidad de hacer.
Durante muchos años nos acostumbramos a esperar que sean los gobiernos los que solucionen los problemas, los que propongan las opciones y los que establezcan los mecanismos para el desarrollo. Y acaso esa condición del que espera no ha podido traducirse hoy en la del que propone, del ciudadano que sabe ir más allá de la queja y la resignación, y que asume su cuota de responsabilidad dentro de un sistema democrático en el que el aporte de cada uno es fundamental. En América Latina nos quejamos mucho de la falta de apoyo, de la negligencia y la corrupción de nuestros gobernantes, de los males de cada ideología y de muchos otros factores externos, pero nos falta dar el paso adelante y pensar qué es lo que estamos haciendo mal para estar como estamos.
En medio de quejas y lamentos, parece que hemos olvidado nuestra propia capacidad de creación, de construcción y de cambio. Los pueblos que sobresalen no son los que esperan soluciones, sino los que proponen, trabajan y se esfuerzan por conseguir un objetivo. Y la base para tener la capacidad de proponer y cambiar está en la educación: cuando más capacitación tengamos, cuando más preparados y competitivos seamos, tendremos más posibilidad de crear mejores oportunidades y de lograr un desarrollo que permita mejorar nuestra calidad de vida.
En países como Paraguay, en donde por décadas los gobiernos se han olvidado de promover sistemas educativos inclusivos y eficientes, los ciudadanos tenemos que asumir la responsabilidad de ejercitar nuestra capacidad de hacer y de construir con el ejemplo la sociedad en la que queremos vivir. Nuestra responsabilidad no termina en la queja, sino que debe apuntar a una actitud proactiva en la que cada uno asuma el reto de impulsar la educación, de ser críticos y exigentes con los gobernantes, y de proponer ideas que nos ayuden a salir de la condición de atraso que tanto nos castiga.
La capacidad de hacer que tenemos en realidad es muy grande e incluye tanto los pequeños detalles de nuestro comportamiento diario, como los grandes proyectos visionarios. Podemos hacer mucho, como enseñarle a los niños a leer e inculcarles el hábito de la lectura, para formar una generación de talentos, de personas capaces con el conocimiento suficiente para encaminar a la sociedad hacia mejores destinos. No basta con seguir buscando culpables o repartiendo quejas contra el sistema educativo o contra los gobiernos: si nosotros mismos no nos preocupamos por educar a los nuestros, si no adquirimos capacitación y si no hacemos algo para formar profesionales competitivos, a pesar de que tengamos razón con nuestras quejas no saldremos de la situación de pobreza y subdesarrollo.
Para vencer al olvido estructural de parte de los gobiernos, primero tenemos que vencer nuestro propio olvido, aquel en el que caemos cuando no recordamos nuestra capacidad de hacer y cuando esperamos con resignación que otros nos solucionen nuestros problemas. Con ideas críticas, con un ejercicio cotidiano de lectura e instrucción, con la autogestión para hacer obras en nuestras comunidades, podemos hacer mucho más de lo que muchos creen. Es hora de capacitarnos y de hacer que el ejemplo de trabajo y sacrificio se contagie al resto de la sociedad. Debe quedarnos claro que en la medida en que nosotros mismos seamos personas más preparadas, tendremos un mayor poder de cambio y podremos contribuir más y mejor al desarrollo, al crecimiento y a un nivel de vida más justo para todos.
(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales
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