Por Héctor Farina Ojeda (*)
Era tiempo de exilio. Augusto Roa Bastos, un joven escritor desterrado tras la guerra civil del 47 en Paraguay, sobrevivía en Argentina haciendo pequeños trabajos. Uno de ellos era la venta de joyas de fantasía, de chucherías. Cuenta don Augusto que dormía en las estaciones del tren, pues no tenía dinero para hoteles. Usaba su maleta como almohada, y en cierta ocasión despertó y no la encontró: se la habían robado, junto con toda su mercadería. Con mucha honradez, le hizo frente a la situación y tuvo que trabajar durante todo un año para pagarle a su patrón por la pérdida de las chucherías. Años más tarde, aquel joven luchador se convertiría en el mejor escritor paraguayo y en uno de los más reconocidos a nivel latinoamericano y mundial por obras como Hijo de hombre (1959) y Yo, el Supremo (1974).
Hay muchos casos envueltos en situaciones adversas y aparentemente poco motivadoras. Imagino el pesar de Ernesto Sabato cuando las editoriales rechazaron la publicación de su novela El túnel, por considerar que un físico como él no sería bueno en la literatura. O pensemos en Milan Kundera, expulsado de su país, perseguido, desempleado y con sus obras borradas y prohibidas por contener pensamientos diferentes al régimen comunista imperante. Ambos hoy son conocidos por sus éxitos. Y cómo no recordar a aquel niño pobre, hijo de madre analfabeta y padre alcohólico, que pese a las limitaciones que soportó en su Argelia natal, llegó a ganar el Premio Nobel de Literatura en 1957: era Albert Camus.
La historia está llena de estos guerreros, de gente que supo construir caminos de éxito en donde aparentemente no había más que frustración y desencanto. El mismo Cervantes, quien nos regalara al Quijote, supo enseñarnos cómo un camino tormentoso e intrincado no es un obstáculo invencible, sino una prueba que debe superarse para engrandecer la victoria. Cuando tenía 24 años perdió la mano (que le quedó estropeada) en la épica batalla naval de Lepanto, luego estuvo cautivo en Argel durante 5 años, y regresó a España, en donde enfrentó una vida conflictiva y llena de sinsabores. Pero todavía hoy podemos verlo reflejado en el idealista que busca cambiar al mundo, aunque para ello deba enfrentar a molinos de viento.
Si pensamos en estos ejemplos podemos percibir la capacidad extraordinaria para tender puentes en medio de los abismos, para hacer que cada esfuerzo se refleje en un resultado que vaya más allá de las limitaciones, del pesimismo, de nuestros miedos y nuestros complejos como personas y como sociedad. No existen caminos exitosos prefabricados, que puedan recorrerse sin esfuerzo, sin talento ni dedicación. El éxito se construye todos los días, con cada paso, con cada nuevo ladrillo, con cada decisión que se toma, con cada actitud que asumimos frente a los desafíos. Y el reto ante un mundo cambiante, complejo, competitivo e inestable es lograr desarrollar una mentalidad triunfadora que nos lleve a ganar batallas con la convicción del que sabe que puede, con la decisión del que sabe que su aporte es valioso para sí mismo y para los demás.
Aprender a construir caminos de éxito es una de las grandes deudas que tenemos los latinoamericanos, que durante mucho tiempo nos hemos dejado abatir por el pesimismo, por el pensamiento retrógrado que busca excusas en la genética, la herencia, la conquista, el clima o la situación geográfica para no desarrollar nuestra plena capacidad de hacer. Hemos sido coartados por las dictaduras, la censura, la corrupción, la pobreza y la pérdida del entusiasmo y la confianza. Pero pese a ello siempre surgen casos de éxito que indican que todo es posible en la medida en que estemos dispuestos a trabajar para mejorar.
Construir caminos, tender puentes, juntar a la gente buena, otorgar un justo reconocimiento a quienes lo merecen, incentivar la generación de proyectos y cultivar nuestra capacidad, son algunas de las cosas que debemos realizar en forma constante para construir un imaginario colectivo del éxito y para encaminarnos a un destino más reconfortante que el actual. Tenemos que aprender a abatir a los fantasmas del pesimismo y el desgano, para construir con entusiasmo y dedicación el éxito que nos merecemos.
(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México.
Publicado en la Revista Ecos, de Paraguay
miércoles, 31 de marzo de 2010
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