viernes, 31 de octubre de 2014

El costo de la ineptitud


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Imagino que el mismo Rafael Barrett se hubiera asustado de que más allá del “dolor paraguayo” hoy tengamos esta mescolanza de sufrimiento, ira y absurdo. Si aplicamos al país la pluma de Kafka, más que narradora del absurdo, parece visionaria, al estilo Verne, pues acaso adelantó la existencia de personajes tan poco verosímiles como el diputado Portillo. Y hasta José Ingenieros sentiría que su obra se quedó corta al describir con furia a los mediocres. O el maravilloso tango “Cambalache” quizá no lo diga todo con aquello de que los inmorales nos han igualado. 

En medio de las dificultades y esperanzas de un país que necesita con urgencia corregir incontables injusticias sociales, la ineptitud parece haberse enseñoreado en muchas de las esferas públicas, sobre todo en aquellas en donde más necesitamos de gente idónea. Los ineptos pululan en el Congreso, en la función pública, en los ministerios y en ámbitos de todo tipo. Y aunque sabemos que la ineptitud no se puede generalizar, pues hay gente talentosa, preparada e idónea trabajando por el país, no recuerdo un escenario en el que la ineptitud haya sido tan escandalosa, tan visible y hasta risible, al punto de que concentra la atención y hace que los buenos ejemplos queden en segundo plano. 

El costo de la ineptitud en las esferas de poder es demasiado elevado para que tengamos que soportarlo. Lo podemos ver en los millones de dólares que cuesta mantener un Congreso en el que sus miembros se destacan por haber robado y confesado con cinismo, por sus niñeras de oro,  por sus diputados que no alcanzan a esbozar una idea coherente en forma verbal y que no pueden diferenciar a la masa del “craz”. La ineptitud es muy cara para todos si pensamos que personajes nada idóneos se encuentran al frente de las comisiones especiales y de muchas de las tareas vitales para el Estado. 

Con obras que no avanzan pese a tener financiamiento, con ejemplos de que pagamos intereses por créditos no utilizados o, simplemente, por la parsimonia e indiferencia con la que se analiza el problema del transporte público, podemos sospechar que hay mucha ineptitud detrás. Ni un metrobus, ni un tren eléctrico, ni siquiera unidades decentes para el transporte público de pasajeros. Lo mismo podemos decir del combate a la pobreza, la calidad educativa, las obras de infraestructura o la competitividad: las discusiones tienen años, los problemas son añejos y las soluciones conocidas pero no se ven cercanas en el tiempo. Y es que la ineptitud es la cómplice ideal de cualquier forma de corrupción, por eso siempre aparecen juntas. 

Paraguay se encuentra ante una extraordinaria oportunidad histórica, con vientos económicos favorables, un bono demográfico y un gran potencial de crecimiento. Por eso no podemos permitir que los ineptos y sus cómplices terminen acabando con una buena coyuntura de la misma manera con que han terminado con tantas cosas buenas. Hay que señalar a los ineptos en el poder y no permitir que sigan obteniendo beneficios personales a costa de perjudicar a todos. Los memes, las burlas y la indignación no deben quedar en lo anecdótico, sino que deben ser el punto de inflexión que nos lleve a revolucionar mediante las ideas y cambiar todo aquello que por su misma mediocridad termina empobreciendo a un país necesitado.   

Seguramente con una barrida de los ineptos de las principales esferas de poder y dejando que sean los que saben quienes se pongan al frente de los proyectos del país, podríamos no solo dejar de cargar con un costo oprobioso e inútil, sino que la economía y los paraguayos saldrían beneficiados. No olvidemos que al país le fue bien cada vez que fue administrado con inteligencia por gente idónea, como en tiempos de Eligio Ayala, pero le fue y le irá mal si los referentes son los impresentables que corrompen, lastiman, se burlan y nos afrentan con su ignorancia. 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el diario 5 días, el diario económico de Paraguay. Ver original aquí

La juventud y la economía del conocimiento


Por Héctor Farina Ojeda  (*)

Una de las grandes oportunidades que tiene la economía mexicana es su juventud: con un bono demográfico, es decir con un mayor porcentaje de gente en edad de trabajar, estamos ante una coyuntura favorable que debería aprovecharse al máximo. Al pensar en las nuevas generaciones, no debemos hacerlo sólo como el relevo poblacional o de las fuerzas productivas, sino de las ideas, las formas de hacer y de pensar. Por esto, la juventud que se incorpora o busca incorporarse al mercado laboral debe ser vista como la renovación necesaria que apunte a contrarrestar viejos males económicos de los que no hemos podido alejarnos: pobreza, desigualdad, atraso y otras injusticias sociales.

Sin embargo, los números sobre juventud y empleo no son los más alentadores: hay 20 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan en Latinoamérica, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En México, del total de la población joven, 20.8% no estudia ni trabaja. Y otro dato preocupante es que 6 de cada 10 jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad, lo que indica que no hay una oferta adecuada en el mercado laboral formal que atienda la demanda de la juventud que necesita trabajar. 

Si cada año hay 800 mil jóvenes mexicanos que se incorporan al mercado laboral, está claro que no se están generando los empleos suficientes para atenderlos, lo que nos lleva a un efecto contrario del que se estima con el bono demográfico: se desperdicia la oportunidad de que las nuevas generaciones renueven los cuadros productivos e impulsen la economía. Como ironía cruel, no tienen empleos porque el crecimiento económico es insuficiente, pero si los jóvenes no consiguen empleos, esto equivale a perder una gran oportunidad de lograr que repunte la economía. 

Pero más allá de los problemas de empleo, las oportunidades insuficientes, los bajos salarios y la presión que obliga a los jóvenes a trabajar en la informalidad, hay que preguntarnos por el fondo de la cuestión: ¿cómo y para qué están preparando a los jóvenes? La cuestión educativa es fundamental para establecer cómo son las generaciones que conforman el relevo y, por ende, qué clase de economía se puede construir. Es la preparación de los jóvenes la que definirá si tendremos una economía competitiva, productiva y que pueda revertir la situación actual en la que casi la mitad de la población se encuentra en situación de pobreza. 

Estamos en la era de la economía del conocimiento, en la cual dos terceras partes de la riqueza que se genera en el mundo corresponden al sector de servicios, que depende del conocimiento aplicado. Por ello, hay que apuntar a una formación competitiva que brinde a los jóvenes la oportunidad de no depender exclusivamente de las ofertas del mercado tradicional, sino que puedan proponer, emprender y revolucionar la economía a partir de sus ideas y su conocimiento.  No es la fuerza de sus brazos, sino el poder de sus ideas. Si los preparan bien, la riqueza vendrá por añadidura.

(*) Periodista y profesor universitario 
Doctor en Ciencias Sociales

Publicado en el diario Milenio Jalisco, en el espacio denominado "Economía empática". Ver original aquí